Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


31 diciembre 2009

Felices fiestas

En periodos como éste es sencillo apreciar la superficialidad y la ligereza que imperan en el mundo. Ciertamente, no tiene caso sorprenderse, lamentarse o escandalizarse de tal situación. Se trata más bien de la regla de nuestro tiempo. Podríamos intentar definirla como una exhibición ritualizada del orden de nuestra época, un triunfo más de la industria del espectáculo. Ante este escenario, las palabras de Flaubert parecen pertinentes: la mediocridad se infiltra por todas partes, hasta las piedras se vuelven idiotas. Aunque hayamos de perecer (y pereceremos, no importa), hay que oponerse por todos los medios, a la marea de mierda que nos invade.

La vida, según Cioran (2)


Nos desvivimos, hacemos algo y después desaparecemos. Por la experiencia y la reflexión interior, he descubierto que nada tiene sentido, que la vida no tiene el menor sentido: la acción considerada como algo insignificante, inútil. Y, en efecto, si reflexionamos sobre las cosas, deberíamos cesar de actuar, de movernos. Deberíamos tirarnos al suelo y echarnos a llorar.

La vida, según Cioran (1)


En el fondo, para mí el interés de la vida estriba en que no hay respuestas. Cierto es que, por azar o por accidente, las hay, pero no son respuestas en sí mismas. Para mí, no hay certidumbres. Soy un escéptico…

23 diciembre 2009

Ritorno

Quizá el mayor mérito de El Espectador sea su no objetivo. Se trata, más bien, de un punto de reunión para ser, para existir, aunque sea sólo por un instante. Un punto de reunión más que un vehículo de difusión de ideas. Así, El Espectador se encuentra en la marginalidad, al borde de la no existencia. La no existencia, nos recuerda Fadanelli, otorga libertad: libertad para pensar, para criticar, para hacer juicios, libertad incluso para abandonar.

No me preocupa en absoluto la utilidad de lo que escribo, porque no pienso realmente nunca en el lector: escribo para mí, para liberarme de mis demonios, de mis obsesiones, de mis tensiones, nada más. Cuando me pongo a escribir algo lo considero una frivolidad. Sin embargo, en ocasiones, me gusta reflexionar sobre las posibles razones de aquellos que dedican un poco de su tiempo a leerme. En una sociedad tan pobre como la mexicana, afirma Fadanelli, leer por placer o leer nada más para ver qué se encuentra uno en el camino parece un despilfarro inmerecido: si leemos debe ser para progresar o ser mejores, para escapar de la miseria e intentar atenuar el sufrimiento de quienes deben trabajar sin descanso para estar vivos. Lo contrario, a decir de Fadanelli, parece un acto arrogante que la comunidad no tiene por qué perdonar. Y, sin embargo, concluye el autor: “en verdad lo siento, pero entre esos dos actos dedicaré mis días a leer novelas inútiles: y que el mundo se venga abajo (donde ha vivido siempre)”. Me gustaría pensar que mis lectores, que por lo demás son pocos, asumen esta postura, aunque sea únicamente al momento de leer El Espectador.

Así pues, como conclusión de El Espectador deberá decirse que se trata, fundamentalmente, de un encuentro afortunado. He tomado las palabras de Víctor Hugo y las he acomodado a mi conveniencia. Me parece que suenan bien de esta manera: El Espectador ofrece la posibilidad de que dos desgracias entrelazadas produzcan felicidad.

Entre las premisas que guían El Espectador quizá la más importante sea ésta: un texto que deja a su lector igual que antes de leerlo es un texto fallido. Yo creo que un texto, escribió Cioran, debe ser realmente una herida, debe trastornar la vida del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir es despertar a alguien, azotarle. No me gustan los textos que se leen como quien lee el periódico. Un texto debe conmoverlo todo, ponerlo todo en cuestión. Escribo, pues, porque se trata de una necesidad de la cual no puedo escapar, se trata de algo ineludible, imposible de postergar.

Como decía al principio, vivir en la marginalidad, al borde de la no existencia, le otorga a uno la libertad necesaria incluso para abandonar. El periodo de silencio que ha tenido El Espectador ha sido necesario. Éste, el silencio, es preferible a la fabricación de letras que descansen en la falta de reflexión y en la molicie espiritual y que lleven, en última instancia, a una odiosa infecundidad. Así, el reencuentro con El Espectador aparece como una nueva oportunidad para hacer patente la decepción. No busco el “éxito” (nunca lo he hecho). Más bien pretendo despertar algo en algunas personas, por eso me considero un marginal, y me da gusto.

15 noviembre 2009

La vida


En el fondo, de lo que se trata es, una vez que se ha llegado a la pregunta, tratar de responderla de la mejor manera posible. No podremos estar completamente satisfechos con la respuesta, pero hay que intentar estar satisfechos con el camino que nos llevó a ella.

10 noviembre 2009

Fragmentos de una grande y penosa confesión


Hoy la vida es oscura, gris y amarga, no quiere que la viva, me aleja de ella. ¿Qué puedo hacer? Me puedo aferrar a ella y hacer, forzarla a aceptarme nuevamente. También podría dejar que la corriente me arrastre sin un destino fijo. Pero la vida, por ser mujer, no se debe forzar, hay que conquistarla. He pasado un largo periodo de felicidad que, al parecer, ha caducado. Lo quiera o no, sólo queda seguir adelante, planear nuevas cosas y esperar que éstas sucedan. Por el momento mi vida se alejará de ella y se acercará a la filosofía, a la literatura y a la poesía.

09 noviembre 2009

Tal vez esté loco



Tal vez esté loco, sabes,
Pero me gusta creer que el amor aún existe.
Me gusta creer que un día, súbitamente,
Dos personas se dan cuenta
Que lo único que importa en esta vida
Se encuentra justamente frente a ellos.
No saben cómo llegaron a ese punto en el que
La vida sólo importa si se vive junto a esa persona.


Me gusta creer, como dicen, que todo el universo conspiró
Para que esas dos personas coincidieran, casi de manera imposible,
En una misma época, en un mismo tiempo y en el mismo lugar.
Me gusta creer, además, que la única razón para que todas las cosas,
De todos los mundos de todo el universo existan son esas dos personas.
Me gusta creer que si el cielo es azul como inmenso es el mar,
Que si el Sol sale todos los días y, mejor aún, si la Luna está ahí todas las noches,
Es únicamente por ellos.


Me gusta creer que la soledad es uno de los bienes más preciados
Sobre todo si se tiene a esa persona para compartirla.
Me gusta creer que toda la felicidad del universo cabe en cinco letras y en un beso.
Me gusta creer que cuando te veo a los ojos no es porque vea mi reflejo en ellos
Sino porque cuando lo hago puedo contemplar la eternidad.
Me gusta creer que me amas tal y como yo te amo a ti.
Pero me gusta, sobre todo, creer que ese amor va a durar, al menos, para siempre.
Tal vez esté loco, sabes,
Pero me gusta creer que el amor aún existe.

04 noviembre 2009

A propósito de Luz y Fuerza del Centro

En su texto de despedida de La Crónica, el doctor Fernando Escalante se preguntaba qué cabría esperar de una columna semanal, qué puede hacerse o qué debe hacerse con ella, cómo evitar que termine asimilándose a ese parloteo engañoso de adivinos y de agencias de publicidad. Planteaba, aún en ese último texto a manera de tentativa, que a uno le corresponde a veces opinar, razonar y explicar una opinión, a veces denunciar, revelar algo que queda oculto o que no se ve del todo bien, buscar información nueva o distinta, proponer conjeturas, contrastes, a veces ayudar a esclarecer la coyuntura o sugerir una interpretación. Aclaraba que no es posible decir la Verdad, en primer lugar, porque no existe tal cosa como la Verdad, unívoca, homogénea, clara y unidireccional. En segundo lugar, la imposibilidad de decir la Verdad se debe a que una opinión o una conjetura no pueden ser verdaderas ni falsas, pero sí hay un criterio –el único– para evitar que lo que uno dice resulte engañoso: dialogar, discutir, confrontar lo que uno piensa con lo que piensan y publican otros, y permitir que el público juzgue, razone, evalúe por su cuenta, es decir, que exista de verdad como público. Este texto de despedida apareció publicado en La Crónica el día 24 de enero de 2007. En ese entonces el doctor Escalante concluía que eso no lo hay en México. Sólo rara vez y casi por error el autor de una columna se digna a mirar a los lados, a lo que escribe alguien en la página siguiente o en otro periódico; en lugar de vida pública tenemos una colección de párrocos, hablando cada uno desde su púlpito, para sus fieles. También eso es engañoso, es un simulacro, pero ¿quién lo dice?

A propósito de lo que ha sucedido con Luz y Fuerza del Centro (LyFC) y con el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), es posible trasladar la conclusión del doctor Escalante a nuestros días. Eso, el dialogo, el debate, la confrontación de lo que uno piensa con lo que piensan y publican otros, así como la reflexión y el razonamiento por parte del público, eso no lo hay. Está claro que la religión política de muchos, su fanatismo, les impide la duda elemental sobre el tema, una duda razonable. Cada uno, desde su trinchera, está dispuesto a defender, no ya su opinión, sino la Verdad (como si tal cosa existiera), hasta las últimas consecuencias, condenándose así a defenderla a pesar del ridículo y del error. Hay algunas reflexiones que bien vale la pena presentar, a propósito de la liquidación de Luz y Fuerza del Centro, en un esfuerzo por contribuir así al debate público.

El hecho incontrovertible en esta situación es que LyFC era una empresa fallida. José Antonio Crespo afirma que la empresa es un auténtico elefante blanco, torpe e ineficiente, que devora cerca de 40 mil millones de pesos al año, emplea cinco veces más el personal que el requerido y ofrece a sus trabajadores privilegios injustificables que se disfrazan de “nacionalismo energético” y “autonomía sindical”. Por su parte, para René Delgado, el SME defiende privilegios, no derechos, supuestas conquistas que junto con la mala administración de la empresa terminaron por quebrar precisamente la fuente de trabajo. Sexenio tras sexenio ha resistido el saneamiento de la empresa hasta hacerla inviable, y eso vulnera el principal derecho laboral: el trabajo. Los gobiernos, continúa Crespo, han sido corresponsables de tales canonjías, es cierto, pero por eso mismo procede ponerles término.

