Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


26 febrero 2010

14

¿Es un amor sin esperanza?... ¿Y qué? Una pasión así ennoblece al corazón. Amar por la dicha de amar, sin la ambición de ser amado.

54

La amaba y no debía amarla… Quería despreciarla, ofenderla, ultrajarla, y no podía… ¡la amaba! El amor propio herido le decía con acento sordo e imperioso: ¡déjala!

2

Pensaba en ella lleno de ira. Aquello era una burla, una burla atroz. La que ayer le juraba amor y fidelidad eternos; la que ayer, cuidadosa y solícita, le atendía y le mimaba como a un niño; la que pocos días antes, llena de ternura, le estrechaba entre sus brazos, ya no le amaba, y no sólo no le amaba, sino que se reía de él y permitía que otro le ofendiera con frases despectivas… Aquella mujer era indigna de ser amada; era una criatura despreciable. ¡La aborrezco, la aborrezco con toda mi alma, como ella se lo merece! ¡No vuelvo a mirarla, ni a verla!... ¡Y yo que la amaba! ¡Tanto!

5

Hay en el amor un sentimiento de lúgubre tristeza. ¿Acaso provenga de que el enamorado, en medio del éxtasis de la pasión, presienta lo fugaz de su dicha, rauda como el paso de las estrellas errantes, y acierta a comprender que, a poco, el cielo de su alegría quedará velado y oscurecido por las brumas de la agonía y del dolor?

7

Tu boca. Toco tu boca, con un dedo, toco el borde de tu boca.
Voy dibujándola como si saliera de mi mano,
como si por primera vez tu boca se entreabriera.
Y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y comenzar de nuevo.
Hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige.
Y te dibuja en la cara una boca elegida entre todas,
con soberana libertad elegida por mí
para dibujarla con mi mano en tu cara.
Y por un azar que no busco comprender
coincide exactamente con tu boca
que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras,
cada vez más de cerca
y entonces jugamos al cíclope,
nos miramos cada vez más de cerca
y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen
y los cíclopes se miran, respirando confundidos,
las bocas se encuentran y luchan tibiamente,
mordiéndose con los labios,
apoyando apenas la lengua en los dientes,
jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene
con un perfume viejo y un silencio.
Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo,
acariciar lentamente la profundidad de tu pelo
mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces,
de movimientos vivos, de fragancia oscura.
Y si nos mordemos el dolor es dulce,
y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento,
esa instantánea muerte es bella.
Y hay una sola saliva y un sólo sabor a fruta madura,
y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

25 febrero 2010

Conversaciones con Cioran: Apocalipsis

¡Cuánto me gustaría que todas las personas ocupadas o investidas de una misión, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, seres superficiales o serios, alegres o tristes, abandonasen un buen día sus tareas, renunciando a todo deber u obligación, y saliesen a pasear a la calle cesando toda actividad! Todos esos imbéciles que trabajan sin motivo o se complacen en su contribución al bien de la humanidad, ajetreándose –víctimas de la ilusión más funesta– para las generaciones futuras, se vengarían entonces de la mediocridad de una vida nula y estéril, de ese absurdo derroche de energía tan ajeno al progreso espiritual. ¡Cómo saborearía yo esos instantes en los que ya nadie se dejaría embaucar por un ideal ni seducir por ninguna de las satisfacciones que ofrece la vida, esos momentos en los que toda resignación sería ilusoria, en los que los límites de una vida normal estallarían definitivamente! Todos aquellos que sufren en silencio, sin atreverse a expresar su amargura mediante el mínimo suspiro, gritarían entonces formando un coro siniestro cuyos clamores horrendos harían temblar la Tierra entera. ¡Ojalá las aguas se desencadenasen y las montañas se pusieran a moverse, los árboles a exhibir sus raíces como un odioso y eterno reproche, los pájaros a graznar como los cuervos, los animales espantados a deambular hasta el agotamiento…! Que todos los ideales sean declarados nulos; las creencias, bagatelas; el arte, una mentira, y la filosofía pura chirigota. Que todo sea erupción y desmoronamiento. Que vastos trozos de suelo vuelen y, cayendo, sean destrozados; que las plantas compongan en el firmamento arabescos insólitos, hagan contorsiones grotescas, figuras mutiladas y aterradoras. Ojalá torbellinos de llamas se eleven con un ímpetu salvaje e invadan el mundo entero para que el menor ser vivo sepa que el final está cerca. Ojalá toda forma se vuelva informe y el caos devore en un vértigo universal todo lo que en este mundo posee estructura y consistencia. Que todo sea estrépito demente, estertor colosal, terror y explosión, seguido de un silencio eterno y de un olvido definitivo. Ojalá en esos últimos momentos los hombres vivan a tal temperatura que toda la nostalgia, las aspiraciones, el amor, el odio y la desesperación que la humanidad ha sentido desde siempre estalle en ellos gracias a una explosión devastadora. En semejante conmoción, en la que ya nadie encontraría un sentido a la mediocridad del deber, en la que la existencia se desintegraría bajo la presión de sus contradicciones internas, ¿qué quedaría, salvo el triunfo de la Nada y la apoteosis del no-ser?

