Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


31 mayo 2010

La inmortalidad (3)

Mi "yo" no se diferencia esencialmente del de ustedes por lo que piensa. Gente hay mucha, ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos. Pero cuando alguien me lastima, el dolor sólo lo siento yo. La base del "yo" no es el pensamiento, sino el sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos.

27 mayo 2010

Breves esquelas de estilo lapidario I

¿Puedes creer en algo que no puedes ver, en algo que no puedes tocar? Lo que necesita demostración para ser creído no vale gran cosa.

26 mayo 2010

Burla del destino

Hoy, todo exceso está proscrito, no sólo socialmente sino también por toda una intelligentsia bienpensante que ve la armonía, el equilibrio, en el justo medio, en la mediocridad. Nosotros, románticos deslumbrados por la muerte desde el día en que vimos por primera vez la luz del mundo, desafiamos esa vulgar mezquindad. Y así, el planteamiento corriente de la cuestión pone de manifiesto la mentira que necesitamos para poder soportar la vida:

La juventud concluye cuando termina el egoísmo y la vejez inicia cuando empieza uno a vivir para los demás. Los jóvenes disfrutan mucho y sufren mucho porque viven sólo para ellos, todo deseo o pasión les parece trascendente y, por eso, más de un joven, viendo insatisfechos todos sus deseos, decide poner fin a su vida en poco tiempo. Pero para los más de los hombres llega una época en que todo cambia, y comienzan a vivir, principalmente, para los demás, no por abnegación, sino por naturaleza. Suele ser, sobre todo, la familia causante de esto: cuando uno tiene hijos ya no piensa en sí mismo ni en sus propios deseos. A otros les hace perder el egoísmo la profesión que tienen: el arte, la ciencia, la política… La juventud quiere jugar, la vejez trabajar. Esto tiene que ver con otra cosa: la juventud habla de morir, pero no piensa en la muerte. En los viejos ocurre al revés. Los jóvenes creen que vivirán por siempre, y por eso concentran sus anhelos y pensamientos en sí mismos. Los viejos ven que en alguna parte hay un fin y que todo lo que uno tiene para sí o hace a favor de sí sólo va a parar, al final, a una fosa y no ha servido para nada. Por eso les es menester otra eternidad y la creencia de no haber estado trabajando tan sólo para los gusanos. Así, la mujer, los hijos, el negocio, la oficina y la patria existen para que todos estos seres sepan a beneficio de quién están haciendo su trabajo y sobrellevando la fatiga diaria.

13 mayo 2010

Inercia

Es imposible seguir viviendo sin la creencia de que mañana será mejor. Llámese a esta actitud, si se quiere, ingenuidad; o mejor aún, idiotez. La realidad nos bombardea constantemente, a cada momento, con la evidencia suficiente para darnos cuenta de que esto ya se ha ido al carajo, o que se está yendo. Y no hay absolutamente nada que se pueda hacer para evitarlo. Existe una alternativa, a saber: el vivir contra la evidencia, pero ya habrá ocasión para hablar de ello. Sin embargo, la interrogante persiste, ¿cómo seguir viviendo cuando se sabe que lo más bello de la vida ha pasado ya? ¿Cómo seguir viviendo cuando se es consciente de haber alcanzado la eternidad, y saber que ésta no consiste más que en un instante? ¿Cómo seguir viviendo después de haber tenido lo más tierno, lo más puro, cuando por fin se ha encontrado ese ideal y éste se ha alejado de nosotros? ¿Cómo seguir viviendo cuando se sabe que la felicidad no es un flujo constante, un estado en el que se pueda permanecer indefinidamente, sino que se trata de una explosión brevísima, de relámpagos fulminantes que iluminan por unos instantes la triste y larga noche que es la vida? ¿Cómo vivir, pues, en un mundo con el que no se está de acuerdo? ¿Cómo seguir viviendo así? ¿Cómo? Se me ocurre una posible respuesta. Inercia: las cosas duran siempre más de lo que deberían.

10 mayo 2010

Esta noche me duele saberme yo

Esta noche me duele saberme yo. Sin embargo, a pesar de todo, te agradezco desde el fondo de mi corazón por este dolor que me haces sentir a cada momento. Te confieso que detesto la tranquilidad con que vivía antes de conocerte. Antes, por mucho tiempo, mi corazón había latido con golpecitos precisos y regulares, hasta el instante justo en que te vi por primera vez. Entonces, como una ráfaga, mi corazón comenzó a latir con violencia dentro de mi pecho. Parece, como si hasta ese momento, no hubiera vivido: como si nunca hubiera sentido nada, ni visto nada, ni oído nada. Veo claramente cuál sería la solución para terminar con este padecer: bastaría con que te dejara de amar y, al instante, terminaría mi sufrimiento. Pero esto, tan sencillo como se escucha, no es más fácil que cambiar el curso de la Luna. ¡Pero no! Prefiero mi sufrimiento a olvidarte. ¿Acaso depende esto de mí? El verdadero amor sólo lo es en la medida en que sea capaz de resistir el dolor y el sufrimiento. En amor no hay regateos: todo o nada. Pero yo preciso todo. No sabría cómo amar de otra manera.

