Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


18 octubre 2011

Conversaciones con Kundera: Horizonte

Las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre.

17 octubre 2011

Matilde

Paso junto a la puerta del cuarto donde murió Matilde, luego de una dura y larga enfermedad que la dejó postrada durante años. En estos tiempos en que el mal la vencía recibió el amoroso cuidado de las enfermeras y de Gladys, la fiel Gladys, que ahora sufre conmigo este dolor. La cuidaron como a una criatura indefensa. ¡Cuánto más grande es la mujer que el hombre! Matilde recibió la atención de médicos notables, y la ayuda de nuestra amiga Stella Soldi fue fundamental para sobrellevar esta dolencia. 

Yo solía apoyarme al lado de su puerta, y poniendo el oído, me quedaba así, escuchando. La enfermera le hablaba como si ella le entendiera, hasta que le contestaba con una voz apenas audible, desde una lejanía indescifrable. En una ocasión, Matilde me contó que no había dormido en toda la noche. Me hablaba de un pájaro de color negro azulado, grande, hermoso, que se le acercó para decirle que estaba llegando el momento de su muerte. Había sido un sueño muy nítido, que le había dado una especie de paz. 

Hasta que volvía la enfermera y yo me iba a encerrar en el estudio. Durante un tiempo muy largo permanecía sentado, como tantas veces, mirando hacia el jardín, sin saber qué hacer, sin ganas de nada, pensando en cosas oscuras e indeterminadas. 

¡Cuánta congoja! Cómo va quedándose a oscuras esta casa en otro tiempo llena de los gritos de los niños, de cumpleaños infantiles, de los cuentos que Matilde inventaba por la noche para dormir a los nietos. Qué lejos, Dios mío, aquellas tardes en que venían a conversar con ella sus amigos, cuando la visitaba Julia Constenla o Ana María Novik. 

Con enorme desconsuelo pienso en todo lo que ella debió soportar por mi culpa. Recuerdo la tarde en que la dejé en París, para irme con una mujer que había sido condesa en los años previos a la Revolución Rusa. Me la había presentado un príncipe que entonces trabajaba de taxista, con quien hablábamos sobre Chejov, Dostoievski, Tolstoi. La agitación que vivía durante el período surrealista era tal que, finalmente, abandoné a Matilde en el puerto, con el pequeño Jorge en brazos, cometiendo un acto horrendo que jamás ha dejado de atormentarme. Por eso, cuando en la calle, en el tren, se me acercan a darme la mano, o algunas mujeres y hasta ancianas religiosas me dicen: “Que Dios lo mantenga por muchos años todavía”, me pregunto si lo merezco. Tantos fueron mis abandonos a aquella mujer que dio su alma y su vida por mí, por evitar, precisamente, que mis desalientos me llevaran a quemar todo lo que escribía. Fue siempre mi primera lectora, la más severa, pero también la más cariñosa. Sus sugerencias eran precisas. Matilde hacía una marca suave con lápiz negro al costado de la página, y siempre tenía razón. 

Su coraje no la hizo aflojar jamás, sosteniéndome a pesar de toda clase de penurias. Pero también tuve otros dos vínculos, profundos, con mujeres que me cuidaron con infinita generosidad. Porque siempre necesité que me apuntalaran como a una casa vieja o mal construida. 

En sus años finales, cuando la he visto desolada por su enfermedad, es cuando más profundamente la quise. Y pienso en el valor con que sufrió mi vida complicada, azarosa, contradictoria. A su lado pasé momentos de peligro, de amor, de amargura, de pobreza, de desengaños políticos y de tristísimos alejamientos, en que esperaba siempre a que el barco sacudido por oscuras tempestades regresara a la calma, y yo volviera a divisar el cielo estrellado, esa Cruz del Sur que marcaba nuevamente el rumbo, la misma que tantas veces, cuando éramos muchachos, habíamos contemplado desde algún banco de plaza. Y muchos, muchísimos años ante, el supremo misterio, la recuerdo cuando me farfulló aquellos versos de Manrique: 

cómo se pasa la vida 

cómo se viene la muerte 

tan callando...

16 octubre 2011

Conversaciones con Sabato: La resistencia

El mundo del cual somos responsables es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha; pero, también, el único que nos da la plenitud de la existencia: esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte. El único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos.

05 octubre 2011

Conversaciones con Fadanelli: Escoria

Las arengas nos matan de risa. Sobre todo a los escépticos. Quien arenga a un público crea a su alrededor un aura de farsante: ¿qué hace allí dictando verdades a cielo abierto? 

“¿Y qué tal si tiene razón?” se pregunta el curioso que de inmediato se dispone a transformarse en creyente o seguidor de una causa que no comprende. Tratar de enfrentar y solucionar con entusiasmo los males de una comunidad derruida en sus fundamentos, como la mexicana, puede mover al tedio a quienes la conocen de fondo. 

Qué ridículos llegan a parecernos aquellos que se obstinan en cambiar lo que nos ha sido dado de antemano como tragedia o como penitencia. La sangre mana siempre después de la herida y en nada sorprende su visión, aunque sí asusta e intimida, pues recuerda la debilidad de la vida. Aceptar el destino desgraciado o resistirse a ese destino es la primera de todas las decisiones cruciales que se toman en el seno de una vida consciente de sí misma.

01 octubre 2011

Conversaciones con Sabato: Esperanza

La "esperanza" de volver a verla (reflexionó con melancólica ironía). Y, también pensó: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como ésta? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura; motivo por el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión sombría del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. 

Todavía resulta más curioso y paradójico que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión. 

Se trata, en ocasiones, de individuos relativamente jóvenes. Y, cosa curiosa y digna de ser meditada, resultan precisamente más patéticos y desvalidos cuanto más jóvenes son. Porque ¿qué puede haber de más pavoroso que un chico sentado y pensativo en un banco de plaza, agobiado por sus pensamientos, callado y ajeno al mundo que lo rodea? En ocasiones, el hombre o muchacho es un marinero; en otras es acaso un emigrado que querría volver a su patria y no puede; muchas veces son seres que han sido abandonados por la mujer que amaban; otras, seres sin capacidad para la vida, o que han dejado su casa para siempre o meditan sobre su soledad y su futuro. O puede tratarse simplemente de alguien que empieza a ver con horror que el absoluto no existe.