24 febrero 2010

Conversaciones con Cioran: No poder ya vivir

Hay experiencias a las que no se puede sobrevivir. Experiencias tras las cuales se siente que ya nada puede tener sentido. Después de haber conocido las fronteras de la vida, después de haber vivido con exasperación todo el potencial de esos peligrosos confines, los actos y los gestos cotidianos pierden totalmente su encanto, su seducción. Si se continúa, sin embargo, viviendo, es únicamente gracias a la escritura, la cual alivia esa tensión sin límites. La creación es una preservación temporal de las garras de la muerte.

Siento que me hallo al borde de la explosión a causa de todo lo que me ofrece la vida y la perspectiva de la muerte. Siento que muero de soledad, de amor, de odio y de todas las cosas de este mundo. Los hechos que me suceden parecen convertirme en un globo que está a punto de estallar. En esos momentos extremos se realiza en mí una conversión a la Nada. Se dilata uno interiormente hasta la locura, más allá de todas las fronteras, al margen de la luz, allí donde ella es arrancada a la noche; se expande uno hacia una plétora desde la que un torbellino salvaje nos proyecta directamente en el vacío. La vida crea la plenitud y la vacuidad, la exuberancia y la depresión; ¿qué somos nosotros ante el vértigo que nos consume hasta el absurdo? Siento que la vida se resquebraja en mí a causa de un exceso de intensidad, pero también de desequilibrio, como si se tratase de una explosión incontrolable capaz de hacer estallar irremediablemente al propio individuo. En las fronteras de la vida, sentimos que ella se nos escapa, que la subjetividad no es más que una ilusión y que bullen en nosotros fuerzas incontrolables, las cuales rompen todo ritmo definido. ¿Hay algo entonces que no ofrezca la ocasión de morir? Se muere a causa de todo lo que existe y de todo lo que no existe. Lo que se vive se convierte, a partir de ese instante, en un salto en la nada. Y ello sin que hayamos conocido todas las experiencias posibles –basta haber experimentado lo esencial de ellas. Cuando sentimos que morimos de soledad, de desesperación o de amor, las demás emociones no hacen más que prolongar ese séquito sombrío. La sensación de no poder ya vivir tras semejantes vértigos resulta igualmente de una consunción puramente interior. Las llamas de la vida arden en un horno del que el calor no puede escaparse. Quienes viven sin preocuparse por lo esencial se hallan salvados desde el principio; pero ¿tienen algo que salvar ellos, que no conocen el mínimo peligro? El paroxismo de las sensaciones, el exceso de interioridad nos conducen hacia una región particularmente peligrosa, dado que una existencia que adquiere una conciencia demasiado viva de sus raíces no puede sino negarse a sí misma. La vida es demasiado limitada, se halla demasiado fragmentada, para poder resistir a las grandes tensiones. ¿Acaso todos los místicos no padecieron, tras sus grandes éxtasis, el sentimiento de no poder seguir viviendo? ¿Qué podrían, pues, esperar aún de este mundo aquellos que se sienten más allá de la normalidad, de la vida, de la soledad, de la desesperación y de la muerte?

