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Hay una definición del hombre civilizado hecha por Bobbio que encarna el concepto de tolerancia como acción cotidiana: “Un hombre civilizado es aquel que le permite a otro hombre ser como es. Un hombre civilizado no entabla relaciones con los otros sólo para poder competir con ellos, superarlos y, finalmente, vencerlos. Le es totalmente ajeno el espíritu de competencia, rivalidad y, por consiguiente, el deseo de obtener frente al otro una victoria. Por lo mismo, en la lucha por la vida lleva siempre las de perder. Al hombre civilizado le gustaría vivir en un mundo donde no existieran vencedores ni vencidos, donde no se diera una lucha por la primacía, por el poder, por las riquezas y donde, por lo mismo, no existieran condiciones que permitan dividir a la gente en vencedores y vencidos”.
Hay algo enorme en esas palabras. Cuando observo el deterioro de la vida mexicana pienso que sólo un ejercicio de reflexión, de crítica y de tolerancia podría ayudar a encontrar una salida a la situación. Pero concebir la tolerancia como se desprende del texto de Bobbio implica un esfuerzo titánico. Me pongo a pensar en la soberbia, en la arrogancia, en la corrupción de algunos conocidos y me altero, comienzo a hacer recuento de las actitudes que más me irritan de ellos, descubro la magnitud del desprecio que me inspiran y, al final, debo reconocer lo mucho que me falta para poderme considerar un hombre civilizado.