La mejor demostración de la crisis que vivía LyFC, afirma Jorge Fernández Menéndez, es que la liquidación de la empresa y de todos sus trabajadores equivale a un tercio de lo que se entregó este año de subsidio para el gasto corriente de la misma: 42 mil millones recibió Luz y Fuerza de subsidio y la liquidación de su contrato colectivo costará 16 mil millones, más otros cuatro mil millones que se destinarán al pago de compensaciones adicionales para sus trabajadores. A pesar de esto, también se ha argumentado, y con razón, que no conviene dejar sin empleo a miles de trabajadores, menos en plena crisis. Es lo malo, afirma Crespo, de crear más plazas de las estrictamente necesarias, característica típica de los monopolios públicos, como también ocurre con Pemex. Cualquier empleo debe poder financiarse con recursos sanos, y no viviendo parasitariamente de recursos públicos, como lo hacía LyFC, situación que llevó a la quiebra a la empresa. Sin duda alguna que hubiera sido mejor tomar la decisión de la extinción de LyFC en época de vacas gordas —como lo fue el sexenio de Vicente Fox— para facilitar a los despedidos encontrar un nuevo empleo. Lástima que en México las decisiones no se tomen en el momento más adecuado, sino hasta que se tiene el agua hasta el cuello. Pero, concluye Crespo, me parece peor que tales decisiones jamás se tomen. Debe crecer y fortalecerse la exigencia social de que otras decisiones en torno a otras empresas quebradas y otros grupos privilegiados, sean igualmente tomadas.

La decisión de extinguir LyFC también ha generado la inconformidad de ciertos actores que es necesario examinar. A decir de Crespo, pareciera que para la izquierda, entre los extremos de mantener empresas públicas en profunda ineficiencia y su entrega a las transnacionales no existen opciones intermedias. Ante la eterna amenaza de la privatización total, mejor la quiebra financiera ad infinitum. O el añejo populismo corporativo o el entreguismo incondicional. En México no puede avanzarse hacia una posición de mayor equilibrio y racionalidad sin que se denuncie como un “primer paso” para la entrega de la empresa al imperialismo transnacional. Así las cosas, resulta suspicaz que sea justo ahora, una vez que ha sido liquidada la empresa pública, que el SME, a partir de los planteamientos de sus dirigentes, se erija como defensor del pueblo de México. Es sólo ahora cuando esos personajes, encabezados por Martín Esparza, encuentran como por arte de magia, las listas en donde es posible demostrar quiénes son aquellas personas, físicas o morales, que no han pagado la luz por años. Insisto, resulta francamente sospechoso que sea justo ahora cuando esa información se da a conocer por parte del SME. O bien, es una muestra más de la ineficiencia de los trabajadores de la extinta LyFC, que no contaban con esa información, o más bien es la evidencia de las redes de corrupción que se tejían en torno a la empresa. Sea cual fuere la respuesta, sería complicado, si no es que hasta hipócrita, autoerigirse como defensores del pueblo con tales antecedentes.

Revisemos ahora algunas afirmaciones de aquellos que se han integrado a las inconformidades que encabeza el SME. Basta revisar un poco las columnas de La Jornada para darse cuenta del tipo de discurso que manejan. No hay una sola frase, ni siquiera una palabra, que haga referencia a la corrupción del sindicato, a la ineficiencia de los trabajadores, a los privilegios que éstos tenían. No. La decisión, más bien, es presentada en esos textos como una afrenta más de los de allá, los de mero arriba. Hay por tanto una percepción de agravio que alimenta la inconformidad de ciertos grupos de la sociedad. Tampoco hay ninguna referencia a los usuarios de la extinta empresa, ni a los abusos a que fuimos sometidos por tanto tiempo: el mal servicio, la corrupción, altos cobros, malas mediciones. Habría que suponer que para quienes manejan esta visión nosotros, en tanto usuarios de la desaparecida empresa pública, no formaríamos parte de eso a lo que llaman ‘pueblo de México’. Éste es, a grandes rasgos, el discurso que se ha articulado para expresar la inconformidad por la decisión de extinguir LyFC. Bastante simple, parcial, y que únicamente funciona para dar sustento a los argumentos y conclusiones de estos actores, pero que de poco sirve para poder comprender a cabalidad las verdaderas dimensiones de la situación. Cuando de pronto, y de un plumazo, ese sentimiento de agravio del SME es presentado como un agravio hacia el pueblo de México, el discurso, francamente, comienza a hacer agua. Otro argumento más, éste presentado por Martín Esparza ante la acusación de una ciudadana, es el que sostiene que los trabajadores no recibían en su sueldo ni un centavo proveniente de nuestros impuestos, que todo lo que recibían era producto de su trabajo. Teóricamente así tendría que ser, que cada empleo estuviera respaldado por recursos sanos, como mencionaba Crespo. Sin embargo, una empresa pública que funcionaba desde hace bastante tiempo en números rojos, y que además era capaz de dar a sus trabajadores la clase de privilegios y prerrogativas que tenían los trabajadores del SME, no se podría sostener a no ser que lo hiciera con los recursos públicos que se le inyectaban año con año, recursos públicos provenientes de nuestros impuestos. Así, el argumento de Esparza que teóricamente no tiene falla, choca irremediablemente con la evidencia de la realidad. De la misma manera, Porfirio Muñoz Ledo, en su programa de canal 34 de TV Mexiquense, concluía con una de sus ya famosas sentencias, punch line en que explica todo y elimina toda posibilidad de duda, que ‘ahora resulta que el gobierno y todo aquel que apoye la decisión de extinguir LyFC quieren eliminar los derechos laborales de los trabajadores del SME y, en lugar de que se buscara que todos tengamos esos mismos beneficios, se quiere traer a los trabajadores electricistas a las mismas condiciones precarias en que vive la mayoría de la sociedad’. Nuevamente, esta afirmación deja de lado que esos derechos laborales a que alude Muñoz Ledo son posibles únicamente en la medida en que dependen de los recursos públicos que se han destinado por tantos años a mantener a esa empresa fallida que fue LyFC. Por tanto, y tras un breve análisis de los argumentos en que se ha articulado la inconformidad por la extinción de LyFC, resulta francamente sospechoso que la defensa del pueblo mexicano pase por la defensa de los privilegios de los trabajadores del SME, a costa de los recursos públicos que todos aportamos y que bien podrían ser invertidos en cuestiones más importantes que en la construcción de un complejo deportivo con la asesoría de la NBA, por ejemplo. Exactamente la misma argumentación cabría para el caso de la educación: que, ineludiblemente, la defensa del pueblo mexicano pasa por la defensa de las prerrogativas que tienen los miembros del SNTE, de vender o heredar sus plazas, de recibir constantemente más recursos, independientemente de que aumenten su productividad o la calidad de la educación, o que dejen de dar clases a los niños para acudir a marchas y demás manifestaciones. Es exactamente el mismo discurso.
Ahora bien, tampoco podemos pecar de ingenuidad y caer directamente en el polo opuesto. Sería un error suponer que el gobierno federal, al tomar esta decisión, manejó como criterio fundamental el bienestar de los mexicanos. Tan corrupta, ineficiente e inviable era LyFC en 2009, como lo era en 2008 o en 2007 o en el sexenio anterior. La decisión pasa más bien por un criterio de eficiencia en el gasto público ante la crisis económica que atravesamos. Tampoco podemos obviar temas como el uso de la infraestructura ya establecida para proveer a los usuarios del triple play, concesión que al parecer el gobierno federal pretende otorgar a una empresa cuyos representantes legales son dos exsecretarios del gobierno federal durante la administración foxista. Como ciudadanos debemos estar siempre al pendiente del uso que se haga de los recursos y de los bienes públicos. Que éstos no se utilicen para beneficiar a unos cuantos, sean éstos altos funcionarios del gobierno o del poder legislativo o de importantes empresas trasnacionales, pero tampoco para el beneficio exclusivo de sindicatos corruptos e ineficientes que lejos de buscar el bienestar de los mexicanos sólo intentan conseguir mayores privilegios. Ante este escenario, y no con un afán concluyente, sino más bien para dar inicio a un debate con contenido, la afirmación de Fernández Menéndez me parece pertinente: no será fácil, pero esperemos que la liquidación de LyFC sea el primer paso para dejar de derrochar el dinero que no tenemos.

02 noviembre 2009

El último amor


Tú serás mi último amor. Tal vez eres el primero porque jamás antes de conocerte experimenté esta embriaguez dulcísima que me hace cerrar los ojos para retener en el cristal de mi retina tu imagen adorada.

Yo he presentido tu presencia en muchos corazones pero fue sólo el tuyo el que me hizo la ofrenda suprema del amor.

Ahora sé que no he amado a nadie antes que a ti, porque nadie logró hacer de mí un ser sin voluntad.

Entre tus brazos no soy sino una criatura frágil que se acurruca tímidamente, feliz de sentir el calor de tu pecho.

Tú serás mi último amor. Cuando te alejes de mi vida, las sombras descenderán sobre mi espíritu como la noche sobre mi destino.

25 septiembre 2009

¿Quién quiere ser publicado?

Leí en alguna ocasión que un verdadero escritor desprecia, tiene que despreciar, el dinero y la fama y el poder porque vive dedicado a algo superior, enteramente distinto. En estos tiempos en que el valor de la vida se mide en función del éxito, vale la pena reflexionar sobre esta cuestión.

La primera pregunta que se debe responder, sin embargo, es la de por qué escribir. No se trata, como inocentemente pueden pensar algunos, de una cuestión de vocación, o de alguna ambición, una meta por llegar a ser algún día un escritor. Como dice Onetti, aquellos que parten de cualquiera de estas equivocaciones mantienen, a fuerza de voluntad, el afán de ser escritores. Para ellos, libro tras libro, estilo tras estilo, moda tras moda, lo importante, la meta, es alcanzar nombradía, prestigio, popularidad.