18 febrero 2010

Conversaciones con Cioran: ¡Qué lejos estoy de todo!

Ignoro totalmente por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y aspiraciones, esperanzas y sueños. ¿No sería mil veces preferible retirarse del mundo, lejos de todo lo que engendra su tumulto y sus complicaciones? Renunciaríamos así a la cultura y a las ambiciones, perderíamos todo sin obtener nada a cambio; pero ¿qué se puede obtener en este mundo? Para algunos, ninguna ganancia es importante, pues son irremediablemente desgraciados y están irremisiblemente solos. ¡Nos hallamos todos tan cerrados los unos respecto a los otros! Incluso abiertos hasta el punto de recibirlo todo de los demás o de leer en las profundidades del alma, ¿en qué medida seríamos capaces de dilucidar nuestro destino? Solos en la vida, nos preguntamos si la soledad de la agonía no es el símbolo mismo de la existencia humana. Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo posible en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes destinadas a causar impresión, me repugnan. Las lágrimas sólo son ardientes en la soledad. Todos aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de la muerte lo hacen por temor e incapacidad de afrontar su instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar su propia muerte. ¿Por qué no se arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para soportar esas temibles sensaciones con una lucidez y un espanto ilimitados?

Aislados, separados del mundo, todo se nos vuelve inaccesible. La muerte más profunda, la verdadera muerte, es la muerte causada por la soledad, cuando hasta la luz se convierte en un principio de muerte. Momentos semejantes nos alejan de la vida, del amor, de las sonrisas, de los amigos –e incluso de la muerte. Nos preguntamos entonces si existe algo más que la nada del mundo y la nuestra propia.

15 febrero 2010

Conversaciones con Cioran: Pensar

Una constatación que puedo, muy a mi pesar, hacer a cada instante: solamente son felices quienes no piensan nunca, es decir, quienes no piensan más que lo estrictamente necesario. El pensamiento verdadero se parece a un demonio que perturba los orígenes de la vida, o a una enfermedad que ataca sus raíces mismas. Pensar continuamente, plantearnos problemas capitales a cada momento y experimentar una duda permanente respecto a nuestro destino; estar cansado de vivir, agotado hasta lo inimaginable a causa de nuestros propios pensamientos y de nuestra propia existencia; dejar tras de sí una estela de sangre y de humo como símbolo del drama y de la muerte de nuestro ser –equivale a ser desgraciado hasta el punto de que el problema del pensamiento nos da ganas de vomitar y la reflexión nos parece una condena. Hay demasiadas cosas que añorar en un mundo en el que nada debería ser añorado. De ahí que yo me pregunte si este mundo merece realmente mi nostalgia.

14 febrero 2010

Conversaciones con Fadanelli: Desaparecer

Escribió Cioran que no debemos molestar nunca a los amigos ni siquiera a la hora de nuestro entierro. Según yo no se trata sólo de una frase vacía, sino de un principio de vida hoy en día que la mesura y la discreción no son consideradas virtudes. Ninguna época contó con tantos sobrenombres como la nuestra (nos sabemos modernos y nuestra vanidad histórica estimula las más copiosas verborreas).

Aun así me gustaría agregar una sentencia más a la confusión: se viven tiempos de absoluta impudicia. La ausencia de pudor es el rasgo común por antonomasia, nadie se limita en sus opiniones, somos blanco de los mensajes más aberrantes y de la publicidad más nociva, morimos de nuestros remedios y no de nuestras enfermedades (Cioran de nuevo), incumplimos el deber moral más importante, desaparecer, hacernos invisibles, no molestar.

