Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


15 octubre 2010

¿Enamorado? ¿Yo? ¿Acaso sé lo que eso significa?

Soy feliz con sólo verla. En esos instantes en que nuestras miradas se cruzan, ¿no es esto ya una dicha inmensa? Es todo lo que yo podría desear. El pretender algo más parece, en principio, un absurdo. ¡Nada hay después de esto! Sin embargo, he de confesar que no lo puedo evitar. Aunque de poder hacerlo, me pregunto si en verdad querría.

Es inútil hablar y, contra todos los pronósticos, he logrado callar. La situación alcanza, gracias a ello, el perfil pleno y exacto que satisface los requisitos de la estética de la melancolía.

¿Qué es esto? Un sentimiento que se ha derramado suspiro a suspiro, sin orden, sin objeto, de manera irregular y sin segunda intención. En él se revela súbitamente todo: el amor, el secreto del destino, la clave de la vida, la eternidad, el principio y el fin.

Me encuentro en un estado sublime: amo y sufro. Sufro porque sé que es un imposible.

24 septiembre 2010

Conversaciones con Savater: sobre el Breviario de podredumbre

Lo que hay que decir es que siempre se dice demasiado. El hombre es un animal ávido de creencias, de seguridades, de paliativos, y consigue todo eso merced al lenguaje. Pero sus creencias son deleznables, sus seguridades ilusorias, sus paliativos risibles: ¿por qué no decirlo así?

Una vez que por azar o improbable ejercicio se ha conquistado la lucidez, la condición enemiga de las palabras, nada puede ya decirse, excepto lo que revele la oquedad del lenguaje de los otros, frente al que el discurso del escéptico es pleno, pues asume su vacío como contenido, mientras que los demás discursos, pretendidamente llenos de sustancia, se edifican sobre la ignorancia de su hueco.

Pero, ¿qué propósito puede tener proclamar la inanidad que acecha tras las palabras, salvo excluir al escéptico de la condición de engañado, de drogado por el humo verbal, excluirle de la condición humana, en suma? Por encima o por debajo de los hombres, quien conoce la mentira de las palabras y su promesa, nunca puede volver a contarse entre ellos. Será una roca que no se ignora, un árbol que se sospecha o un dios consciente de que no existe: un hombre, jamás.

Si Cioran ensalza a los emperadores de la decadencia, es frente al opaco asesino sin imaginación que detenta en nuestros días el poder; si jura, nostálgico, por Zeus o por la curvilínea Venus, lo hace sólo por interés blasfemo frente al triunfante Crucificado; ensalzará al suicida contra quien jamás puso en entredicho la obligación de existir y su reticente apología del éxtasis es sólo una forma de flagelar la sosería sin sangre de la vida funcional.

Las palabras se han mostrado ya como vacías o podridas; por un momento, hemos visto, inapelablemente, lo que alienta tras esas voces consagradas: “Justicia”, “Verdad”, “Inmortalidad”, “Dios”, “Humanidad”, “Amor”, etc..., ¿cómo podríamos de nuevo repetirlas con buen ánimo, sin consentir vergonzosamente en el engaño? Las diremos, sí, una y otra vez, pero recomidos de inseguridad, azorados por el recuerdo de un lúcido vislumbre que, en vano, trataremos de relegar al campo de lo delirante. La verdad peor, una vez entrevista, emponzoña y desasosiega por siempre la concepción del mundo a cuyo placentario amparo quisimos vivir. ¡Lucidez, gotera del alma!

La mirada desesperanzada sobre el hombre y las cosas, la repulsa de los fastos administrativos que tratan de paliar la vaciedad de cualquier actividad humana, el sarcasmo sobre la pretendida extensión y profundidad del conocimiento científico, la irrisoria sublimidad del amor, biología ascendida a las estrellas por obra y gracia de los “chansonnier” de ayer y hoy, nuestra vocación –la de todo viviente– al dolor, al envejecimiento y a la muerte: todos estos temas los comparte Cioran con los predicadores de todas las épocas, los fiscales del mundo, quienes recomiendan abandonarlo en pos de la gloria de otro triunfal e imperecedero, o de una postura ética, de apatía y renuncia, más digna.

¿Es, pues, Cioran un moralista? Lo primeramente discernible en su visión de las cosas es el desprecio, y esto parece abundar en tal sentido; pero podríamos decir, con palabras que Santayana escribió pensando en otros filósofos, que “el deber de un auténtico moralista hubiera sido, más bien, distinguir, por entre esa perversa o turbia realidad, la parte digna de ser amada, por pequeña que fuese, eligiéndola de entre el remanente despreciable”. Junto al desprecio, el moralista incuba dentro de él algún amor desesperado y no correspondido, rabioso: ama la serenidad, la compasión, la apatía, el deber o el nirvana: ama una virtud, una postura, una resolución. Salva, de la universal inmundicia, un gesto.

No tiene Cioran, sin embargo, vocación de curandero, de saludador: no puede ser moralista. Lo que le importa, lo que se le impone, por un retortijón incontrolable de sus vísceras, es aliviarse del nebuloso malestar que le recome y diferencía, utilizando para ello la escritura: “Por mí, los problemas del cosmos y las teorías técnicas podían resolverse solos o como quisieran, o como acordaran resolverlos, en aquel momento, las autoridades en la materia. Mi gozo se hallaba más bien en la expresión, en la reflexión, en la ironía”.

Expresión, reflexión, ironía: aquí está la obra de E. M. Cioran. Expresar, batirse en la íntima sensibilidad, muda y gástrica, hacia la objetivación; esculpir en la blanda inflexibilidad de la palabra la efigie del monstruo privado, de nuestra verdad; hablar de lo ciego, de lo roto, dar voz a lo que no puede tenerla, nombrar lo inmencionable. Sin objetivo, sin oyente quizá, sin intentar persuadir –¿de qué?, ¿a quién?, ¿por qué?–, en la expresa renuncia al sistema, a la Verdad incluso. Sobre todo a la Verdad.

¿Y si la Verdad está del lado de los que renunciaron expresamente a ella?


La perplejidad resultante no es un accidente en el camino sino la meta misma del caminar, la única consecuencia del pensamiento que puede ser llamada, sin infamia, “lógica”.

21 septiembre 2010

Conversaciones con Fadanelli

“Es Dios el que se ha quedado solo”, responde un viejo a la pregunta de si cree que Dios ha abandonado a los hombres. “Somos nosotros quienes lo hemos abandonado”. Las risas estallan en la taberna alumbrada apenas por unas sucias lámparas de neón. “Si tan sólo limpiaran esas lámparas podrían barrer bien los rincones”, dice una mujer madura atada a una mueca de piedra, y no ha terminado aún su observación cuando el mesero distrae con un seco comentario sus palabras. “Si hubiera más luz no podríamos tolerar sus rostros”. Así es: los taberneros prefieren mantener la cantina a media luz y no enterarse de que los monstruos que beben en sus mesas de manera permanente lloran porque no pueden abandonar esa clase de vida.