Esta noche me duele saberme yo. Sé muy bien que no me interesa olvidarte y, de hecho, dedico todas las horas del día a recordarte. Mi luz se consume y se apaga rápida y tristemente. Con este amor en el pecho y con la noche en la mirada, me puedo dar cuenta de que no hay más, que no queda nada más en el mundo. Nada… salvo el amor. Te amo: la única cosa que vale la pena decir y ser escuchada. Quien no ha dicho ni escuchado estas palabras, en su sentido más puro, ha fracasado rotundamente.

Estoy perdido. Al principio, en los primeros días, aún pude haber luchado en contra de aquello que era, en ese momento, tan sólo una posibilidad. Hoy, y para siempre, estoy perdido: te amo. Me encuentro en la situación de aquel al que todo le es indiferente, porque ha bebido ya las aguas amargas de la locura y de la desesperación. Me siento demasiado desgraciado, demasiado abatido, demasiado hastiado del mundo y de todo lo que hay en él, de tal manera que no me importaría escuchar en este mismo instante el sonido de las alas del ángel de la muerte. No puedo evitar esta amarga sensación en el corazón, como si algo irreparable hubiera sucedido, como si aquí se hubiera echado a perder una cosa hermosa tan sólo por una tontería.

Después de haber deseado todo, lo más bello, lo más tierno, lo más delicado, un paraíso en forma humana y, cuando por fin alcancé mi ideal, ¿qué me puede importar ya ninguna otra cosa en el mundo? Me parece tan poco necesario vivir como morir.

Doy gracias a Dios porque en este mundo imperfecto existe un ser como tú; y por yo saberlo, por haber tenido la fortuna de compartir, al menos, unos instantes contigo. Confieso que sin ti, la existencia me parece intolerable. Me siento herido hasta el fondo del corazón y parece que mi única salvación es la muerte. Me siento perdido, como aquel que cae al fondo de un abismo y sabe que nadie lo ayudará y tendrá que morir. No sé lo que me tiene reservado la vida, pero este encuentro ha hecho ya que todo valiera la pena.

Pero el amor no ha muerto. Es más, ha estado siempre a mi lado, y he aprendido, definitivamente, que no debo seguir nunca más con deseos hacia ninguna otra mujer, que no puedo pedir el beso de ningunos otros labios, llevándote aún en mi corazón.

Lo que yo he amado, lo haya conservado o no, lo amaré para siempre.

09 mayo 2010

And yet, here I am

Desde el principio, el hombre sólo ha conocido un mundo: el mundo trágico. La época de la tragedia sólo podrá desaparecer con la rebelión de la frivolidad.

07 mayo 2010

Sobre el amor

No es que el amor se equivoque a veces, sino que es, en esencia, una equivocación. El amor muere porque su nacimiento fue un error. Y así, sólo queda en el alma el melancólico recuerdo de su falsedad.

06 mayo 2010

Resinár

Epicuro. Piénsese simplemente en su jardín. Sus discípulos sólo comían pan, sólo bebían agua y conversaban sobre la felicidad o Dios sabe qué otras cosas. O bien, recuérdese la vida que llevaba Sócrates. ¡El ascetismo de que dieron prueba esos hombres, y la fecundidad, la variedad de las producciones de su inteligencia! Comparados con ellos, debemos por fuerza reconocer que no somos sino esquemas, especies de espectros amaestrados. Todo lo que hacemos está vacío de realidad. Leemos libros, claro está, yo, en todo caso, leo muchos, tal vez demasiados, pero todo eso carece del menor sentido. Si la vida cobra un sentido para mí, es más bien cuando estoy en la cama y dejo errar mis pensamientos sin objeto. Entonces tengo la impresión de trabajar de verdad. Pero, cuando me pongo prácticamente a trabajar, al instante me siento socavado por la certidumbre de que no hago otra cosa que perseguir sombras. Para mí, el hombre tan sólo existe de verdad, cuando no hace nada. En cuanto actúa, en cuanto se prepara para hacer algo, se vuelve una criatura lamentable.