La cuestión es más sencilla, pero de mayor trascendencia. Uno escribe porque siente el deseo imperativo de hacerlo, y no puede escapar de él, se trata de algo imposible de postergar. Vamos, afirma Onetti, es una necesidad. Hay que escribir sin pensar jamás en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o esposa. Ni siquiera en el lector hipotético. Escribir, concluye Onetti, siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar.

Si tu obra es buena, si es verdadera, tendrá su eco, su lugar, en seis meses, seis años, o después de ti. ¡Qué importa!... El escritor, nos recuerda Flaubert, no busca el reconocimiento ni la popularidad, eso no satisface sino a vanidades muy mediocres. Proust y Joyce fueron despreciados cuando asomaron la nariz, remata Onetti, hoy son genios.

Hasta aquí, la cuestión de ser publicado es poco menos que irrelevante. Pero, ¿quién no tiene algunas líneas para publicar? No ya porque sienta ese deseo impostergable e ineludible, esa necesidad; o porque alberga la creencia, en muchas ocasiones alimentada por los suyos, de ser bueno para escribir. No. Hemos alcanzado el punto en que se publica porque se puede hacerlo, y nada más. Es el triste despertar a una realidad desolada.

22 septiembre 2009

¿Cómo hemos llegado a crear una sociedad tan estúpida?

Nuestra capacidad para escandalizarse tiene el grave defecto de debilitarse y hasta extinguirse con el hábito. De pronto, y sin habernos percatado de ello antes, nos descubrimos como seres insensibles que no reaccionan ante hechos que de otra manera tendrían que resultar sobrecogedores. En horas recientes, hemos presenciado una y otra vez, hasta el hartazgo, las imágenes en que un hombre es despojado de la vida. No voy a discutir si la acción de este hombre fue heroica o no; ni es el lugar ni soy nadie para hacerlo. En mi particular opinión, en el hecho hay muy poco que pueda ser señalado como heroico y se trata más bien de un sinsentido mas del destino, de un absurdo mas de la vida. Si se envía a alguien a salvar al mundo, es necesario antes, asegurarse que a esa persona le guste el mundo tal como es. Ignoro si don Esteban Cervantes Barrera estaba a gusto y satisfecho con el estado de cosas que imperan en el mundo, aunque tengo mis dudas de que haya sido así.

La decisión de don Esteban de sacrificar su vida en nombre de algo, cualquier cosa que hubiera sido, merece todo mi respeto. Sin embargo, en el análisis y la discusión que se han dado a partir de este hecho, esta decisión ha quedado fuera de la ecuación. Lo relevante para mí, lo que merece todo el respeto es la decisión de ofrendar su vida; la idea que guió su mente al momento de tomar esa decisión es algo que viene después, es algo que está a reserva de ser analizado, con lo que podemos estar de acuerdo o no, pero ya se trata de algo diferente, de algo posterior. Me explico. Muy probablemente, y dados los antecedentes de don Esteban, su acción estuvo guiada en mayor medida por un sentimiento de naturaleza religiosa, fundamentado más bien en los valores de la fe que profesaba antes que en consideraciones cívicas. Sin embargo, en el análisis que se ha dado en la esfera pública, se ha resaltado precisamente esto último, su consciencia y valor cívicos, dejando completamente de lado el aspecto religioso. No se trata, sin embargo, de una operación inocente. Al dar preponderancia al valor cívico se hace una inversión total de los hechos: lo relevante deja de ser la decisión personal de don Esteban de sacrificar su vida por algo (es más, desde ese momento, tras la muerte del individuo, esa decisión deja de ser relevante), y lo principal, de ese punto en adelante, pasa a ser la sociedad, su defensa y su conservación: ahí radica el tan aludido heroísmo.

El caso de don Esteban, si bien es sugestivo, está lejos de ser una excepción. Sistemáticamente, surgen casos que deberían hacernos estremecer por completo, alterar de manera sustancial la forma en que nos enfrentamos a la realidad. Lo interesante, sin embargo, es que nada de esto sucede. Da lo mismo que la seguridad del país sea violada por un pastor boliviano armado con unas latas de jugo, que amenazó con hacer explotar el avión en que viajaba, y da lo mismo que hubiera explotado; es irrelevante también, que el Estado mexicano se encuentre en guerra con las diversas organizaciones del narcotráfico, si en todo el país, a todos los niveles, existen vínculos con esas organizaciones que han convertido la relación con el Estado en una de tipo simbiótico; da lo mismo, también, que exista un líder social, la mayor oposición al régimen a decir de muchos, que no ha tenido trabajo alguno en años y que sin embargo es capaz de obtener recursos públicos del congreso (dentro del rango de 20 a 50 millones de pesos) de los cuales, por supuesto, no declara impuestos; da lo mismo que en el mundo exista la preocupación por el calentamiento global o por el medio ambiente si, al final, en el largo plazo, todo se va a terminar irremediablemente; da lo mismo que existan, año con año, peticiones y manifestaciones por la defensa y protección de focas, ballenas o delfines, animalitos tan lindos éstos, pero que no resulte tan llamativo emprender estas acciones por otra clase de seres vivos; en fin, todo da lo mismo, y la lista da para que cada quien la amplíe a su gusto y consideración.

Ante un escenario así no nos queda mas que intentar analizar esta sensación de estafa que se va adueñando de todo. Tenemos la sospecha de que algo está mal, que ha estado mal desde siempre y que no hay muchas posibilidades de que la cosa vaya a mejorar. Nuestra primera reacción, tal vez a manera de instinto de supervivencia, nos lleva a pensar en una improbable edad de oro, en un tiempo pretérito en el que todo fue mejor. Basta con revisar la historia de la especie humana para desengañarse. Sin embargo, a estas alturas estamos más que listos para saber cómo será el final. En el lienzo en el que se plasme la síntesis de la especie humana, bastará con escribir: ¡QUÉ VERGÜENZA!

Concluyo estas líneas ofreciendo una disculpa a mis pocos lectores por este texto. Me invaden la amargura y el escepticismo de la derrota, visitantes ambos que me tienen sin ánimos para inventarme entusiasmos. Fuera de beber, no hay mucho que pueda hacer. No hay nada novedoso que se pueda escribir. A lo más a que podemos aspirar es a que aquello que salga de nuestra pluma sea coherente, que tenga algún sentido, sobre todo, para nosotros mismos.

Un capitán se hunde con su barco; pero nosotros, señores, no nos vamos a hundir. Estamos escorados y a la deriva, pero todavía no es naufragio.

15 septiembre 2009

Madurez

Madurez no es otra cosa que la decisión propia de someterse al absurdo y al ridículo, aceptar una sucesión de actos maquinales mientras se nos escapa la vida. Madurez equivale a anonimato, a la destrucción del proyecto trascendente que es la personalidad. La madurez precisa un naufragio en la indiferenciación del tiempo. Madurar implica conformarse con la insignificancia, con la poquedad, con la inutilidad de todo acto

07 septiembre 2009

Breve estudio sobre el fenómeno López Obrador

Andrés Manuel López Obrador es un personaje peculiar de la política mexicana. De orígenes priístas decidió, sin embargo, unirse al grupo político que conformaría en última instancia al Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989, ante la falta de espacios y de oportunidades para continuar su carrera en el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Señalado como un personaje de declaraciones y de acciones estridentes, posee entre sus atributos el autoritarismo, la intolerancia, la opacidad y el pragmatismo. A primera instancia, no parecería ser diferente a muchos de los políticos que tenemos en México. Ha logrado, sin embargo, consolidarse como un referente imprescindible en el imaginario colectivo de un segmento importante de la sociedad mexicana: es precisamente en este punto en el que radica la peculiaridad del personaje.

Desde cierto punto de vista, el tema no ofrece ninguna complicación: lo que hay es el predominio de la desvergüenza, la inmoralidad y la corrupción. Sin embargo, es el mensaje que transmite López Obrador el elemento a partir del cual ha crecido y se ha consolidado la imagen del personaje, llegando al extremo, incluso, de construir un aura de infalibilidad en torno suyo. Cualquier caracterización sobre el mensaje de AMLO, elaborada por mí o por cualquier otra persona, podría ser criticada, y con razón, de ser subjetiva, de no apegarse fielmente al discurso lopezobradorista y de ser una construcción confeccionada expresamente con la finalidad de atacar al personaje. Por tal razón, recurro a la fuente misma y reproduzco a continuación un ejemplo del mensaje de López Obrador, con motivo de las elecciones del pasado cinco de julio, elaborado por sus seguidores y difundido a través de Internet:


¿Qué nos pasó el domingo?
La transición fallida; el rosario de traiciones

¿Cómo se sentirían los chilenos si Augusto Pinochet, el dictador, el asesino, el corrupto, no sólo resucita sino que, además, vuelve al poder? ¿Y qué pensarían los españoles si Francisco Franco, merced a unas elecciones, a los propios votos de aquellos a los que mantuvo bajo su bota sin tomarles parecer sobre cosa alguna, se instalara de nuevo, con todos sus crímenes a cuestas, en el gobierno? ¿Con qué cara se presentarían ante el mundo los argentinos si el general Videla y sus secuaces, eludiendo la justicia, burlando el castigo, volvieran a dirigir los destinos de ese país? ¿Y los salvadoreños y los nicaragüenses cómo serían capaces de mirarse en el espejo si, en las urnas, víctimas de una súbita amnesia colectiva, hubieran elegido a personajes como Anastasio Somoza o Roberto Dabuisson para que, con las manos manchadas de sangre inocente y los bolsillos repletos de dinero del pueblo, se sentaran en la silla presidencial?

¿Qué debemos de pensar, de sentir entonces los mexicanos luego de que el domingo se alzara el PRI con la victoria en las elecciones intermedias preparándose así para lo que se antoja una irremediable restauración del régimen del partido de Estado que tanto daño hiciera a México? ¿Cómo presentarnos ante el mundo luego de que, tras un breve interludio de apenas nueve años de “vida democrática” vuelven a hacerse cargo de la conducción del país aquellos que por más de 70 años nos impusieron la corrupción como sistema de vida, la impunidad como norma? ¿Cómo mirarnos en el espejo después de haber llevado al umbral de la Presidencia, mediante el voto ciudadano, a aquellos mismos que durante decenios burlaron, torcieron, suplantaron la voluntad popular? ¿Qué nos pasó el domingo? ¿Cómo es que se fue al carajo la transición y volvimos de nuevo al pasado?