“La verdad es que a mí no se me podía ayudar en la tierra”, escribe en una nota ese hombre que pide coñac aún a sabiendas de que el mesero le traerá un brandy color oscuro y a buen precio. Y agrega: “Deben inscribir esta frase en mi tumba cuando llegue la hermosa y liviana muerte”. ¿Pero quién va a hacerlo? ¿Quién puede cumplir todos los deseos que tiene un borracho en una sola noche? No es prudente hacer promesas en las cantinas porque hasta los hombres más honestos tienen que morderse la lengua un día o un año después por no cumplir su palabra. Las mujeres, en cambio, deben prometer y nunca cumplir porque si lo hacen nadie las respetará como antes. A ninguno de estos borrachos puede ayudarlos nadie en la tierra. Deben esperar.

“No es la fuerza del espíritu, sino la del viento la que ha llevado a esos hombres a donde están”, comenta a su camarada un inglés tímido que parece saberlo todo. Su español es tan correcto que los meseros apenas si le entienden. “En México nadie te entiende si hablas correctamente”, responde el camarada casi muerto de ebriedad. “Los meseros no son tus amigos, no debes olvidar eso jamás, son espías que envía la muerte para reírse de tus camisas sucias”. Es el viento que ha soplado tan fuerte el que ha causado la reunión de tantas personas en esta taberna de mosaicos óseos y burdas columnas de tres metros. El ebrio inglés tuvo razón: el espíritu no sopla como antes, así que debemos esperar a que sea el viento el que ponga a esa mujer en paz. ¿Cómo se ha atrevido a estar allí sin estar, como una dalia negra o una flor en el desierto? Es cierto que es hermosa, pero esta cualidad es a ojos de los borrachos una absoluta y rotunda majadería. Ellos beben toneles de vino para hacer que las mujeres sean hermosas y de pronto aparece una que lo es en realidad. Ha venido a echarles a perder la noche. ¿Qué hacer ahora?

¿Quién carajos continúa con la misma cantaleta? ¡Qué cantina tan poco escrupulosa! Se hacen promesas y además se suspira por ellas. De pronto viene la calma, un silencio que nadie aprecia, pero que todos necesitan. “Los meseros no son tus amigos y cuando mueras apenas si contarán una anécdota de ti en el futuro. Y además se equivocarán de persona y hablarán de alguien que no eres tú. “¿Qué, otra vez con lo mismo?”.

18 septiembre 2010

Confesiones V

Mi vida parece haber sido escrita por un novelista. Mis buenas y malas cualidades se han aunado para destruirme. La catástrofe parece ser mi inevitable final. La historia de mi vida, así como de mis constantes desfallecimientos, piden a gritos que un escritor las inmortalice para la memoria humana. Parece que me está reservado un destino trágico y, he de vivirlo, ante los ojos del mundo. Se me antoja que no he nacido para la felicidad, sino para la decepción y el fracaso. Sólo una cosa me duele…

15 septiembre 2010

Conversaciones con Cioran

La función de los ojos no es ver, sino llorar. Para ver realmente hay que cerrarlos: es la condición del éxtasis, de la única visión reveladora, mientras que la percepción se agota en el horror de lo ya visto, de lo irreparablemente sabido desde siempre. Para el que ha presentido los desastres inútiles del mundo, y a quien el saber no ha traído sino la confirmación de un desencanto innato, los escrúpulos que le impiden llorar acentúan su predisposición a la tristeza.

14 septiembre 2010

Conversaciones con Cioran: Filosofía y prostitución

El filósofo, de vuelta de los sistemas y las supersticiones, pero perseverante aún en los caminos del mundo, debería imitar el pirronismo de acera del que hace gala la criatura menos dogmática: la mujer pública. Desprendida de todo y abierta a todo; compartiendo el humor y las ideas del cliente; cambiando de tono y de rostro en cada ocasión; dispuesta a ser triste o alegre, permaneciendo indiferente; prodigando los suspiros por interés comercial; lanzando sobre los esfuerzos de su vecino superpuesto y sincero una mirada lúcida y falsa, propone al espíritu un modelo de comportamiento que rivaliza con el de los sabios. Carecer de convicciones respecto a los hombres y a uno mismo: tal es la elevada enseñanza de la prostitución, academia ambulante de lucidez, al margen de la sociedad, como la filosofía. «Todo lo que sé lo he aprendido en la escuela de las fulanas», debería exclamar el pensador que lo acepta todo y lo niega todo; cuando, a ejemplo suyo, se ha especializado en la sonrisa fatigada, cuando los hombres no son para él sino clientes, y las aceras del mundo, el mercado donde vende su amargura, como sus compañeras su cuerpo.

05 septiembre 2010

Conversaciones con Cioran: Sobre la melancolía

Cuando uno no puede librarse de sí mismo, se deleita devorándose. En vano se llamaría al Señor de las Sombras, el dispensador de una maldición precisa: se está enfermo sin enfermedad y se es réprobo sin vicios. La melancolía es el estado soñado del egoísmo: ningún objeto fuera de sí mismo, no más motivos de odio o de amor, sino esa misma caída en un fango languideciente, ese mismo revolverse de condenado sin infierno, esas mismas reiteraciones de un ardor de perecer... Mientras que la tristeza se contenta con un marco de fortuna, la melancolía precisa una orgía de espacio, un paisaje infinito para desplegar en él su gracia desagradable y vaporosa, su malestar sin contornos, que, por miedo a curar, teme un límite a su disolución y sus ondulaciones. Florece -la flor más extraña del amor propio- entre los venenos de los que extrae su savia y el vigor de todos sus desfallecimientos. Alimentándose de lo que la corrompe, esconde, bajo su nombre melodioso, el Orgullo de la Derrota y el Apiadamiento de sí mismo...

02 septiembre 2010

Decálogo (Un político de otro tiempo)

1. Negarse a ser dios.

2. Evitar, a cualquier precio, el mal mayor.

3. Recordar que la bondad no basta.

4. Saber que hay que tomar postura, incluso cuando no se está del todo seguro.

5. Saber también que es preciso mancharse las manos, porque no hay alternativas impecables.

6. No luchar contra males abstractos, sino contra daños concretos.

7. Ocuparse de lo que sucede en el resto del mundo.

8. Huir de las consignas.

9. Mirar y oir al adversario con la atención debida.

10. Luchar por las convicciones y pagar el precio que eso implica.


Acaso haya quien lo encuentre útil.

28 agosto 2010

27 agosto 2010

Confesiones III

Para el espíritu de la época, nada es más peligroso que un individuo genial e ingobernable que, además, no tiene aspiraciones de liderazgo ni de éxito.