03 mayo 2010

La inmortalidad (2)

Cuando el hombre tiene talento para una actividad a la que ya le han sonado las campanas de la medianoche (o aún no le han sonado las de la primera hora), ¿qué ocurre con su talento? ¿Se transforma? ¿Se adapta? ¿Se convierte Cristóbal Colón en director de una empresa de viajes? ¿Escribirá Shakespeare libretos para Hollywood? ¿Producirá Picasso series de dibujos animados? ¿O todos estos grandes talentos se harán a un lado, se irán, por así decirlo, al convento de la historia llenos de cómica desilusión por haber nacido fuera de tiempo, fuera de la época que es la suya, al margen del cuadrante para cuyo tiempo fueron creados? ¿Abandonarán su impuntual talento tal como Rimbaud abandonó a los diecinueve años la poesía?

02 mayo 2010

Conversaciones con Cioran: Sobre el suicidio

¡Qué cobardes son quienes piensan que el suicidio es una afirmación de la vida! Para compensar su falta de valor, inventan toda clase de razones que supuestamente justifican su impotencia. A decir verdad, no existe una voluntad o una decisión racional de suicidarse, sino únicamente causas viscerales e íntimas que nos predestinan a ello.

Los suicidas tienen una predisposición patológica hacia la muerte, a la cual resisten en realidad, pero que no pueden suprimir. La vida en ellos ha alcanzado un desequilibrio tal que ningún motivo racional puede ya consolidarla. Ningún suicidio es causado únicamente por una reflexión sobre la inutilidad del mundo o sobre la nada de la vida. A quien me oponga el ejemplo de aquellos antiguos sabios que se suicidaban en soledad, responderé que habían liquidado en sí mismos la mínima parcela de vida, que habían destruido toda alegría de existir y suprimido toda tentación. Reflexionar durante mucho tiempo sobre la muerte o sobre otras cuestiones angustiosas inflige a la vida una herida más o menos decisiva, si bien es verdad que esa clase de tormentos no puede afectar mas que a las personas ya heridas. Los seres humanos no se suicidan nunca por razones exteriores, sino a causa de un desequilibrio interno. Los mismos acontecimientos dejan a unos indiferentes, marcan a otros e incitan a otros al suicidio. Para llegar a la obsesión del suicidio hacen falta tantos tormentos, tantos suplicios, un desmoronamiento de las barreras interiores tan violento, que la vida no es tras ello mas que una agitación siniestra, un vértigo, un torbellino trágico. ¿Cómo podría ser el suicidio una afirmación de la vida? Suele decirse que es provocado por decepciones, lo cual equivale a decir que se desea la vida y que se espera de ella más de lo que puede dar. ¡Qué falsa dialéctica –como si el suicida no hubiese vivido antes de morir, como si no hubiera tenido ambiciones, esperanzas, dolores o conocido la desesperación! Lo importante en el suicidio es el hecho de no poder vivir ya, el cual proviene no de un capricho sino de una terrible tragedia interior. ¿Y hay quien piensa que no poder ya vivir es afirmar la propia vida? Me extraña que se busque aún una jerarquía de suicidios: nada es más estúpido que desear clasificarlos según la nobleza o vulgaridad de sus causas. ¿No es lo suficientemente impresionante en sí el hecho de quitarse la vida para que se anden buscando motivos? Siento el mayor de los desprecios por quienes se burlan del suicidio por amor, pues son incapaces de comprender que un amor irrealizable representa, para el amante, una imposibilidad de definirse, una pérdida integral de su ser. Un amor imposible conduce inevitablemente al hundimiento. Sólo admiro a dos categorías de personas: quienes pueden volverse locas en cualquier momento y quienes son capaces en cada instante de suicidarse. Únicamente ellos me impresionan, pues sólo ellos conocen grandes pasiones y experimentan grandes transfiguraciones. A quienes sienten la vida de una manera positiva, a aquellos seres para quienes cada instante es una certeza, que están encantados de su pasado, de su presente y de su futuro sólo puedo, a lo mucho, estimarlos a secas. Únicamente quienes se hallan en contacto permanente con las realidades últimas me conmueven realmente.

¿Por qué yo no me suicido? Porque la muerte me repugna tanto como la vida. No tengo la mínima idea de por qué me encuentro en este mundo. Experimento en este momento una imperiosa necesidad de gritar, de dar un aullido que horrorice al universo. Siento que asciende en mí un fragor sin precedentes y me pregunto por qué no estalla para aniquilar a este mundo, que yo sepultaría con mi nada. Me considero el ser más terrible que haya existido nunca en la historia, un salvaje apocalíptico repleto de llamas y de tinieblas. Soy una fiera de sonrisa grotesca que se contrae y se dilata infinitamente, que muere y crece al mismo tiempo, exaltada entre la esperanza de la nada y la desesperación del todo, alimentada con fragancias y venenos, abrasada por el amor y el odio, aniquilada por las luces y las sombras. Mi símbolo es la muerte de la luz y la llama de la muerte. En mí todo destello se apaga para resucitar convertido en trueno y relámpago. ¿Acaso no arden hasta las tinieblas dentro de mí?