Antes que nada habría que decir, parafraseando a Goya y como para ensayar más que una explicación una disculpa por esta nueva y dolorosa vergüenza nacional, que la democracia como la razón, engendra monstruos y tanto así, que muchos votantes terminaron operando este domingo de elecciones –y porque tenían ante sí esa posibilidad; la de resucitar al PRI– bajo el influjo de la perversa lógica de que “es preferible traer un corrupto –como reza el dicho popular– que un pendejo encima”.

Pese a sus muchos delitos de lesa patria, pudo el PRI, tras la pérdida de la Presidencia de la República, lo que, por el bien de la Nación, debiera haber sellado su sepultura, no sólo seguir en pie sino acumular, además, el poder y la influencia suficientes para renovar y reconstruir por completo su entramado de complicidades y tener así, sólo que ahora, triste paradoja, validado por el voto libre y secreto, ese que tantas veces traicionara, una nueva oportunidad. Así se reafirma lo que a estas alturas es ya una verdad de Perogrullo: en nuestro país se produjo la alternancia, es cierto, pero jamás un verdadero proceso de transición a la democracia. No es el dinosaurio el que sigue ahí; es el antiguo régimen que no se resigna a morir.

Vicente Fox, Felipe Calderón y los panistas no tuvieron ni la voluntad ni el coraje, ni la inteligencia ni el patriotismo para conducir, desde el poder, la transformación del país. Ese fue el mandato que recibió Fox en las urnas; a la voluntad expresa de millones de mexicanos que votaron por el cambio, dio cínicamente la espalda. De esa primera traición refrendada con su intromisión ilegal en las elecciones del 2006, como si la democracia, de la que era beneficiario y supuestamente garante, se tratara sólo de imponer a su “tapado” a todo trance, es hijo el gobierno de Felipe Calderón. El que a votos mata a votos muere.

Aun teniendo Fox la evidencia suficiente y el respaldo popular como para –con el Pemexgate por ejemplo– demoler desde sus mismos cimientos, llevando al PRI ante la justicia, al régimen de partido de estado decidió mimetizarse con él, sustituirlo, emularlo en el peor de los casos. Urgidos pues de cimentar su propio poder no encontraron mejor camino los panistas que hacer suyos los mismos usos y costumbres de los priistas con los que se aliaron primero para gobernar y por supuesto, para cerrar el paso a quien se opusiera a sus designios. Poco tiempo, sólo durante la campaña electoral, pudieron actuar como rivales del PRI, pronto pasaron a ser sus cómplices; terminarán ahora siendo sus lacayos. Expertos en la coerción los priistas cobrarán caro a Calderón los servicios prestados.

La izquierda no pudo, por otro lado y desde una oposición digna y consistente, adquirir la fuerza y la solvencia necesarias para levantar el valladar que impidiera la vuelta al poder de aquellos que durante tantos años hicieron de México un botín. Para hacerse gobierno la izquierda que recurrió lamentablemente en muchos casos a los mismos trucos del PAN (Nueva Izquierda). En lugar de preservar sus principios, de mantener ese impulso ético; el compromiso con las mayorías empobrecidas, incapaz de reinventarse e inaugurar nuevos caminos estableció alianzas nocivas con esos que “sí saben cómo hacerlo” y tanto que terminó ayudándoles a pavimentar su camino de regreso (Nueva Izquierda).

Impune al fin, desde el Congreso y en tanto construye desde ahí la plataforma para conquistar de nuevo la Presidencia de la República, el PRI será otra vez gobierno. No necesita ya comparsas; se levanta legitimado y poderoso sin haber rendido jamás, ante nadie, cuenta de sus actos y sin haber pagado las consecuencias de los mismos. Triste historia la nuestra, víctimas de este rosario interminable de traiciones.



Con tan sólo un poco de atención y seriedad que se pongan en la lectura del texto reproducido, salta inmediatamente a la vista del lector la construcción tramposa del discurso: el uso parcial y selectivo que se hace de las referencias históricas, la falta de consistencia al abordar el tema de la transición democrática en México, la ausencia total de una referencia a su papel como actores en este proceso y, por tanto, su elusión de toda responsabilidad en el mismo, la construcción de una visión maniquea de la historia política reciente en México, su desprecio por aquello que es fundamental en toda democracia: el voto y la decisión de los ciudadanos, la construcción de identidades individuales de sus enemigos quienes, en última instancia, son responsables de los problemas que aquejan al país. Lo que me interesa abordar en este texto, sin embargo, no es la fraudulenta construcción del discurso de López Obrador, sino el impacto que éste ha tenido en un segmento considerable de la sociedad mexicana, a grado tal que AMLO se ha consolidado como un referente ineludible en el análisis de las dinámicas políticas actuales en el país.

El mérito mayor de López Obrador es quizá el de haber sido el único actor capaz de dotar de significado a la realidad política de México durante los años que van del siglo XXI. De poco le sirve al grueso de una sociedad cualquiera, sea ésta la de México, Francia, Estados Unidos o la de cualquier otro país, hablar en abstracto de democracia. Así tratada, es únicamente un concepto que poco tiene que ver con lo que sucede en la vida cotidiana. Es necesario dotarla de contenido y hacerla operativa; que no se limite a permanecer como un concepto abstracto que flota en el éter público, sino que se materialice en hechos concretos. Igualmente importante es la construcción de significados compartidos, que hagan inteligible la experiencia de una convivencia en común. Sin estas dos premisas fundamentales la democracia se vuelve incapaz de dotar de sentido las experiencias cotidianas, y una política que descuida la producción de significados compartidos se vuelve insignificante.

Así, la incertidumbre y el descontento que ocupan la esfera pública se pueden entender si se considera que un segmento importante de la sociedad carece de los referentes simbólicos mínimos que le permitan aprehender la realidad y percibirla como algo propio, como algo construido por los propios individuos que conforman esa sociedad, como el resultado de una trayectoria histórica que ha sido construida a lo largo del tiempo. Ante tal carencia, la realidad es percibida más bien como una opresión en la cual estos individuos no han tenido ninguna participación, de la cual son víctimas y ante la cual no es posible hacer nada. La democracia, tal como se ha desarrollado en México, no ha sabido dar nombre ni claves interpretativas que aporten inteligibilidad a los cambios emprendidos. Ha faltado narrar un “cuento de México”, un relato que ayude a los individuos a visualizar su biografía personal como parte de una trayectoria histórica.

En esto radica el mérito de López Obrador, ya que ha sido el único actor político que ha logrado construir los referentes simbólicos que sean capaces de dotar de significado a la experiencia de la convivencia colectiva de los individuos. Independientemente de que dicha construcción sea arbitraria o falaz, lo interesante de este fenómeno es que ha sido capaz de que la realidad adquiera sentido para una parte considerable de los individuos de la sociedad. Permítaseme abordar un aspecto central para esta construcción de significados a partir del discurso lopezobradorista. El eje articulador del discurso de López Obrador es la percepción de agravio, la cual se concentra principalmente en la esfera política, pero que también se puede hacer extensiva a todas y cada una de las demás esferas de la vida de los individuos. Así, a partir de los agravios sufridos y/o percibidos por los individuos, se construye una retórica justiciera en donde es evidente quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores de los procesos económicos, políticos y sociales de México. La trayectoria que se construye a partir del discurso de AMLO habla de un país capturado por una élite corrupta, que ha monopolizado la riqueza y el progreso a costa de la pobreza del pueblo. Se establece, a partir de esta idea, que en realidad no ha habido ningún cambio, que no se ha dado la transición a la democracia, que los beneficiarios de dicho sistema son los que siempre han estado ahí, que además son fácilmente identificables, con rostro y nombre, que forman parte de un mismo grupo y que son los responsables de las condiciones en las que sobrevive el pueblo. Así, el mapa mental que se desprende de este discurso construido a partir de una idea de agravio, lleva a los individuos a la sospecha de haber quedado al margen: decir que “las cosas siguen iguales” insinúa que los cambios no tienen significación en la vida cotidiana de la gente. La idea del fraude, por ejemplo, que tanto éxito tuvo después de las elecciones del año 2006, fue construida sobre una percepción de agravio que, sin embargo, no se limitaba a hechos sucedidos únicamente durante ese proceso electoral, sino que se alimentaba de la percepción de agravio sentida por muchos individuos en ámbitos tan diversos como el político, el económico, el social, el educativo, el laboral. De pronto, lo que empezó como una argumentación electoral se fue transformando en una de naturaleza diversa: el fraude no se refería ya únicamente, ni siquiera principalmente, al robo de votos, sino que el fraude comenzó a significar la falta de oportunidades para mejorar económicamente, la falta de oportunidades para estudiar o para conseguir empleo, para mejorar su calidad de vida.

Este discurso, que al parecer es el único que ha tenido éxito en dotar de significado a la realidad experimentada por los individuos en lo que va del siglo falla, sin embargo, al ser confrontado con la realidad. De una naturaleza absolutamente simplista y reduccionista, el discurso de López Obrador mantiene contactos muy endebles con la realidad. Si bien, según el discurso de AMLO, los culpables de la situación en México son fácilmente identificables, tienen rostro y nombre (Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox o Felipe Calderón, por mencionar sólo algunos) la relación que se ha tenido a lo largo de los años con estos personajes es al menos ambigua: el círculo cercano de López Obrador está compuesto, principalmente, por expriístas de dos grupos, por un lado están aquellos que representan el populismo clásico del PRI de la década de 1970 y, por el otro, se encuentran aquellos personajes que colaboraron estrechamente con Carlos Salinas de Gortari. También se puede citar el ejemplo de Porfirio Muñoz Ledo quien, cabe recordar, durante el proceso electoral del año 2000 declinó su candidatura presidencial a favor de Vicente Fox e incluso llamó a Cuauhtémoc Cárdenas “traidor a la democracia” por rehusarse a hacer lo mismo. Finalmente, en un caso que aún debe ser estudiado a mayor profundidad, durante la crisis de la influenza AH1N1 existió una relación comprometedora en la que Manuel Camacho Solís decidió seguir el juego del gobierno espurio de Calderón al enfermar de dicho virus, cuando López Obrador había decretado que todo eso no era más que una payasada, una invención más de Felipe Calderón.