05 agosto 2010

Confesiones I

He renunciado a la escritura estructurada y sistemática, ya que implica partir de ciertas afirmaciones previas de las cuales nos volvemos prisioneros. Si se tiene un poco de honestidad, uno queda obligado a respetar esos supuestos hasta el final, a no contradecirse. Uno queda, pues, atrapado en un círculo trazado por uno mismo. De este modo, dice Cioran, uno cae en la falsedad y en la falta de verdad. Este es el drama de todo pensamiento estructurado: el no permitir la contradicción. Así, se cae en falso, se miente para resguardar la coherencia.

Hace poco más de un año que me acompaña, de forma constante, el género de los “pecios”. Éstos, son los restos del naufragio personal: apuntes, apostillas, recuerdos, frases destiladas hasta ser pasión pura, visceralidad y sentimiento. Los pecios, sin embargo, no ofrecen ninguna consolación ilusoria a la desolación de la vida. No aspiran a convertirse en conclusiones definitivas e indiscutibles. Se trata, más bien, de explosiones accidentadas que reflejan el camino de alguien que camina por el desfiladero hacia la catástrofe.

Cabe, sin embargo, hacer una advertencia. Desconfíen siempre, dice Rafael Sánchez Ferlosio, de un autor de pecios. Aunque, sin quererlo, le es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la “profundidad”, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentencia lapidaria, vacía de sentido pero habilidosamente elaborada. Lo “profundo” lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y nada hay tan indiscutible como el dicho enigmático, que se autoexime de tener que dar razón de sí. La indiscutibilidad es como un carisma que sacraliza la palabra, canjeando por la magia de la literalidad, toda posible capacidad significante.

Es mejor pensar que el lenguaje es oscuridad (aunque a veces se aclare un poco gracias a la buena literatura) que confiar en esos locos que nos iluminan con sus verdades absolutas. Yo lo que hago es desconfiar y angustiarme. Y así me paso la vida.

27 julio 2010

Conversaciones con Fadanelli: El lector

La cuestión del lector es complicada. Cuando escribo prefiero no pensar demasiado en ello. Existe un lector hipotético que forma parte de tu creación, una proyección de tus miedos y valores, un conversador invisible, un eco distorsionado, no sé. En cambio, un lector real es el ser humano que lee tus textos y los transforma con su lectura. Personalmente no reparo en este segundo lector hasta que le veo el rostro o se comunica conmigo: de modo que las estadísticas, las ventas y los premios no me dan noticia de nada: el lector real es invisible. Y, un detalle menor: me intimida y decepciona que los lectores cultiven expectativas sobre mi escritura o sobre mi persona. En ese caso no existe mayor placer que decepcionarlos.

21 julio 2010

Destino

Sabemos, perfectamente, que se trata de un viraje negativo y que nada de esto puede acabar bien. En situaciones como ésta, resulta deprimente cualquier tipo de optimismo. Seguimos una ruta que ha de conducirnos, necesariamente, a la ruina. Se podrá pensar que se trata de una de las mayores lecciones de cinismo que se puedan concebir. Y, sin embargo, esto no es del todo cierto. Nos recuerda Cioran "la historia es la negación de la moral. Si se profundiza en la historia, si se reflexiona sobre ella, resulta estrictamente imposible no ser pesimista". El malentendido entre nosotros, dice Cioran, se debe a que ustedes creen en el porvenir, en una solución, en lo posible de forma general, mientras que yo no sé sino precisamente una cosa: que todos nosotros estamos aquí para hacernos sufrir unos a otros. No hay respuestas. Hay que resignarse a ello y soportar la vida tal como viene.

14 julio 2010

Conversaciones con Cioran: La pasión por lo absurdo

Nada podría justificar el hecho de vivir. ¿Cómo, habiendo explorado nuestros propios extremos, seguir hablando de argumentos, causas, efectos y consideraciones morales? Es imposible, puesto que no quedan entonces para vivir más que razones carentes de todo fundamento. En el apogeo de la desesperación, sólo la pasión por lo absurdo orna aún el caos con un resplandor demoníaco. Cuando todos los ideales corrientes, sean morales, estéticos, religiosos, sociales o de cualquier otra clase, no logran imprimir a la vida una dirección y una finalidad, ¿cómo preservarla del vacío? La única manera de lograrlo consiste en aferrarse a lo absurdo y a la inutilidad absoluta, a esa nada fundamentalmente inconsistente cuya ficción es susceptible, sin embargo, de crear la ilusión de la vida.

Vivo porque las montañas no saben reír ni las lombrices cantar. La pasión por lo absurdo nace únicamente en el individuo que lo ha expiado todo pero que es capaz de soportar terribles transfiguraciones futuras. A quien lo ha perdido todo sólo le queda esa pasión. ¿Qué podría en adelante seducirle? Algunos responderán que el sacrificio en nombre de la humanidad o del bien público, el culto de lo bello, etc. Yo sólo soporto a aquellos seres humanos que han renunciado a experimentar, aunque no sea más que provisionalmente, todos esos sueños. Ellos son los únicos que han vivido de manera absoluta, los únicos habilitados para hablar de la vida. Si pueden de nuevo hallarse el amor y la serenidad, ello es posible mediante el heroísmo y no mediante la inconsciencia. Toda existencia que no contenga una gran locura carece de valor. ¿En qué se diferencia una existencia semejante de la de una piedra, un palo o una mala hierba? Lo afirmo con total honestidad: hay que ser objeto de una gran locura, para querer ser piedra, palo o mala hierba.

12 julio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario XII

They keep asking me: ‘Why is your life so complicated?’

‘Gee, I don’t know. Why is your life so fucking simple?’

03 julio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario XI

-You shouldn't be alone- she said.

-Yes- I answered -I should. I should be alone in hell... That's where I belong.

-That ain't gonna stop me from trying- she replied.

-I won't let you love me. I won't let anyone love me.

27 junio 2010

Conversaciones con Ortega y Gasset: ¿Qué debemos pensar?

Hay situaciones, instantes de la vida, en que, sin advertirlo, confiesa el ser humano grandes porciones de su decisiva intimidad, de lo que auténticamente es. Una de estas situaciones es el amor. En la elección de la amada revela su fondo esencial el varón; en la elección del amado, la mujer. El tipo de humanidad que en el otro ser preferimos dibuja el perfil de nuestro corazón. Es el amor un ímpetu que emerge de lo más subterráneo de nuestra persona, y al llegar al haz visible de la vida arrastra en aluvión algas y conchas del abismo interior. Un buen naturalista, filiando estos materiales, puede reconstruir el fondo pelágico de que han sido arrancados.