Con el ánimo de no ahogarme en abstracciones, les relato que a fines de los años ochenta tuve una novia hermosa y simpática (acepto que no la merecía) con quien estuve a punto de casarme. Lo sé, casarse es una de las peores tonterías que un ser razonable puede hacer, pero en ese entonces hasta los gatos se acostaban con los ratones. A esta novia le hice el piropo más elegante y propio que se me ha ocurrido en la vida. Le dije: “me gustaría que desaparecieras, antes de que comience la caída”. Fue un momento sumamente romántico, estaba enamorado, la deseaba sin poner límites a mi deseo y no me imaginaba una vida sin la presencia de sus bellos ojos azules. Sin embargo, ratifiqué mi demanda: “si me quieres, desaparece”. Es probable que mi actitud se debiera a la precaución y al decoro, además de que me estaba cuidando de una futura decepción y de vivir por siempre en una posición vulnerable.

Acaso mi analogía resulte exagerada, pero quisiera creer que la experiencia que acabo de relatar tiene que ver con la amarga búsqueda de la buena convivencia. El exceso de presencia acaba con las mejores relaciones amorosas y estas contemplan también las relaciones que hacemos con la ciudad y los ciudadanos. En vista de que nadie es poseedor de la verdad lo consecuente es hacerse a un lado, cumplir con las normas, no molestar a nuestros vecinos, ser corteses y en suma: desaparecer (esto dicho del modo más romántico posible). ¿En qué terminó la historia con mi antigua novia? Tomó mis palabras como la propuesta más idiota que hubiera escuchado en su vida y contra lo esperado se mudó a vivir a mi casa, estableció una conveniente relación con mi madre, sedujo a mi padre con sus encantos y puso a toda mi familia de su parte. En sólo unos meses el amor se fue por una sentina y con el tiempo ella se convirtió en una de mis pesadillas más incómodas. Incluso pasó por mi cabeza la idea de hacerla desaparecer: solución ridícula puesto que no la amaba tanto como para culminar nuestra pasión de una manera tan literaria.

Joseph de Maistre, quien sigue siendo un autor incorrecto, es decir interesante (sus palabras se niegan a desaparecer) escribió lo siguiente: “No hay un instante en que una criatura no esté siendo devorada por otra. Y sobre todas las especies animales está colocado el hombre y su mano destructora no perdona que nada viva”. Es una visión pesimista e intimida a quienes creen que los seres humanos construirán en el futuro una sociedad inteligente en vez de este pastiche de barbarie y computadoras. No obstante su descrédito, la estudiada decepción del pesimista es una especie de método de supervivencia y un estímulo para comportarse en sociedad. En vista de que nadie quiere desaparecer comportándose como un buen ciudadano, hay que mantenerse a la espera de los peores escenarios posibles. Yo, como uno de los personajes de El desencantado, la novela de Budd Schulberg, “ahora mismo me siento tan joven y lleno de vida como un pez muerto”.

Conversaciones con Cioran: Nada es importante


¿Qué importancia puede tener que yo me atormente, que sufra o que piense? Mi presencia en el mundo no hará más que perturbar, muy a mi pesar, algunas existencias tranquilas y turbar –más aún a mi pesar– la dulce inconsciencia de algunas otras. A pesar de que siento que mi propia tragedia es la más grave de la historia –más grave aún que la caída de los imperios o cualquier derrumbamiento en el fondo de una mina–, poseo el sentimiento implícito de mi nimiedad y de mi insignificancia. Estoy persuadido de no ser nada en el universo y sin embargo siento que mi existencia es la única real. Más aún: si debiera escoger entre la existencia del mundo y la mía propia, eliminaría sin dudarlo la primera con todas sus luces y sus leyes para planear totalmente solo en la nada. A pesar de que la vida me resulta un suplicio, no puedo renunciar a ella, dado que no creo en lo absoluto de los valores por los que debería sacrificarme. Si he de ser sincero, debo decir que no sé por qué vivo, ni por qué no dejo de vivir. La clave se halla, probablemente, en la irracionalidad de la vida, la cual hace que ésta perdure sin razón. ¿Y si sólo hubiera razones absurdas de vivir? El mundo no merece que alguien se sacrifique por una idea o una creencia. ¿Somos nosotros más felices hoy porque otros se sacrificaron por nuestro bien? Pero, ¿qué bien? Si alguien realmente se ha sacrificado para que yo sea hoy más feliz, soy en realidad aún más desgraciado que él, pues no deseo construir mi existencia sobre un cementerio. Hay momentos en los que me siento responsable de toda la miseria de la historia, en los que no comprendo por qué algunas personas han derramado su sangre por nosotros. La ironía suprema sería darse cuenta de que ellos fueron más felices que nosotros lo somos hoy. ¡Maldita sea la historia!