En conclusión, para la visión del mundo que se desprende a partir del discurso de López Obrador es preciso el acato total. “La ‘memoria histórica’ –por poco escrupulosa que pueda parecer su confección– ha de adquirir un poder de sugestión y convicción, una realidad tan inapelable como la realidad material, cruenta, de las acciones perpetradas por el antagonismo. De ahí que la fe en la verdad de esa ‘memoria histórica’ no pueda ser una creencia neutra y desapasionada, sino un compromiso juramentado con su inapelabilidad”. Es evidente que los individuos requieren de un imaginario del “Nosotros” para llegar a experimentar los procesos de cambio como el resultado de su propia acción. Sin embargo, la construcción de un imaginario colectivo, así como la de referentes simbólicos que den significado a la convivencia en común, son tareas que la democracia mexicana ha descuidado. Así, ante este vacío, el discurso de López Obrador ha surgido como un elemento interpretativo que dota de sentido y da significado a la arbitrariedad que presenta la realidad política: he ahí el mérito del personaje. En tanto no existan otras fuentes que aporten elementos interpretativos para tratar de reducir la complejidad de la realidad, López Obrador seguirá ocupando un papel preponderante en la escena política, ya sea como líder a seguir o como argumento a refutar, pero seguirá siendo un elemento ineludible en la comprensión de la dinámica política en México.

01 septiembre 2009

Onetti (Mediocridad)

“Estamos en pleno reino de la mediocridad. Y no hay esperanzas de salir de esto. Los “nuevos” sólo aspiran a que algunos de los inconmovibles fantasmones que ofician de Papas les digan una palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido facturados expresamente para alcanzar ese alto destino. Hay sólo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos”.

31 agosto 2009

Palabras


Lo que pides no es menor. De hecho puede llegar a ser un asunto bastante grave. Las palabras, como las letras y las ideas, son cosas que pocas personas se toman en serio; de ahí la relevancia que adquieren. Una vez que se han dicho, allí están. No pueden retirarse, y es casi indiferente que provoquen una felicidad, un estorbo o una calamidad. Han sido dichas ya, y el estado que el evento inaugura es irremediablemente otro. En esa condición trágica la prenda obligatoria es la palabra. Es preciso que sea dicha, y que lo sea no habiéndolo sido antes. El decir adquiere así un valor emblemático y fatal. ¿Me pides mis palabras? En cualquier otra circunstancia no dudaría en negarlas. No lo haría, sin embargo, por creer que son merecedoras de especial consideración. Se trata, más bien, de que las considero, ideas, letras y palabras, aún un trabajo incompleto que no puede, no debe, mostrarse. En esta ocasión, sin embargo, he decidido, más valdría decir que me has convencido a hacerlo. De entrada, parece ser una oferta afortunada: tu humana condición por mis palabras. Veamos a donde nos lleva esto.

Sea.

25 agosto 2009

ElecToral 2009



Aprovecho estas líneas para compartir la reciente publicación del artículo "El proceso electoral en Querétaro: la trascendencia de las campañas" en la Gaceta ElecToral 2009, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.


También, quiero expresar mi agradecimiento hacia Jesús Miguel Islas Santiago por la invitación para colaborar en este proyecto.


20 agosto 2009

Pecios (Onetti)


Tal vez nos convirtamos en sirvientes de la Cibernética. Pero sentimos que siempre sobrevivirá en algún lugar de la tierra un hombre distraído que dedique más horas al ensueño que al sueño o al trabajo y que no tenga otro remedio para no perecer como ser humano que el de inventar y contar historias. También estamos seguros de que ese hipotético y futuro antisocial encontrará un público afectado por el mismo veneno que se reúna para rodearlo y escucharlo mentir. Y será imprescindible –lo vaticinamos con la seguridad de que nunca oiremos ser desmentidos– que ese supuesto sobreviviente preferirá hablar con la mayor claridad que le sea posible de la absurda aventura que significa el paso de la gente sobre la tierra. Y que evitará, también dentro de lo posible, mortificar a sus oyentes con literatosis.

14 agosto 2009

La guerra contra el narcotráfico

Hoy como nunca antes en la historia nacional el Estado mexicano enfrenta una guerra que amenaza su existencia. Se trata de una amenaza real, palpable, que es visible para todos y que tiene la capacidad de afectar todas y cada una de las esferas de la vida, pública y privada, de los individuos de la sociedad mexicana. Si bien los factores que nos han conducido hasta este punto son diversos, de distintos orígenes y de magnitud variable, lo cierto es que la situación en que se encuentra el país es crítica. De algo podemos estar seguros, sin embargo, y es que las condiciones empeorarán de manera significativa antes de que comiencen siquiera a mejorar un poco. Ante este escenario el Estado mexicano debe asumir un compromiso de la más elevada potestad de que sea capaz, ya que lo que está en juego es el futuro mismo del país.

La señal de alarma es la violencia. Para nadie debería ser nuevo que actividades como el contrabando y el tráfico de determinados productos, desde el tabaco, pasando por las bebidas alcohólicas, las drogas, hasta llegar a productos suntuosos, hayan estado presentes en la historia de México. Ya sea porque se tratara de productos cuya comercialización hubiera estado prohibida, o que fueran de difícil adquisición, o que se introdujeran al país provenientes desde otros lugares, incluso desde otros continentes para su circulación en el nuestro, lo cierto es que tanto el contrabando como el tráfico de mercancías han estado presentes en las dinámicas económicas de México a lo largo de la historia. Lo novedoso del fenómeno consiste, pues, en las altas tasas de violencia que lo acompañan. Conviene detenerse un poco en este punto.

La situación en México, como bien lo explica el doctor Fernando Escalante, presenta una configuración en la que coinciden dos fenómenos: por un lado, la debilidad del Estado mexicano y, por el otro, la exis­tencia de organizaciones criminales con un negocio millonario. La debilidad del Estado, afirma Escalante, es casi un dato que puede darse por descontado. Cualquiera de los indicadores que se quie­ra emplear dirá prácticamente lo mismo: el Estado tiene recursos insuficientes para cumplir incluso con tareas básicas; su base fiscal es peque­ña, precaria y volátil; carece de un servicio civil sólido, profesional, bien equipado; y no puede contar con una obediencia inmediata, incondicional y uniforme de la legalidad. Ante este escenario, y al añadir la presencia de distintas organizaciones del narcotráfico en diversas partes del territorio nacional, la disputa que se genera es la más elemental: aquella por el control sobre el espacio.

La amenaza que plantean las organizaciones del narcotráfico al Estado mexicano no es, sin embargo, de naturaleza política. Es decir, estas organizaciones no se plantean como objetivo su ascenso al poder, a posiciones de toma de decisión desde las cuales tuvieran la posibilidad de diversificar su cartera de negocios o incluso de aumentar sus ganancias. La lógica de los carteles de la droga transita por otras vías y únicamente aprovecha las debilidades o fallas del Estado para fortalecer sus posiciones y obtener así mayores utilidades de su negocio. Si descomponen la estructura estatal a través de la corrupción de funcionarios públicos, por ejemplo, no es con el afán de apoderarse de la misma sino de fortalecerse frente al desmoronamiento y la desorganización del Estado. Por tanto, se podría afirmar, sin demasiadas dificultades, que la amenaza que plantean las organizaciones del narcotráfico a la soberanía del Estado mexicano pasa más por el dominio de diferentes partes del territorio nacional, que por una amenaza política. Asistimos, pues, a la disputa por el monopolio de la violencia física legítima dentro de diversos territorios determinados.

Sin embargo, hasta este punto, la imagen que se tiene de las organizaciones del narcotráfico, o de los distintos carteles de la droga, puede ser engañosa y desorientar un poco. Conviene, pues, detenerse en este punto. Como afirma Fernando Escalante, lo más frecuente –en la prensa, en los discursos políticos, y también en algunos trabajos académicos– es que se recurra a la imagen de unos cuantos carteles que controlarían un negocio de 100.000 millones de dólares anuales. Y se habla de capos y ajustes de cuentas y demás, con una ima­ginería tomada de El Padrino. Pero la realidad es un poco más complicada. Para empezar, los 100.000 millones de dólares del negocio son una fantasía, una cifra más que dudosa, construida a partir de indicadores muy poco con­fiables y muy obviamente sesgados (el dato proviene de la Agencia Antidro­gas de Estados Unidos, DEA, por sus siglas en inglés). Los ajustes y las correc­ciones que se han hecho reducen la cifra a la mitad por lo menos. Por otra parte, en la composición del precio final de la droga, más de 70% corresponde a los últimos dos tramos: distribución local y minorista; es decir, el gran ne­gocio no es el del contrabando, aunque siga siendo un negocio millonario. Hay que tomar en cuenta también que rara vez existe una «integración verti­cal» que incluya cultivo, procesamiento, contrabando, distribución y venta al menudeo. Los controles de puertos y fronteras favorecen una concentración relativa del contrabando en los grupos mejor organizados, pero el único tra­mo en que hay una posibilidad más o menos obvia de control monopólico es la venta al menudeo, que es un negocio rigurosamente local. Todo ello significa, concluye Escalante, que el narcotráfico no tiene una organización uniforme: su arraigo en la sociedad es muy distinto en cada uno de los tramos, y sus prác­ticas también. Es distinta su forma de actuar y muy variable el volumen del negocio en la producción de marihuana, amapola, cocaína, en laboratorios, rutas, puertos o mercado, en lugares donde únicamente se siembra o donde sobre todo se arregla el tránsito.