Se querrá oponer a esto la presunta experiencia de que a menudo una mujer que consideramos de egregio carácter fija su entusiasmo en un hombre torpe y vulgar. Pero yo sospecho que los que así juzgan padecen casi siempre una ilusión óptica: hablan un poco desde lejos, y el amor es un cendal de finísima trama que solo se ve bien desde muy cerca. En muchos casos, el tal entusiasmo es sólo aparente: en realidad no existe. El amor auténtico y el falso se comportan –vistos desde lejos- con ademanes semejantes. Pero supongamos un caso en el que el entusiasmo sea efectivo, ¿qué debemos pensar? Una de dos: o que el hombre no es tan menospreciable como creemos, o que la mujer no era, efectivamente, de tan selecta condición como la imaginábamos.

23 junio 2010

22 junio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario VIII

El simple hecho de que exista en el mundo alguien así, que logre conmover a otra persona hasta lo más profundo de su corazón resulta ya en una justificación de la existencia.

21 junio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario VII

Es preciso vivir la vida en estado de ebriedad: embriagado de amor, de pasión, de un ideal, de convicción, de congruencia… de liqvor.

20 junio 2010

Conversaciones con Cioran: Prostitución

Exhibirse resulta en cierto modo indecente, pero en el momento en que escribes no te exhibes. Estás sólo contigo mismo. Y no piensas en que se publicará algún día. En el momento en que escribes estás solo. A mi juicio, eso es, en verdad, el acto de escribir, un acto de inmensa soledad. El escritor sólo tiene sentido en esas condiciones. Lo que hagas posteriormente es prostitución. Pero, a partir del momento en que has aceptado existir, debes aceptar la prostitución. Para mí, todo tipo que no se suicida está prostituido, en cierto sentido. Ahora bien, hay grados de prostitución, pero es evidente que todo acto presenta características similares a los de quien hace la carrera. Por tanto, hay que mantenerse aparte, no hacer autopropaganda.

18 junio 2010

No es culpa mía

De todo se aburre uno, ángel mío, es una ley de la Naturaleza.
No es culpa mía.
Si hoy me aburro, pues, de una aventura que me ha tenido ocupado enteramente desde hace ya algún tiempo, no es culpa mía.
Si, por ejemplo, he tenido tanto amor como tú virtud, y ya es mucho decir, no es sorprendente que el uno haya terminado al mismo tiempo que la otra.
No es culpa mía.
De lo que se deduce que llevo ya un tiempo engañándote. ¡Pero lo cierto es que tu despiadada ternura me obligaba a ello!
No es culpa mía.
Hoy, una mujer a la que amo locamente exige que te sacrifique.
No es culpa mía.
Sé que parece una buena ocasión para denunciarme como libertino: pero si la Naturaleza sólo ha acordado a los hombres la constancia mientras que daba la obstinación a las mujeres, no es culpa mía.
Créeme, elige a otro amante, como he elegido yo a otra. Este es un buen consejo; si no te parece bueno, no es culpa mía.
Adiós, ángel mío, sentí placer al tomarte, no siento pena al dejarte: quizá vuelva a ti.
Así va el mundo.
No es culpa mía.

14 junio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario VI

La filosofía sólo sirve para causar tristeza. Una filosofía que no entristece no es filosofía. En la oscuridad de la noche, resulta sencillo advertir que sólo la locura puede ser el origen de una creatividad ilimitada. A quienes seguimos creyendo en el amor, en la felicidad, en la literatura y en tantas otras quimeras trasnochadas e improductivas sólo nos queda aceptar la fatalidad como destino. Evidentemente que hay motivo para estar triste, pero de poco sirve. La única salvación para los vencidos es no esperar ninguna. Sin embargo, el silencio hace más cruda esta agonía.

10 junio 2010

Libertinos

Hoy, todo desenfreno está proscrito no sólo socialmente sino también por toda una intelligentsia bienpensante que ve la armonía, el equilibrio, en el justo medio, en la mediocridad. De talante epicureísta, un pequeño grupo de libertinos nos atrevemos a desafiar al poder que preconiza la práctica del estoicismo. Desenfrenados, blasfemadores ocasionales, aficionados a la buena mesa y al buen liqvor. François Garasse, jesuita del Gran Siglo, nos define así: “Llamo libertinos a nuestros borrachos moscardones de taberna, espíritus insensibles a la piedad, que no tienen otro dios que su vientre”. Proponemos una filosofía del placer que, ni qué decir tiene, alarma a nuestros contemporáneos, que nos persiguen por herejes y subversivos.

¿Sois jóvenes y atractivos, algo insolentes, algo extravagantes, lo justo para que vuestra presencia resulte más brillante? ¿Sois algo filósofos, epicúreos, hedonistas, irreverentes en materia de religión y política, aunque nunca teóricos? ¿Os gusta la comida y la bebida? ¿Sois elegantes? ¿Sois galantes con las mujeres, sabéis estar, estáis al corriente de todas las novelas de interés –nunca de los cotilleos– y sabéis usar de cierta gracia al contarlas? ¿Nunca habláis de vosotros mismos, sino que intentáis resultar agradables poniendo en valor al interlocutor y dejándole hablar? ¿Sois buenos comediantes, tan buenos que nadie más lo sospecha? ¿Soportáis la vida en sociedad pero apreciáis los encuentros a dos para abrir vuestro corazón? ¿Gustáis a las mujeres?

Sois libertinos.

05 junio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario V

No quiero fumarlo. Simplemente, deseo verlo consumirse lentamente entre mis dedos.

Esto ya se acabó… o se estaba acabando. Lo único que puedo hacer es elegir que se acabe de una manera o de otra.

Ya no puedo aceptarme en ningún lugar de este mundo. No puedo hacer cosas ni interesarme por sus consecuencias.

Solo, definitivamente y sin drama.

Desprovisto de pasado y sabiendo que los actos que construirían el inevitable futuro pueden ser cumplidos, indistintamente, por mi o por cualquier otro.

Debo llegar a alguna parte, aunque sea sólo al infierno.

Uno puede dudar absolutamente de todo, afirmarse nihilista y, sin embargo, enamorarse como el más grande de los idiotas.

I'm tough

02 junio 2010

Breves esquelas de estilo lapidario III

El amor es hijo de bohemia –rebeldía, indisciplina, desorden, lujuria, exceso– y jamás ha conocido ley.

31 mayo 2010

La inmortalidad (3)

Mi "yo" no se diferencia esencialmente del de ustedes por lo que piensa. Gente hay mucha, ideas pocas: todos pensamos aproximadamente lo mismo y las ideas nos las traspasamos, las pedimos prestadas, las robamos. Pero cuando alguien me lastima, el dolor sólo lo siento yo. La base del "yo" no es el pensamiento, sino el sufrimiento, que es el más básico de todos los sentimientos.

27 mayo 2010

Breves esquelas de estilo lapidario I

¿Puedes creer en algo que no puedes ver, en algo que no puedes tocar? Lo que necesita demostración para ser creído no vale gran cosa.