Nada debería interesarme ya; hasta el problema de la muerte debería parecerme ridículo; ¿el sufrimiento? –estéril y limitado; ¿el entusiasmo? –impuro; ¿la vida? –racional; ¿la dialéctica de la vida? –lógica y no demoníaca; ¿la desesperación? –menor y parcial; ¿la eternidad? –una palabra vacía; ¿la experiencia de la nada? –una ilusión; ¿la fatalidad? –una broma… Si lo pensamos seriamente, ¿para qué sirve todo ello en realidad? ¿Para qué interrogarse, para qué intentar aclarar o aceptar sombras? ¿No valdría más que yo enterrase mis lágrimas en la arena a la orilla del mar, en una soledad absoluta? El problema es que nunca he llorado, pues mis lágrimas se han transformado en pensamientos tan amargos como ellas.

13 febrero 2010

Los días no fluyen ya de manera natural


Los días no fluyen ya de manera natural
Ahora, en todo momento, me sorprendo pensándote
Preguntándome qué será lo que haces
Tal vez, por qué no, pienses alguna vez en mí
Y entonces, en ese instante, tus ojos se iluminen,
Aunque sea sólo por ese instante, de una forma especial.

Ayer, sin embargo, tu mirada fue devastadora
Si otras veces he llegado a creer que una mirada tuya es la verdadera esencia y el centro de la creación,
Lo único que vale la pena en todo el mundo, y lo que le puede dar sentido a mi vida
Esa mirada tuya de ayer ha tenido consecuencias fatales
Fue terrible y aún no me es posible determinar de manera precisa
Todos los daños que causó en mí
Desde mi fracaso de entonces siento una especie de vacío:
Nada en el mundo parece ser lo suficientemente importante como para dedicarme a ello
Después de esa mirada tuya simplemente me derrumbé.

Ha habido días en que lo único que me hacía seguir adelante era la esperanza de verte
Y entonces, en ese instante, todo era soportable, todo había valido la pena.

Cuando nuestros ojos se encontraban
Por temor, por pena, por inseguridad, por orgullo, qué se yo
Inmediatamente buscaban resguardo en otro lugar
Sin embargo, en ese momento, yo podía contemplar a la criatura más hermosa del universo
Por ese instante sabía que no era necesario nada más
Y que mi felicidad estaba ligada, de manera irremediable
A esa mirada, a esa sonrisa, a esos labios, a ese ser
¿Puede ser que entiendas que no me es posible ya vivir sin ti?

12 febrero 2010

Le précipice

La reducción del universo a un solo ser: eso es el amor.

¡Qué triste está el alma cuando está triste por amor!

¡Qué vacío tan inmenso es la ausencia del ser que llena el mundo!

Hay momentos en que cualquiera que sea la actitud del cuerpo, el alma está de rodillas.

El porvenir pertenece más al corazón que a la inteligencia. El amor es lo único que puede ocupar y llenar la eternidad. El infinito necesita lo inagotable.

El amor es una parte del alma misma, es una chispa divina: como ella, es incorruptible, indivisible, imperecedero. Es una partícula de fuego que está en nosotros, que es inmortal e infinita, a la cual nada puede limitar. Se la siente arder hasta en la médula de los huesos, y se la ve brillar hasta en el fondo del cielo.

¡Paseos de dos solos en la soledad!

Todos, sin excepción, tenemos nuestros seres respirables. Si nos faltan, nos falta el aire, y nos ahogamos. Entonces se muere. ¡Morir por falta de amor es horrible! ¡La asfixia del alma!