Regresemos, finalmente, a la violencia del fenómeno, para intentar redondear este marco que nos permitirá analizar, de manera breve, la situación que atraviesa el país. La mezcla de todos los factores antes mencionados nos ha conducido a un escenario en el que el crimen organizado y el negocio de la droga se articulan para socavar la autoridad del Estado generando, en última instancia, que el conjunto de la vida social quede condicionado por la violencia. Muestras de violencia sistemática que se traducen en atentados, secuestros, extorsiones, asesinatos y ataques no ya sólo dirigidos hacia los representantes del Estado, sino también hacia la sociedad misma, situación intolerable, que genera indignación y que es, sin duda alguna, lo más preocupante del fenómeno. Ante este escenario, se esperaría una respuesta integral, articulada y consistente por parte de aquellas autoridades encargadas de hacer frente a la delincuencia organizada. Más aún, sería de esperar que se diseñara una política de Estado, que trascendiera las fronteras partidistas pero con la colaboración de todas y cada una de las fuerzas políticas del país, demostrando así su compromiso con el porvenir de México y con el bienestar de los ciudadanos. Sin embargo, la realidad que observamos día a día es diametralmente opuesta a estos planteamientos.

En fechas recientes, la guerra del gobierno del presidente Calderón en contra de las organizaciones del narcotráfico, particularmente en contra del cartel de la Familia de Michoacán, se ha recrudecido exponencialmente, poniendo de relieve la magnitud del conflicto que enfrenta el Estado mexicano. No se trata de una amenaza política, sino de una más básica: aquella por el control sobre el espacio. El ejemplo más claro es el que representa la autopista Siglo XXI, que conecta al puerto de Lázaro Cárdenas con la capital del estado, Michoacán, pasando por sitios como Infiernillo, Nueva Italia y Uruapan. El tránsito por esta vía está prohibido para los representantes del Estado, en particular para aquellos elementos del gobierno federal, ya sea policía federal o ejército, y el hacerlo conlleva el riesgo, por lo demás casi seguro, de sufrir una emboscada por parte de los sicarios del cartel de la Familia. A partir de este ejemplo se puede comprender más fácilmente el tipo de operación, de una naturaleza predatoria y no política, que desarrolla el cartel de la Familia, intimidando, extorsionando y atentando contra la integridad, seguridad, libertad y en última instancia, contra la vida de los miembros de la sociedad, cobrando ‘derecho de piso’. No pasa pues por la noción de ‘gobernar’, en su acepción más general, a la población de un territorio determinado, sino que se limita a reclamar para sí el monopolio de la violencia en ese territorio.

Este fenómeno adquiere tintes más dramáticos en el momento en que se da una articulación entre el crimen organizado y las autoridades, en todos los niveles de gobierno y de todos los partidos políticos. Tal situación deja al ciudadano en una indefensión total, ante ninguna instancia a la cual recurrir y sometido, ya sea, a la acción de las organizaciones del crimen organizado, o bien, a la omisión de la autoridad y a su falta de respuesta y de cumplimiento de sus obligaciones. Así, ya no es de sorprender que aparezcan acusaciones, por ejemplo, como las que señalan a Julio Cesar Godoy, medio hermano del gobernador del estado de Michoacán, Leonel Godoy, de ser operador del cartel de la Familia; o también las que señalan que durante la administración de Vicente Fox se benefició a Joaquín “El Chapo” Guzmán y a su organización delictiva concediéndole privilegios mientras se combatía a otras organizaciones del narcotráfico; o bien, el colmo del sinsentido, que familiares de personas identificadas como líderes de agrupaciones dedicadas al tráfico de drogas, o incluso miembros de dichas organizaciones identificados por los gobiernos de Estados Unidos y de México, sean beneficiarios de programas públicos, como los de la subrogación de guarderías del IMSS o también de PROCAMPO.

Más sorprendente resultan, o al menos así tendría que ser, las respuestas erráticas y oportunistas de los políticos en lo referente al tema de la guerra contra el narcotráfico. Es un tema en que, por principios, resulta políticamente incorrecto dejar leer entre líneas que no hay un compromiso total por la defensa de la soberanía del Estado: la postura de cada político debe ser contundente. Sin embargo, pocas veces sucede esto así. Un ejemplo claro se puede apreciar en las respuestas que generaron las declaraciones del secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, respecto al reto lanzado en contra del cartel de la Familia:

– Señores, los estamos esperando. Métanse con la autoridad y no con los ciudadanos.
La opinión generalizada de los legisladores de todos los partidos políticos (TODOS) trató este discurso del secretario de Gobernación del gobierno federal de México como una bravuconada. Se trató, a su parecer, de ‘expresiones inadecuadas’, ‘desafortunadas’, ‘lamentables’ y ‘censurables’. Faltaba más, a los señores narcotraficantes, que se merecen todo nuestro respeto, no podemos, cómo podríamos, hablarles como lo hizo el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, es poco cortés y resulta de una ‘altanería’ insoportable. Ante este escenario, de algo podemos estar seguros, y es que las condiciones empeorarán de manera significativa antes de que comiencen siquiera a mejorar un poco. La conclusión a la que llega el doctor Fernando Escalante parece muy pertinente: la sensación general de inseguridad que acusa la opinión mexicana tiene como referente concreto la violencia del crimen organizado, y con razón, pero traduce también un miedo mucho más difuso: el de una sociedad inestable, sumamente desigual, con un sistema político fragmentado, de futuro incier­to. Aunque no venga el caos, se anuncia tiempo nublado.

19 julio 2009

Pecios (como a manera de prólogo)

I

Leía, en alguna ocasión, a un autor del ‘star system’ mexicano. Le preguntaron sobre la influencia que había tenido en su obra la idea del suicidio y si acaso, alguna vez, pensó en ejecutarla. Inmediatamente, y demostrando con ello la agilidad propia de un intelectual, respondió que ninguna, y que, al ser él mismo un optimista empedernido, tenía la fuerza suficiente para aguantar cualquier cosa, hasta el final.



II

Tras semejante afirmación no pude evitar que se dibujara en mi rostro una sonrisa. Es evidente. El pretendido autor mentía. Se engañaba a sí mismo e intentaba engañar a sus entrevistadores. Hacía, de entrada, una valoración moral sobre el suicidio, descalificándolo, al desplegar su optimismo, su empedernido optimismo.



III

El optimismo no es más que una renuncia. El acuerdo para dejar de percibir la realidad tal cual es para comenzar a percibirla tal como nos gustaría que fuera. Lo que llaman ‘capacidad de ver las cosas buenas de cualquier situación’ no consiste más que en una forma sesgada de ver las cosas. El pesimismo, contrario a lo que la generalidad piensa, no es más que la resignación: sabemos que estamos condenados a la derrota, no hay manera en que podamos salir victoriosos de esta afrenta y, sin embargo, decidimos seguir en la lucha. Aceptamos de antemano el fracaso, pero no por ello estamos dispuestos a renunciar. Podrá ser el camino a la perdición, sí, pero consiste, precisamente por ello, en el camino más elevado, el único que vale la pena caminar.

14 julio 2009

Izquierda y lucha por la democracia en Honduras: Reflexión de Israel González Ocampo

En esta ocasión, mi compañero Héctor me ha pedido que colabore en el espacio de El Espectador con algunas reflexiones sobre lo que ha sucedido en Honduras desde hace un par de semanas. Con gusto lo hago.  
             
No cabe duda que la izquierda, aquella postura política que muchos detestan y que infinitamente muchos más comparten –la gran mayoría sin saberlo, pero inscribiéndose sobre sus principios–, está ganando terreno en la comunidad mundial. Y no es que se trate de un fenómeno social nuevo, los principios de la izquierda surgieron con la humanidad, al igual que los de la derecha. Lo que actualmente se vive, es la izquierda desde arriba, la izquierda desde los más altos mandos que pueden representar a un pueblo, a un Estado nacional. Se trata pues, de una nueva etapa en la que las fuerzas de la derecha se encuentran enfrentadas a una izquierda cada vez más poderosa e influyente en la toma de decisiones que conciernen a la organización del Estado. Hoy, por fin, esa guerra ideológica inclina la balanza hacia el lado del Estado benefactor, hacia aquellas acciones germinadas con más fuerza durante los primeros años del siglo XIX, en los que las desigualdades sociales que generaba el sistema capitalista se manifestaban a diestra y siniestra, y sólo con una clase: aquella de los artesanos, de los obreros, en general, aquella de los trabajadores que la nueva industria menospreció y cuyos primeros dueños se enriquecían despiadada e inconmensurablemente. 

El socialismo utópico, que después fue científico, se enfrenta desde entonces y de manera constante, a las fuerzas de una derecha cada vez más recalcitrante y evolucionada, dueña del orden social establecido, dueña incluso, de las mentes de los más reacios enemigos de la izquierda, convencidos por un poder que ni sus increíbles inteligencias alcanzan a distinguir; no se encuentran confundidos, ¡no!, son fieles a los ideales que la religión de la derecha les enseñó, no la cuestionan, no necesitan abrir los ojos para creer en ella, no tienen en mente otra cosa, funcionan en torno a ella sin reparo. 

Afortunadamente, la izquierda no se encuentra sola, el “pueblo” y muy destacadas personalidades e intelectuales de nivel mundial están a su lado y continúan en el campo de batalla día a día. Ya se han sumado también las autoridades de más alto nivel y, si bien tal adherencia no es característica sólo de nuestra época, sí lo es en una época en la que el gobierno de Estados Unidos, a pesar de su innegable influencia, se muestra distante, ocupado en primera instancia por su guerra contra el terrorismo internacional. América Latina, ahora, tiene mayor libertad. El derrocamiento de los gobiernos socialistas y el asesinato de sus representantes y la instauración de dictaduras, fueron movimientos políticos auspiciados por el actual hegemón, producto de su temor a que la entonces Unión Soviética pudiera “invadir” su zona de influencia, América Latina, claro. 