26 mayo 2010

Burla del destino

Hoy, todo exceso está proscrito, no sólo socialmente sino también por toda una intelligentsia bienpensante que ve la armonía, el equilibrio, en el justo medio, en la mediocridad. Nosotros, románticos deslumbrados por la muerte desde el día en que vimos por primera vez la luz del mundo, desafiamos esa vulgar mezquindad. Y así, el planteamiento corriente de la cuestión pone de manifiesto la mentira que necesitamos para poder soportar la vida:

La juventud concluye cuando termina el egoísmo y la vejez inicia cuando empieza uno a vivir para los demás. Los jóvenes disfrutan mucho y sufren mucho porque viven sólo para ellos, todo deseo o pasión les parece trascendente y, por eso, más de un joven, viendo insatisfechos todos sus deseos, decide poner fin a su vida en poco tiempo. Pero para los más de los hombres llega una época en que todo cambia, y comienzan a vivir, principalmente, para los demás, no por abnegación, sino por naturaleza. Suele ser, sobre todo, la familia causante de esto: cuando uno tiene hijos ya no piensa en sí mismo ni en sus propios deseos. A otros les hace perder el egoísmo la profesión que tienen: el arte, la ciencia, la política… La juventud quiere jugar, la vejez trabajar. Esto tiene que ver con otra cosa: la juventud habla de morir, pero no piensa en la muerte. En los viejos ocurre al revés. Los jóvenes creen que vivirán por siempre, y por eso concentran sus anhelos y pensamientos en sí mismos. Los viejos ven que en alguna parte hay un fin y que todo lo que uno tiene para sí o hace a favor de sí sólo va a parar, al final, a una fosa y no ha servido para nada. Por eso les es menester otra eternidad y la creencia de no haber estado trabajando tan sólo para los gusanos. Así, la mujer, los hijos, el negocio, la oficina y la patria existen para que todos estos seres sepan a beneficio de quién están haciendo su trabajo y sobrellevando la fatiga diaria.

13 mayo 2010

Inercia

Es imposible seguir viviendo sin la creencia de que mañana será mejor. Llámese a esta actitud, si se quiere, ingenuidad; o mejor aún, idiotez. La realidad nos bombardea constantemente, a cada momento, con la evidencia suficiente para darnos cuenta de que esto ya se ha ido al carajo, o que se está yendo. Y no hay absolutamente nada que se pueda hacer para evitarlo. Existe una alternativa, a saber: el vivir contra la evidencia, pero ya habrá ocasión para hablar de ello. Sin embargo, la interrogante persiste, ¿cómo seguir viviendo cuando se sabe que lo más bello de la vida ha pasado ya? ¿Cómo seguir viviendo cuando se es consciente de haber alcanzado la eternidad, y saber que ésta no consiste más que en un instante? ¿Cómo seguir viviendo después de haber tenido lo más tierno, lo más puro, cuando por fin se ha encontrado ese ideal y éste se ha alejado de nosotros? ¿Cómo seguir viviendo cuando se sabe que la felicidad no es un flujo constante, un estado en el que se pueda permanecer indefinidamente, sino que se trata de una explosión brevísima, de relámpagos fulminantes que iluminan por unos instantes la triste y larga noche que es la vida? ¿Cómo vivir, pues, en un mundo con el que no se está de acuerdo? ¿Cómo seguir viviendo así? ¿Cómo? Se me ocurre una posible respuesta. Inercia: las cosas duran siempre más de lo que deberían.

10 mayo 2010

Esta noche me duele saberme yo

Esta noche me duele saberme yo. Sin embargo, a pesar de todo, te agradezco desde el fondo de mi corazón por este dolor que me haces sentir a cada momento. Te confieso que detesto la tranquilidad con que vivía antes de conocerte. Antes, por mucho tiempo, mi corazón había latido con golpecitos precisos y regulares, hasta el instante justo en que te vi por primera vez. Entonces, como una ráfaga, mi corazón comenzó a latir con violencia dentro de mi pecho. Parece, como si hasta ese momento, no hubiera vivido: como si nunca hubiera sentido nada, ni visto nada, ni oído nada. Veo claramente cuál sería la solución para terminar con este padecer: bastaría con que te dejara de amar y, al instante, terminaría mi sufrimiento. Pero esto, tan sencillo como se escucha, no es más fácil que cambiar el curso de la Luna. ¡Pero no! Prefiero mi sufrimiento a olvidarte. ¿Acaso depende esto de mí? El verdadero amor sólo lo es en la medida en que sea capaz de resistir el dolor y el sufrimiento. En amor no hay regateos: todo o nada. Pero yo preciso todo. No sabría cómo amar de otra manera.

Esta noche me duele saberme yo. Sé muy bien que no me interesa olvidarte y, de hecho, dedico todas las horas del día a recordarte. Mi luz se consume y se apaga rápida y tristemente. Con este amor en el pecho y con la noche en la mirada, me puedo dar cuenta de que no hay más, que no queda nada más en el mundo. Nada… salvo el amor. Te amo: la única cosa que vale la pena decir y ser escuchada. Quien no ha dicho ni escuchado estas palabras, en su sentido más puro, ha fracasado rotundamente.

Estoy perdido. Al principio, en los primeros días, aún pude haber luchado en contra de aquello que era, en ese momento, tan sólo una posibilidad. Hoy, y para siempre, estoy perdido: te amo. Me encuentro en la situación de aquel al que todo le es indiferente, porque ha bebido ya las aguas amargas de la locura y de la desesperación. Me siento demasiado desgraciado, demasiado abatido, demasiado hastiado del mundo y de todo lo que hay en él, de tal manera que no me importaría escuchar en este mismo instante el sonido de las alas del ángel de la muerte. No puedo evitar esta amarga sensación en el corazón, como si algo irreparable hubiera sucedido, como si aquí se hubiera echado a perder una cosa hermosa tan sólo por una tontería.

Después de haber deseado todo, lo más bello, lo más tierno, lo más delicado, un paraíso en forma humana y, cuando por fin alcancé mi ideal, ¿qué me puede importar ya ninguna otra cosa en el mundo? Me parece tan poco necesario vivir como morir.

Doy gracias a Dios porque en este mundo imperfecto existe un ser como tú; y por yo saberlo, por haber tenido la fortuna de compartir, al menos, unos instantes contigo. Confieso que sin ti, la existencia me parece intolerable. Me siento herido hasta el fondo del corazón y parece que mi única salvación es la muerte. Me siento perdido, como aquel que cae al fondo de un abismo y sabe que nadie lo ayudará y tendrá que morir. No sé lo que me tiene reservado la vida, pero este encuentro ha hecho ya que todo valiera la pena.

Pero el amor no ha muerto. Es más, ha estado siempre a mi lado, y he aprendido, definitivamente, que no debo seguir nunca más con deseos hacia ninguna otra mujer, que no puedo pedir el beso de ningunos otros labios, llevándote aún en mi corazón.

