Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


27 noviembre 2011

Conversaciones con Sabato: Arte (2)

 Uno dice "silla" o "ventana" o "reloj". Palabras que designan meros objetos de ese frígido e indiferente mundo que nos rodea y, sin embargo, de pronto, transmitimos algo misterioso e indefinible, algo que es como una clave, como un patético mensaje de una profunda región de nuestro ser. Decimos "silla", pero no queremos decir "silla", y nos entienden. O, por lo menos, nos entienden aquellos a quienes está secretamente destinado el mensaje, críptico, pasando indemne a través de las multitudes indiferentes y hostiles. Así que ese par de zuecos, esa vela, esa silla no quiere decir ni esos zuecos, ni esa vela macilenta, ni aquella silla de paja, sino Van Gogh, Vincent (sobre todo Vincent): su ansiedad, su angustia, su soledad; de modo que son más bien su autorretrato, la descripción de sus ansiedades más profundas y dolorosas. Sirviéndose de aquellos objetos externos e indiferentes, esos objetos de ese mundo rígido y frío que está fuera de nosotros, que acaso estaba antes de nosotros y que muy probablemente seguirá permaneciendo, indiferente y helado, cuando hayamos muerto, como si esos objetos no fueran más que temblorosos y transitorios puentes (como las palabras para el poeta) para salvar el abismo que siempre se abre entre uno y el universo; como si fueran símbolos de aquello profundo y recóndito que refleja; indiferentes y objetivos y grises para los que no son capaces de entender la clave, pero cálidos y tensos y llenos de una intención secreta para los que la conocen. Porque, en realidad, esos objetos pintados no son los objetos de aquel universo indiferente, sino objetos creados por aquel ser solitario y desesperado, ansioso de comunicarse, que hace con los objetos lo mismo que el alma realiza con el cuerpo: impregnándolo de sus anhelos y sentimientos, manifestándose a través de las arrugas carnales, del brillo de sus ojos, de las sonrisas y de las comisuras de sus labios.

03 noviembre 2011

Conversaciones con Onetti

Hace un par de años creí haber encontrado la felicidad. Pensaba haber llegado a un escepticismo casi absoluto y estaba seguro de que me bastaría con comer todos los días, no andar desnudo, beber, y leer algún libro de vez en cuando para ser feliz. Esto, y lo que pudiera soñar despierto, abriendo los ojos a la noche retinta. Hasta me asombraba por haber demorado tanto tiempo en descubrirlo. Pero ahora siento que mi vida no es mas que el paso de fracciones de tiempo, como el sonido de un reloj, el agua que corre. Estoy tirado y el tiempo pasa. Yo estoy tirado y el tiempo se arrastra, indiferente, a mi derecha y a mi izquierda. 

Esta es la noche. Quien no pueda sentirla así, no la conoce. Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender. Esta es la noche. Yo soy un hombre solitario que bebe en un sitio cualquiera de la ciudad. La noche me rodea, se cumple como un rito, gradualmente, y yo nada tengo que ver con ella. Hay momentos, apenas, en que los golpes de mi sangre en las sienes se acompasan con el latido de la noche.

02 noviembre 2011

Conversaciones con Linacero: Intelectuales

No sé si la separación de clases sea exacta y pueda ser nunca definitiva. Pero hay en todo el mundo gente que compone la capa tal vez más numerosa de las sociedades. Se les llama “clase media”, “pequeña burguesía”. Todos los vicios de que pueden despojarse las demás clases son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, más inútil. Y cuando a su condición de pequeños burgueses agregan la de “intelectuales”, merecen ser barridos sin juicio previo. Desde cualquier punto de vista, búsquese el fin que se busque, acabar con ellos sería una obra de desinfección. En poco tiempo aprendí a odiarlos. Ya no me preocupan, pero a veces veo casualmente sus nombres en los periódicos, al pie de largas parrafadas de imbecilidad y, entonces, el viejo odio se renueva y crece.