El surgimiento de gobiernos de izquierda ha constituido un bloque a los intereses económicos y políticos estadounidenses. Pero dicho surgimiento no se ha dado sólo, el abandono de Estados Unidos por la región y los continuos fracasos de las reformas económicas promovidas por su Consenso de Washington en la década de los años ochenta ha permitido el ascenso del poder de la izquierda, inconforme con tales resultados y convencida aún más de su existencia.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no ha dado los resultados promovidos, mucho menos los esperados, no en América Latina. Ante tanto fracaso, las nuevas intenciones estadounidenses de carácter económico han perdido credibilidad, las pruebas son contundentes, aquí en América Latina, en todo el mundo. Por ello, ya no se debe tener esperanzas ante un soñado éxito sobre las propuestas del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), al menos no por parte de Estados Unidos. 

Ahora la tendencia es hacia la Alternativa Bolivariana para las Américas, propuesta de la izquierda latinoamericana y a la que sin objeción ya se han sumado países como Bolivia, Nicaragua, Honduras, Dominica, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda y Ecuador. El proyecto de la Venezuela de Hugo Chávez y la Cuba de Fidel Castro ya demostró su éxito.

Hoy, la injusta remoción del presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, es, probablemente, la evidencia del regreso de Estados Unidos a la palestra latinoamericana. Pero también es evidencia de la izquierda en América Latina. La intervención directa estadounidense no se puede comprobar aún, a diferencia de aquellas del período del Estado de Seguridad Nacional. El gobierno de Estados Unidos primero condenó el golpe, sin embargo, ha bajado el tono modificando su posición hacia una actitud que promueve a escuchar y analizar ambas partes. Ésta vez la intransigencia de su oración no ha sido característica. Barack Obama seguirá los principios de la política exterior estadounidense quizá con un discurso menos renuente.

Lo que es cierto, es que aunque Roberto Micheletti lo niegue, la deposición del presidente electo Manuel Zelaya constituyó una acción unilateral, una acción de la derecha para terminar con los avances sociales que hasta ese momento había conquistado el presidente constitucional, el golpe de Estado ha interrumpido un gobierno cuyo período debería extenderse hasta enero de 2010 por mandato democrático.

Manuel Zelaya propuso a su partido –el Partido Liberal– y al Partido Nacional, desde noviembre de 2008, la posibilidad de que se convocase al pueblo hondureño a un plebiscito en el que se pronunciaría sobre la instalación de la Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución. El plebiscito se llevaría a cabo en las elecciones generales de noviembre de 2009, en las que se eligen presidente, diputados y cuerpos municipales. Las diferencias con los demás poderes nacionales surgieron desde entonces y las ideas para derrocar a Zelaya comenzaron a gestarse. Antes del golpe, el presidente ya había anunciado el fracaso de los intentos de la oposición por destituirlo. Por su parte, la OEA había pronunciado su apoyo para analizar la situación y contribuir al diálogo entre las partes discordantes mediante el envío de una comisión. En este contexto, la fecha para la consulta popular tuvo que ser anticipada, la nueva fecha fue el domingo 28 de junio. Desde el viernes 26 se comenzó a distribuir el material para dicha consulta a pesar del desacuerdo respecto de la misma de parte del Congreso de la República, el Tribunal Supremo Electoral, la Fiscalía General y la Corte Suprema de Justicia; estas instituciones la declararon ilegal. Cabe resaltar que el Partido Liberal también se opuso a la propuesta.

Pero, ¿por qué declarar ilegal una propuesta para consultar al pueblo hondureño? ¿No acaso la opinión del pueblo también conforma al mandato democrático?

Los temores de la derecha fueron varios, entre ellos, la idea de que por medio de las reformas a la Constitución el presidente Zelaya pretendiera extender su período de gobierno. La intención fue que con la instalación de la Asamblea Constituyente se comenzaran los proyectos de reforma constitucional, o en su caso, la creación de una nueva Carta Magna, ya que la actual, según palabras del presidente Zelaya, “es un completo desorden que crea más bien confusión y es contradictoria.” Sin embargo, vale mencionar que si el único motivo hubiera sido extender el período presidencial, la calidad de presidente constitucional de Zelaya lo encontraba con la plena facultad de promover tales propuestas. ¿Qué peligro puede haber en ello? Quizá la aceptación del pueblo podría constituirse, a posteriori, como la aprobación de un segundo mandato presidencial…de izquierda. Declarar ilegal una propuesta que será consultada y negociada con el pueblo, es declarar ilegal la opinión del mismo, es invalidar su derecho a expresarse. Amordazar de tal manera a un pueblo entero sólo es característica del sometimiento que acompaña a las dictaduras, constituye la antítesis de la democracia. Tal parece que los logros sociales demostrados durante el mandato de Zelaya no han bastado para que las instituciones confíen plenamente en el presidente electo por el pueblo. ¿O se trata a caso del temor a que un presidente que ha mostrado tendencias izquierdistas pueda continuar con un mandato que logre extenderse por un período más largo de tiempo y que pueda adquirir las características del gobierno venezolano?

La derecha no sabe perder. Roberto Micheletti no aceptó que su gobierno de facto se instauró después de un golpe de Estado, el uso que hizo de la fuerza militar es una evidencia que así lo comprueba a pesar de lo que él mismo niega. 

No nos engañemos, el 28 de junio, día del crimen de Estado en Honduras, se había conspirado con anticipación garrafal. El teatro gubernamental actuó tontamente: el 28 de junio sería la consulta popular, pero ese mismo día por la madrugada se irrumpió violentamente en la residencia del presidente para posteriormente exiliarlo en Costa Rica y así impedir la consulta. Los militares hicieron bien su trabajo. El Congreso presumió una supuesta carta de renuncia presidencial fechada el día 25 de junio que decía: “Dada la situación política prolongada que se ha presentado, la cual ha dado lugar al desencadenamiento de un conflicto nacional que ha erosionado mi base política y debido a problemas insuperables de salud […] cumplo con el deber de interponer mi renuncia irrevocable a la Presidencia de la República […].” 

Es absurdo que después de la presentación de una renuncia, el Congreso auspicie todavía un golpe de Estado, eso prueba la falsedad y la doble moral con la que suelen manejarse personajes como Roberto Micheletti. El gobierno de Honduras le pertenece a Manuel Zelaya y su regreso al poder no es negociable, es la única opción. La supuesta amnistía tampoco es válida, pues ningún delito ha sido cometido por el mandatario legítimo. En el plano internacional, la mediación del presidente costarricense, Óscar Arias, podría ser considerada como una estrategia estadounidense ante la negativa de aceptar como mediador a Hugo Chávez, quien ya ha demostrado éxito con sus logros en su mediación entre las FARC y el gobierno colombiano. Si Chávez interviene como mediador, Estados Unidos estaría fuera de la jugada y el éxito que obtendría sería un duro golpe para la estrategia estadounidense en su afán por recuperar a la América Latina.

En su gran mayoría, el pueblo hondureño apoya el regreso de Zelaya al poder. Si continúa la intransigencia del gobierno de facto y la represión a los inconformes, la violencia de hoy en América Central podría derivar en resultados sangrientos. Es ahora cuando Estados Unidos debe ser fiel a sus principios, más precisamente, a aquél en el cual enarbola la democracia como uno de los ideales de toda sociedad en el mundo. El respeto a ésta, significa la amistad y el respeto a Estados Unidos. Ahí donde la democracia se vea amenazada, Estados Unidos estará presente para restaurarla o en el peor de los casos, instaurarla. Ya se vivió la experiencia en Afganistán e Irak. ¿Qué espera entonces ese gobierno para recuperar el poder de la democracia en Honduras?...desgraciadamente, la doble moral es, aunque no se encuentre instituida, un principio más de la política exterior estadounidense. Pero, con la destitución actual de un gobierno que comenzaba a moverse hacia la izquierda, los intereses del país norteamericano corren menos riesgo, no es viable ni necesario un conflicto armado, no por ahora.


La violencia no debe derivar en más violencia, son las instituciones hondureñas e internacionales las que deben poner una rápida resolución a la actual controversia y restaurar el Estados de derecho antes de que el pueblo hondureño se vea sumido en una peligrosa lucha nacional. Se debe tener presente que los ideales de la izquierda no se logran con las armas, no en un Estado verdaderamente democrático.

10 julio 2009

Cuando el exceso de transparencia se vuelve cinismo

La democracia responde a la pregunta: ¿quién debe ejercer el poder público? La respuesta es: el ejercicio del poder público corresponde a la colectividad de los ciudadanos. Sin embargo, la democracia no se agota en esta cuestión: se trata simplemente del paso inicial. Una vez que la sociedad ha acordado que la manera legítima de acceder al poder es mediante la realización de elecciones periódicas, es necesario establecer los mecanismos necesarios y suficientes que aseguren el buen funcionamiento del régimen democrático. En otras palabras, no basta con la realización de elecciones periódicas para asegurar un óptimo funcionamiento de la democracia, además, es necesario implementar las instituciones, prácticas y mecanismos que promuevan una mayor calidad de la misma.

La transparencia y el acceso a la información aparecen, pues, como elementos imprescindibles en todo proceso de consolidación democrática. Se trata, en ambos casos, de elementos cruciales en los esfuerzos dirigidos a reducir la corrupción, acrecentar la responsabilidad gubernamental ante los ciudadanos y fortalecer la confianza entre gobierno y ciudadanía. Un argumento sólido es, a decir del Doctor Alasdair Roberts, que el acceso a la información es vital para que las personas puedan ejercer su derecho a participar activamente en el gobierno de su país y que puedan vivir bajo un sistema que se cimiente sobre la base de un consenso informado por parte de la ciudadanía.

A pesar de estos planteamientos, existen obstáculos que han limitado los alcances de la transparencia y el acceso a la información. En primer lugar se encuentra una inercia de opacidad que caracteriza a la cultura burocrática: los servidores públicos no quieren saberse ni sentirse vigilados y prefieren seguir actuando tras el velo de la secrecía. En segundo lugar, cuestiones del orden práctico restringen de manera considerable los impactos de la transparencia y el acceso a la información. Por ejemplo, ‘los gobiernos manifiestan a veces que las leyes de acceso implican excesivos costos administrativos. Una solicitud de información definida en líneas muy generales podría significar que los empleados públicos deban pasar horas examinando archivos, consultando sobre la aplicación correcta de las exenciones y separando de los archivos aquella información que resulta exenta’. Lo anterior asumiendo que exista la información pública lo cual, sin embargo, no sucede así en muchos casos, en que las diferentes organizaciones del sector público no cuentan con la información o estadísticas de su funcionamiento durante etapas anteriores, conformando así una situación dramática en el funcionamiento de cualquier administración pública.