Lo que yo he amado, lo haya conservado o no, lo amaré para siempre.

09 mayo 2010

And yet, here I am

Desde el principio, el hombre sólo ha conocido un mundo: el mundo trágico. La época de la tragedia sólo podrá desaparecer con la rebelión de la frivolidad.

07 mayo 2010

Sobre el amor

No es que el amor se equivoque a veces, sino que es, en esencia, una equivocación. El amor muere porque su nacimiento fue un error. Y así, sólo queda en el alma el melancólico recuerdo de su falsedad.

06 mayo 2010

Resinár

Epicuro. Piénsese simplemente en su jardín. Sus discípulos sólo comían pan, sólo bebían agua y conversaban sobre la felicidad o Dios sabe qué otras cosas. O bien, recuérdese la vida que llevaba Sócrates. ¡El ascetismo de que dieron prueba esos hombres, y la fecundidad, la variedad de las producciones de su inteligencia! Comparados con ellos, debemos por fuerza reconocer que no somos sino esquemas, especies de espectros amaestrados. Todo lo que hacemos está vacío de realidad. Leemos libros, claro está, yo, en todo caso, leo muchos, tal vez demasiados, pero todo eso carece del menor sentido. Si la vida cobra un sentido para mí, es más bien cuando estoy en la cama y dejo errar mis pensamientos sin objeto. Entonces tengo la impresión de trabajar de verdad. Pero, cuando me pongo prácticamente a trabajar, al instante me siento socavado por la certidumbre de que no hago otra cosa que perseguir sombras. Para mí, el hombre tan sólo existe de verdad, cuando no hace nada. En cuanto actúa, en cuanto se prepara para hacer algo, se vuelve una criatura lamentable.

03 mayo 2010

La inmortalidad (2)

Cuando el hombre tiene talento para una actividad a la que ya le han sonado las campanas de la medianoche (o aún no le han sonado las de la primera hora), ¿qué ocurre con su talento? ¿Se transforma? ¿Se adapta? ¿Se convierte Cristóbal Colón en director de una empresa de viajes? ¿Escribirá Shakespeare libretos para Hollywood? ¿Producirá Picasso series de dibujos animados? ¿O todos estos grandes talentos se harán a un lado, se irán, por así decirlo, al convento de la historia llenos de cómica desilusión por haber nacido fuera de tiempo, fuera de la época que es la suya, al margen del cuadrante para cuyo tiempo fueron creados? ¿Abandonarán su impuntual talento tal como Rimbaud abandonó a los diecinueve años la poesía?

02 mayo 2010

Conversaciones con Cioran: Sobre el suicidio

¡Qué cobardes son quienes piensan que el suicidio es una afirmación de la vida! Para compensar su falta de valor, inventan toda clase de razones que supuestamente justifican su impotencia. A decir verdad, no existe una voluntad o una decisión racional de suicidarse, sino únicamente causas viscerales e íntimas que nos predestinan a ello.

Los suicidas tienen una predisposición patológica hacia la muerte, a la cual resisten en realidad, pero que no pueden suprimir. La vida en ellos ha alcanzado un desequilibrio tal que ningún motivo racional puede ya consolidarla. Ningún suicidio es causado únicamente por una reflexión sobre la inutilidad del mundo o sobre la nada de la vida. A quien me oponga el ejemplo de aquellos antiguos sabios que se suicidaban en soledad, responderé que habían liquidado en sí mismos la mínima parcela de vida, que habían destruido toda alegría de existir y suprimido toda tentación. Reflexionar durante mucho tiempo sobre la muerte o sobre otras cuestiones angustiosas inflige a la vida una herida más o menos decisiva, si bien es verdad que esa clase de tormentos no puede afectar mas que a las personas ya heridas. Los seres humanos no se suicidan nunca por razones exteriores, sino a causa de un desequilibrio interno. Los mismos acontecimientos dejan a unos indiferentes, marcan a otros e incitan a otros al suicidio. Para llegar a la obsesión del suicidio hacen falta tantos tormentos, tantos suplicios, un desmoronamiento de las barreras interiores tan violento, que la vida no es tras ello mas que una agitación siniestra, un vértigo, un torbellino trágico. ¿Cómo podría ser el suicidio una afirmación de la vida? Suele decirse que es provocado por decepciones, lo cual equivale a decir que se desea la vida y que se espera de ella más de lo que puede dar. ¡Qué falsa dialéctica –como si el suicida no hubiese vivido antes de morir, como si no hubiera tenido ambiciones, esperanzas, dolores o conocido la desesperación! Lo importante en el suicidio es el hecho de no poder vivir ya, el cual proviene no de un capricho sino de una terrible tragedia interior. ¿Y hay quien piensa que no poder ya vivir es afirmar la propia vida? Me extraña que se busque aún una jerarquía de suicidios: nada es más estúpido que desear clasificarlos según la nobleza o vulgaridad de sus causas. ¿No es lo suficientemente impresionante en sí el hecho de quitarse la vida para que se anden buscando motivos? Siento el mayor de los desprecios por quienes se burlan del suicidio por amor, pues son incapaces de comprender que un amor irrealizable representa, para el amante, una imposibilidad de definirse, una pérdida integral de su ser. Un amor imposible conduce inevitablemente al hundimiento. Sólo admiro a dos categorías de personas: quienes pueden volverse locas en cualquier momento y quienes son capaces en cada instante de suicidarse. Únicamente ellos me impresionan, pues sólo ellos conocen grandes pasiones y experimentan grandes transfiguraciones. A quienes sienten la vida de una manera positiva, a aquellos seres para quienes cada instante es una certeza, que están encantados de su pasado, de su presente y de su futuro sólo puedo, a lo mucho, estimarlos a secas. Únicamente quienes se hallan en contacto permanente con las realidades últimas me conmueven realmente.

¿Por qué yo no me suicido? Porque la muerte me repugna tanto como la vida. No tengo la mínima idea de por qué me encuentro en este mundo. Experimento en este momento una imperiosa necesidad de gritar, de dar un aullido que horrorice al universo. Siento que asciende en mí un fragor sin precedentes y me pregunto por qué no estalla para aniquilar a este mundo, que yo sepultaría con mi nada. Me considero el ser más terrible que haya existido nunca en la historia, un salvaje apocalíptico repleto de llamas y de tinieblas. Soy una fiera de sonrisa grotesca que se contrae y se dilata infinitamente, que muere y crece al mismo tiempo, exaltada entre la esperanza de la nada y la desesperación del todo, alimentada con fragancias y venenos, abrasada por el amor y el odio, aniquilada por las luces y las sombras. Mi símbolo es la muerte de la luz y la llama de la muerte. En mí todo destello se apaga para resucitar convertido en trueno y relámpago. ¿Acaso no arden hasta las tinieblas dentro de mí?