Cuando el amor ha fundido y mezclado dos seres, ¡éstos han hallado el secreto de la vida!

El día en que una mujer que pasa delante de ti desprende luz al andar, estás perdido: amas. Ya no tienes que hacer más que una cosa: pensar en ella.

El amor verdadero se desespera y se encanta por un guante perdido, o por un pañuelo encontrado, y necesita la eternidad para sus esperanzas. Se compone, a la vez, de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño.

Los que padecéis porque amáis, amad más aún. Morir de amor, es vivir. ¡Amad! Una transfiguración sombría se mezcla con este suplicio. Hay éxtasis en la agonía.

El amor es una respiración celestial del aire del paraíso.

¡Desgraciado el que no haya amado más que cuerpos, formas, apariencias! La muerte se lo arrebatará todo. Amad a las almas, y las volveréis a encontrar.

¡Qué gran cosa es ser amado! ¡Pero más es aún amar! El corazón se hace heroico a fuerza de pasión. Sólo se compone de lo más puro; sólo se apoya en lo más grande y elevado. En él no puede germinar un pensamiento indigno.

Si no hubiera quien amase se apagaría el sol.

Cuando un hombre ama como yo te amo, todas las cosas son posibles.

11 febrero 2010

Conversaciones con Cioran: agotamiento y agonía

¿Conocéis esa sensación atroz de fundirse, de perder todo vigor para fluir como un arroyo, de sentir que nuestro ser se anula en una extraña licuación como si se hallase vacío de toda sustancia? No estoy hablando de una sensación vaga e indeterminada, sino de una sensación precisa y dolorosa. ¡No sentir ya más que nuestra cabeza, separada del cuerpo y aislada de manera alucinadora! Lejos del agotamiento voluptuoso que se siente contemplando el mar o dejándose invadir por ensueños melancólicos, se trata de un agotamiento que nos consume y nos destruye. Ningún esfuerzo, ninguna esperanza, ninguna ilusión pueden seducirnos ya cuando lo padecemos. Permanecer estupefactos ante nuestra propia catástrofe, incapaces de pensar o de actuar, anonadados por tinieblas glaciales, desorientados como si nos hallásemos sometidos a la influencia de alguna alucinación nocturna o abandonados como en los momentos de remordimiento, significa alcanzar el límite negativo de la vida, la temperatura extrema que aniquilará nuestra última ilusión. En ese sentimiento de agotamiento se manifestará el sentido verdadero de la agonía: lejos de ser un combate quimérico, ella refleja la imagen de la vida que lucha en las garras de la muerte, con muy pocas posibilidades de vencer. ¿La agonía como combate? ¿Un combate contra quién y por qué? Sería un error interpretar la agonía como un impulso al que su propia inutilidad exalta, o como un tormento cuya finalidad se hallase incluida en sí mismo. Fundamentalmente, agonizar significa ser martirizado en la frontera entre la vida y la muerte. Siendo la muerte inmanente a la vida, ésta última se convierte, casi en su totalidad, en una agonía. Por lo que a mí respecta, sólo llamo instantes de agonía a las fases más dramáticas de esa lucha entre la vida y la muerte, en las cuales se vive la segunda de manera consciente y dolorosa. La agonía verdadera nos hace alcanzar la nada a través de la muerte; la sensación de agotamiento nos consume entonces inmediatamente y la muerte obtiene la victoria. En toda verdadera agonía encontramos ese triunfo de la muerte, y ello incluso si, una vez pasados los instantes de agotamiento, continuamos viviendo.