Todo lo anterior nos sirve como marco de referencia para intentar comprender lo que sucede con el caso de las guarderías subrogadas del IMSS, desatado a raíz del incendio sucedido en Sonora hace unas cuantas semanas y en el cual desafortunadamente murieron 48 niños y otros más quedarán con graves cicatrices por el resto de sus vidas. El suceso tuvo lugar el día 5 de junio en que una bodega de la Secretaría de Finanzas del estado de Sonora, ubicada junto a la guardería ABC, se incendiara ocasionando que el fuego afectara el inmueble en que dormían 124 niños. En los días posteriores al incendio aparecieron poco a poco datos que indicaban las irregularidades sistemáticas en que incurría la guardería ABC, tanto en sus operaciones como en sus instalaciones. Sin embargo, conforme pasaban los días, no sólo no se avanzaba en torno a las investigaciones del caso sino que, sospechosamente, se retrasaba la entrega de información por parte de las autoridades, tanto del estado de Sonora como del gobierno federal.

Con el transcurso de los días, y ante la inminencia de las elecciones, ninguna autoridad cumplió con sus responsabilidades en el caso y apostaron, más bien, al olvido de la noticia por parte de la opinión pública. Es de resaltar, sin embargo, la importante labor de los medios de comunicación en este caso en particular ya que se le dio seguimiento al caso: se mantuvieron en contacto con los padres de las víctimas del incendio, tanto de los niños que murieron como de aquellos que fueron trasladados con carácter de gravedad a distintos hospitales; se presionó a las autoridades, no sólo para que respondieran ante la tragedia que este caso en particular representaba, dando a conocer los nombres de los responsables de la guardería ABC, sino también para que dieran a conocer públicamente los listados que contenían los nombres de todas las guarderías que el IMSS habría subrogado.

Este reclamo de una ciudadanía indignada, sin embargo, fue subordinado a los tiempos de una cultura burocrática que rechaza la transparencia y el acceso a la información pública, de autoridades tanto locales como federales que consideraron que este evento podría afectarlos en la jornada electoral que se avecinaba, razón por la cual decidieron no tratar el asunto sino hasta después de que ésta se desarrollara. De ésta manera fue hasta el día 9 de julio, después de más de un mes de sucedido el incendio y, claro, después de que se desarrolló la jornada electoral, en que el director general del IMSS, Daniel Karam, presentó ante el Congreso un disco que contenía la información del sistema de guarderías subrogadas por el IMSS. Hasta este punto, todos los hechos nos hablan del cinismo de los actores políticos y servidores públicos involucrados, así como de la subordinación de la ciudadanía, y ya no sólo me refiero a nuestros intereses y demandas, sino a la impartición de justicia así como a la protección de la vida misma, ante los intereses políticos de unos cuantos personajes.

Por si lo anterior no fuera suficiente, el ejercicio de transparencia que llevó a cabo el IMSS al poner a disposición pública la información de las guarderías subrogadas por este mismo instituto, expone de manera clara la corrupción y las deficiencias con que operan las administraciones públicas en México. En primer lugar, la mecánica que se siguió para que esta información fuera pública pone en evidencia una situación trascendental: o bien, tal como se mencionó en primera instancia, el IMSS carecía de la información que contuviera las listas con los nombres y demás datos de las personas a las que había otorgado los contratos de las guarderías, o peor aún, poseía esa información pero no era políticamente conveniente para el gobierno federal darla a conocer en ese momento. El primer supuesto no es en absoluto creíble, ya que cada mes, el IMSS realiza transferencias económicas a cada una de estas guarderías para su operación, así que el argumento de que no tenían la información es completamente falso. Probablemente no se encontraba sistematizada u homologada, probablemente existían distintos formatos con los datos de las guarderías subrogadas en todo el país, formatos que probablemente no eran compatibles entre sí, pero de que existía información y de que la decisión de no entregarla fue una decisión consciente, ni duda cabe.

Las cosas, como es de suponerse, adquieren tintes más alarmantes conforme pasa el tiempo y conforme estamos en posesión de mayor información. En las listas que dio a conocer Daniel Karam, director general del IMSS aparecen, por ejemplo, los nombres de familiares de Ismael ‘El Mayo’ Zambada, uno de los principales líderes del narcotráfico. Su hija, María Teresa Zambada Niebla, es dueña de una guardería subrogada por el IMSS, y recibe mensualmente una cantidad de dinero público que le entrega puntualmente el gobierno federal encabezado por Calderón. Carmen Araujo Laveaga, persona clave en la red financiera del cartel de Sinaloa, aparece también entre los nombres de las listas de guarderías subrogadas del IMSS. Se podría argumentar, en un intento por defender lo indefendible, que el IMSS no es policía y no tendría por qué saber, en principio, la relación de estas personas en actividades vinculadas con la delincuencia organizada. Sin embargo, el gobierno mexicano, durante los primeros meses de este año, recibió un informe detallado por parte del gobierno de los Estados Unidos en el cual se le informaba, en particular, de estas dos personas y de sus estrechos vínculos con la delincuencia organizada; más aún, que las guarderías eran utilizadas para el lavado de dinero proveniente de actividades delictivas, principalmente del narcotráfico. El gobierno de los Estados Unidos anunció que congelaría las cuentas de estas personas en su territorio, así como sus diferentes propiedades; por su parte, el presidente Calderón, que ha declarado una guerra contra el narcotráfico, sin embargo, decidió no hacer nada. Después de esto, ya no es de sorprender que en las listas aparezcan nombres como los de José Fox Quesada, hermano del ex presidente Vicente Fox; Dulce María Riancho Gamboa, madre de la priísta Dulce María Sauri Riancho; María Lucía Mícher, quien dirige el Instituto de la Mujer del Gobierno del Distrito Federal; Oscar Medina Plasencia, hermano del ex gobernador de Guanajuato Carlos Medina Plasencia; Mónica Borrego Estrada, hermana del ex gobernador de Zacatecas Genaro Borrego; Rocío Labastida Gómez, hija del senador priísta Francisco Labastida Ochoa; así como integrantes de la familia del gobernador de Sonora Eduardo Burs Castelo, entre muchos otros que irán apareciendo, o que, no es difícil de suponer, ya han sido ‘removidos’ de esa lista. Tampoco es de sorprender, entonces, que los responsables de la guardería ABC, cuya identidad era conocida por la autoridad desde un principio pero no quiso hacerla pública, hayan recibido un periodo de inmunidad e impunidad, que les permitió escapar del país y sean hoy fugitivos; o que el gobierno federal haya solicitado la colaboración de la Interpol, proporcionando nombres e información relevante para su captura, pero sin aún hacer pública esta información en México. Los nombres de los requeridos por la Procuraduría General de la República para que rindan cuentas del por qué de las condiciones de la extinta guardería son: Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo, Sandra Lucía Téllez Nieves, Antonio Salido, Gildardo Urquides Serrano, María Fernanda Camou Guillot, Norma Cecilia Mendoza Bermúdez de Matiella, José Manuel Matiella Urquides, el apoderado de la guardería, Marcelo Meouchi, el ex apoderado, y Arturo Leyva Lizárraga, delegado del IMSS en Sonora.

El ombudsman capitalino, Emilio Álvarez Icaza, ha hecho un llamado a la ciudadanía a no hacer juicios sumarios a partir de los nombres de las personas que aparecen en las listas que dio a conocer el IMSS. De acuerdo. Sería injusto generalizar y considerar que no haya personas que desarrollen las actividades que implica la operación de una guardería de manera profesional y responsable. Sin embargo, la evidencia disponible nos lleva más bien a la conclusión contraria, ya que 98% de las guarderías subrogadas no fueron obtenidas mediante un proceso de licitación sino más bien se trató de una adjudicación directa. Dos situaciones saltan a la vista: en primer lugar, el presidente Calderón, cuyo primer decreto fue uno de austeridad para el sector público exceptuando a las fuerzas armadas, ha permitido que se otorguen los contratos de las guarderías del IMSS no a partir de procedimientos como la licitación, cuyo objetivo es cotejar diferentes ofertas técnicas y económicas para hacer más eficiente el gasto público, sino más bien a partir de adjudicaciones directas, que más bien aparecen como prebendas y concesiones del gobierno federal hacia particulares. En segundo lugar, y si el supuesto anterior fuera cierto, quedaría expuesto que las prácticas que imperan en la subrogación de guarderías son la corrupción y el tráfico de influencia, pero nos llevaría a pensar que son prácticas que imperan en todos los niveles de la administración pública en México, al amparo y siendo del conocimiento de las autoridades.

Finalmente, la transparencia y el acceso a la información son herramientas fundamentales en la consolidación de cualquier democracia. Para que éstas sean efectivas se necesita, por un lado, del compromiso de las autoridades de apegarse a lo establecido en la normatividad en este tema, y por parte de la ciudadanía, se requiere que posean las capacidades necesarias para utilizar a fondo su derecho de acceso a la información. ‘El acceso público a la información en poder del gobierno permite que los ciudadanos puedan entender mejor el papel del gobierno y las decisiones que se hacen en su nombre. Una sociedad informada podrá exigir responsabilidad a sus gobiernos por sus políticas y elegir sus dirigentes con mayor efectividad’. En México, sin embargo, el caso de las guarderías subrogadas del IMSS parece colocarnos en el peor escenario posible. No sólo se demuestra la falta de compromiso de las autoridades, locales, estatales y federales, con el tema de la transparencia y el acceso a la información, con todas las consecuencias que esto implica, sino que se demuestra también la falta de recursos y de capacidades por parte de la ciudadanía para hacer efectivo el derecho de acceso a la información. En México el tema ha llegado a tal punto que se puede afirmar, sin demasiadas dificultades, que en las autoridades el exceso de transparencia se traduce como cinismo y en los ciudadanos, ante muestras recurrentes de estos comportamientos nuestra capacidad de asombro se ha debilitado.