30 abril 2010

Conversaciones con Cioran: Sobre la muerte

Algunos problemas, cuando los meditamos, nos aíslan en la vida, nos destruyen incluso: no tenemos entonces ya nada que perder, ni nada que ganar. La aventura espiritual o el impulso indefinido hacia las formas múltiples de la vida, la tentación de una realidad inaccesible, no son mas que simples manifestaciones de una sensibilidad exuberante, carente de la seriedad que caracteriza a quien se plantea interrogaciones vertiginosas. No me refiero a la gravedad superficial de aquellos que son considerados como personas serias, sino a una tensión cuya locura exacerbada nos eleva, en cualquier momento, al nivel de la eternidad. Vivir en la historia pierde entonces todo significado, pues el instante es sentido tan intensamente que el tiempo se eclipsa ante la eternidad. Algunos problemas puramente formales, por muy difíciles que sean, no exigen en absoluto una seriedad infinita, puesto que, lejos de surgir de las profundidades de nuestro ser, son únicamente producto de las incertidumbres de la inteligencia. Sólo el pensador visceral es capaz de ese tipo de seriedad, en la medida en que para él las verdades provienen de un suplicio interior más que de una especulación gratuita. Al ser que piensa por el placer de pensar se opone aquel que piensa bajo el efecto de un desequilibrio vital. Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de sangre y de carne, y a la abstracción vacía prefiero con mucho una reflexión que proceda de un arrebato sensual o de un desmoronamiento nervioso. Los seres humanos no han comprendido todavía que la época de los entusiasmos superficiales está superada, y que un grito de desesperación es mucho más revelador que la argucia más sutil; que una lágrima tiene un origen mucho más profundo que una sonrisa. ¿Por qué nos negamos a aceptar el valor exclusivo de las verdades vivas que emanan de nosotros mismos? Sólo se comprende la muerte si se siente la vida como una agonía prolongada, en la cual la vida y la muerte se hallan mezcladas.

Los seres que gozan de buena salud no poseen ni la experiencia de la agonía ni la sensación de la muerte. Su vida se desarrolla como si tuviera un carácter definitivo. Es característico de las personas normales considerar la muerte como algo que procede del exterior, y no como una fatalidad inherente al ser. Una de las mayores ilusiones que existen consiste en olvidar que la vida se halla cautiva de la muerte. Las revelaciones de orden metafísico comienzan únicamente cuando el equilibrio superficial del hombre comienza a vacilar y la espontaneidad ingenua es sustituida entonces por un tormento profundo. El hecho de que la sensación de la muerte sólo aparezca cuando la vida se trastorna en sus profundidades prueba de una manera evidente la inmanencia de la muerte en la vida. El examen de las profundidades de ésta muestra hasta qué punto es ilusoria la creencia en una pureza vital, y qué justificada está la convicción de que el carácter demoníaco de la vida implica un substrato metafísico.

Siendo la muerte inmanente a la vida, ¿por qué la conciencia de la muerte hace imposible el hecho de vivir? La existencia normal del hombre no es en absoluto turbada por ella, pues el proceso de entrada en la muerte sucede inocentemente mediante un ocaso en la intensidad vital. Para esa clase de seres humanos normales sólo existe la última agonía, y no la agonía duradera, inseparable de las primicias de lo vital. Profundamente, cada paso en la vida es un paso en la muerte, y el recuerdo una evocación de la nada. Desprovisto de sentido metafísico, el hombre ordinario no es consciente de la entrada progresiva en la muerte, a pesar de que tampoco él escapa a un destino inexorable. Cuando la conciencia se ha desapegado de la vida, la revelación de la muerte es tan intensa que destruye toda ingenuidad, todo arrebato de alegría y toda voluptuosidad natural. Hay una perversión, una degradación inigualada en la conciencia de la muerte. La cándida poesía de la vida y sus encantos parecen entonces vacíos de todo contenido, al igual que las tesis finalistas y las ilusiones teológicas.

Poseer la conciencia de una larga agonía equivale a arrancar la experiencia individual de su ámbito natural para desenmascarar su nulidad y su insignificancia, es atentar contra las raíces irracionales de la propia vida. Ver cómo la muerte se extiende, verla destruir un árbol e insinuarse en el sueño, ajar una flor o acabar con una civilización, nos conduce más allá de las lágrimas y de las decepciones, más allá de toda forma o categoría. Quien nunca ha experimentado el sentimiento de esa terrible agonía en la que la muerte nos invade como un flujo de sangre, como una fuerza incontrolable que nos ahoga o nos estrangula, provocando alucinaciones horrorosas, ignora el carácter demoníaco de la vida y las efervescencias interiores creadoras de grandes transfiguraciones. Sólo esa sombría ebriedad puede explicar por qué deseamos tan ardientemente el final de este mundo. No es en absoluto la ebriedad luminosa del éxtasis en la que, subyugados por visiones paradisíacas, nos elevamos hacia una esfera de pureza en la cual lo vital se sublima para volverse inmaterial. Un suplicio loco, peligroso y destructor caracteriza la tétrica ebriedad, en la que la muerte aparece engalanada con los encantos de pesadilla que poseen los ojos de serpiente. Semejantes visiones nos unen a la esencia de lo real: entonces las ilusiones de la vida y de la muerte se desenmascaran. Una agonía exaltada amalgamará, en un terrible vértigo, la vida con la muerte, mientras que un satanismo bestial adoptará las lágrimas de la voluptuosidad. La vida como agonía prolongada y camino hacia la muerte no es sino una versión suplementaria de la dialéctica demoníaca que la obliga a engendrar formas que ella destruye. La multiplicidad de las formas vitales engendra una dinámica demente en la que únicamente se reconoce el diabolismo del devenir y de la destrucción. La irracionalidad de la vida se manifiesta en ese desbordamiento de formas y de contenidos, en esa frenética tentación de renovar los aspectos desgastados. Una especie de felicidad podría obtener quien se entregara a ese devenir, dedicándose, más allá de toda problemática torturadora, a saborear todas las potencialidades del instante, sin la perpetua confrontación reveladora de una relatividad insuperable. La experiencia de la ingenuidad es la única posibilidad de salvación. Pero, para aquellos que sienten la vida como una larga agonía, la cuestión de la salvación no es más que una cuestión.

La revelación de la inmanencia de la muerte se lleva a cabo, en general, gracias a la enfermedad y a los estados depresivos. Existen otros caminos para lograrla, pero son estrictamente accidentales e individuales: su capacidad de revelación es mucho menor.