¿Dónde está, en semejante suplicio, el combate quimérico? ¿No posee la agonía, de todas formas, un carácter definitivo? ¿No se parece a una enfermedad incurable que nos tortura intermitentemente? Los instantes de agonía indican un progreso de la muerte en detrimento de la vida, un drama de la conciencia originado por la ruptura del equilibrio existente entre la vida y la muerte. Esos instantes sólo se producen en plena sensación de agotamiento, cuando la vida ha alcanzado su nivel más bajo. Su frecuencia es un índice de podredumbre y de desmoronamiento. La muerte es la única obsesión que no puede volverse voluptuosa: incluso cuando la deseamos, ese deseo va acompañado de un arrepentimiento implícito. Quiero morir, pero lamento quererlo: eso es lo que sienten todos aquellos que se abandonan a la nada. El sentimiento más perverso que existe es el sentimiento de la muerte. ¡Y pensar que hay gente a la que la obsesión perversa de la muerte impide dormir! ¡Cuánto me gustaría perder toda conciencia de mí mismo y de este mundo!

10 febrero 2010

Conversaciones con Cioran: Yo y el mundo

El hecho de que yo exista prueba que el mundo no tiene sentido. ¿Qué sentido, en efecto, podría yo hallar en los suplicios de un hombre infinitamente atormentado y desgraciado para quien todo se reduce en última instancia a la nada y para quien el sufrimiento domina el mundo? Que el mundo haya permitido la existencia de un ser humano como yo prueba que las manchas sobre el sol de la vida son tan grandes que acabarán ocultando su luz. La bestialidad de la vida me ha pisoteado y aplastado, me ha cortado las alas en pleno vuelo y me ha negado las alegrías a las que hubiera podido aspirar. Mi ardor desmedido, la loca energía de la que he hecho alarde para brillar en esta vida, el hechizo demoníaco que he padecido para adquirir una aureola futura, y todas mis fuerzas derrochadas para obtener un restablecimiento vital o una aurora íntima –todo ello ha resultado ser más débil que la irracionalidad de este mundo, el cual ha vertido en mí todos sus recursos de negatividad envenenada. La vida no resiste apenas a una alta temperatura. Por eso he comprendido que los hombres más atormentados, aquellos cuya dinámica interior alcanza el paroxismo y que no pueden adaptarse a la apatía habitual, están condenados al hundimiento. En el desarraigo de quienes habitan regiones insólitas hallamos el aspecto demoníaco de la vida, pero también su insignificancia, lo cual explica que ella sea el privilegio de los mediocres. Sólo éstos viven a una temperatura normal; a los otros les consume un fuego devastador. Yo no puedo aportar nada al mundo, pues mi manera de vivir es única: la de la agonía.

09 febrero 2010

En las cimas de la desesperación

Harto de la vida y padeciendo la existencia. Avasallado por esta nada sin tregua y cansado de inventarme entusiasmos y simulacros de sentido. Todo es inútil, nos recuerda la voz de Onetti a la distancia, y hay que tener el valor de no usar pretextos. Así, pareciera que mi vida se tratara de un infierno destinado para mí desde el principio de los tiempos; o que me he ido construyendo, que me he ido ganando, según se mire. En realidad, la cosa es más sencilla, menos dramática: es como un dolor suave, conocido y compañero de una enfermedad crónica, de la que uno en realidad no va a morir, porque ya sólo es posible morir con ella. Remata Onetti: esto ya se acabó o se está acabando; lo único que puede hacerse es elegir que se acabe de una manera u otra. Estoy solo, definitivamente y sin drama. Es sólo entonces en que se puede aceptar sin reparos la convicción de estar muerto: despreocupado de fechas, adivinando las cosas que se harán para ocupar el tiempo hasta el final, hasta el día en que la muerte deje de ser un suceso privado. No se trata de que todo carezca de sentido, afirma Cioran, pero, ciertamente, todo es innecesario.

04 febrero 2010

Cachito de amor

… sólo cambiaron unas cuantas palabras corteses e intrascendentes pero, observándose secretamente, cada uno halló que el otro había cambiado de un modo no definible, pero encantador. Sin decírselo, sabían y sentían que también el otro había sufrido durante ese tiempo, y decidieron, en su interior, no volverse a hacer daño nunca más. Al mismo tiempo, notaron ambos, con sorpresa, que la larga separación no los había hecho extrañarse tanto, sino que los había acercado, y les pareció que lo más importante entre ellos estaba intacto…