Si las enfermedades tienen una misión filosófica, ésta no puede consistir mas que en mostrar lo frágil que es el sueño de una vida realizada. La enfermedad convierte la muerte en algo siempre presente; los sufrimientos nos unen a realidades metafísicas que una persona normal y con buena salud no comprenderá nunca. Los jóvenes hablan de la muerte como de un acontecimiento exterior; en cuanto son víctimas de la enfermedad, pierden sin embargo, todas las ilusiones de la juventud. Es evidente que las únicas experiencias auténticas son las producidas por la enfermedad. Todas las demás llevan fatalmente el sello de lo libresco, puesto que un equilibrio orgánico no permite mas que estados sugeridos cuya complejidad procede de una imaginación exaltada. Sólo los verdaderos enfermos son capaces de una seriedad auténtica. Los demás están dispuestos a renunciar, en lo más íntimo de sí mismos, a las revelaciones metafísicas procedentes de la desesperación y de la agonía a cambio de un amor cándido o una voluptuosa inconsciencia.

Toda enfermedad implica heroísmo –un heroísmo de la resistencia y no de la conquista, que se manifiesta a través de la voluntad de mantenerse en las posiciones perdidas de la vida. Esas posiciones se hallan irremediablemente perdidas tanto para aquellos a los que la enfermedad afecta de manera fisiológica como para quienes soportan estados depresivos tan frecuentes que acaban determinando el carácter constitutivo de su ser. Esta es la razón por la cual las interpretaciones corrientes no encuentran ninguna justificación profunda del miedo a la muerte manifestado por ciertos depresivos. ¿Cómo es posible que en medio de una vitalidad a veces desbordante aparezca el miedo a la muerte o, al menos, el problema que ella plantea? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en la estructura misma de los estados depresivos: en ellos, cuando el abismo que nos separa del mundo va aumentando, el ser humano se observa a sí mismo y descubre la muerte en su propia subjetividad. Un proceso de interiorización atraviesa, una tras otra, todas las formas sociales que envuelven el núcleo de la subjetividad. Una vez alcanzado y sobrepasado ese núcleo, la interiorización, progresiva y paroxística, revela una región en que la vida y la muerte se hallan indisolublemente unidas.

En el depresivo el sentimiento de la inmanencia de la muerte se añade a la depresión para crear un clima de inquietud constante del que la paz y el equilibrio son definitivamente desterrados.

La irrupción de la muerte en la estructura misma de la vida introduce implícitamente la nada en la elaboración del ser. De la misma manera que la muerte es inconcebible sin la nada, la vida es inconcebible sin un principio de negatividad. La implicación de la nada en la idea de la muerte se lee en el miedo que se le tiene a ésta, el cual no es más que el miedo al vacío. La inmanencia de la muerte revela el triunfo definitivo de la nada sobre la vida, probando así que la muerte existe únicamente para actualizar progresivamente el camino hacia la nada.

El desenlace de esta inmensa tragedia que es la vida –la del ser humano en particular– mostrará que ilusoria es la fe en la eternidad de la vida; pero también que el sentimiento ingenuo de la eternidad constituye la única posibilidad de sosiego para el hombre histórico.

Todo se reduce, de hecho, al miedo a la muerte. Cuando vemos una serie de formas diferentes de miedo, no se trata en realidad mas que de diferentes aspectos de una misma reacción ante una realidad fundamental; todos los temores individuales se hallan vinculados, mediante oscuras correspondencias, a ese miedo esencial. Quienes intentan liberarse de él utilizando razonamientos artificiales se equivocan, dado que es rigurosamente imposible anular un temor visceral mediante construcciones abstractas. Todo individuo que se plantea seriamente el problema de la muerte no puede evitar el miedo. Y es el temor el que guía a los adeptos de la creencia en la inmortalidad. El hombre realiza un doloroso esfuerzo para salvar –incluso cuando no existe ninguna certeza– el mundo de los valores en medio de los cuales vive y a los cuales ha contribuido, tentativa de vencer el vacío de la dimensión temporal a fin de realizar lo universal. Ante la muerte, dejando aparte toda fe religiosa, no subsiste nada de lo que el mundo cree haber creado para la eternidad. Las formas y las categorías abstractas aparecen ante ella como insignificantes, mientras que su pretensión de universalidad se vuelve ilusoria frente al proceso de aniquilación irremediable. Nunca una forma o una categoría podrán aprehender la existencia en su estructura esencial, como tampoco podrán comprender el sentido profundo de la vida ni de la muerte. ¿Qué podrían, pues, oponerles a éstas el idealismo o el racionalismo? Nada. Las demás concepciones o doctrinas no nos enseñan tampoco casi nada sobre la muerte. La única actitud pertinente sería el silencio o un grito de desesperación.

Quienes pretenden que el miedo a la muerte no tiene ninguna justificación profunda en la medida en que la muerte no puede coexistir con el yo, dado que éste desaparece al mismo tiempo que el individuo, olvidan el extraño fenómeno que es la agonía progresiva.

En efecto, ¿qué alivio podría aportar la distinción artificial entre el yo y la muerte a quien siente la muerte con una intensidad real? ¿Qué sentido puede tener una sutilidad lógica o una argumentación para el individuo víctima de la obsesión de lo irremediable? Toda tentativa de considerar los problemas existenciales desde el punto de vista lógico está condenada al fracaso. Los filósofos son demasiado orgullosos para confesar su miedo a la muerte, y demasiado presuntuosos para reconocer que la enfermedad posee una fecundidad espiritual. Hay en sus consideraciones sobre la muerte una serenidad fingida: son ellos, en realidad, quienes más tiemblan ante ella. Pero no olvidemos que la filosofía es el arte de disimular los tormentos y los suplicios propios.

El sentimiento de lo irreparable que acompaña siempre a la conciencia y a la sensación de la agonía puede hacer comprender como máximo un consentimiento doloroso teñido de miedo, pero en ningún caso un amor o una simpatía ordinaria por el fenómeno de la muerte. El arte de morir no se aprende, puesto que no posee ninguna regla, ninguna técnica, ninguna norma. El individuo siente en su ser mismo el carácter irremediable de la agonía, en medio de sufrimientos y de tensiones ilimitados. La mayoría de los seres no son conscientes de la lenta agonía que se produce en ellos; sólo conocen la que precede al tránsito definitivo hacia la nada. Piensan que únicamente esa agonía última produce importantes revelaciones sobre la existencia. En lugar de aprehender el significado de una agonía lenta y reveladora, lo esperan todo del final. Pero el final no les revelará gran cosa: se extinguirán tan inútilmente como han vivido.

Que la agonía se desarrolle en el tiempo prueba que la temporalidad no es sólo la condición de la creación, sino también la de la muerte, la de ese fenómeno dramático que es el morir. Volvemos a encontrar aquí el carácter demoníaco del tiempo, que atañe tanto al nacimiento como a la muerte, a la creación y a la destrucción, sin que pueda percibirse sin embargo en el seno de ese engranaje ninguna convergencia hacia una trascendencia.

El diabolismo del tiempo favorece el sentimiento de lo irremediable, que se impone a nosotros oponiéndose a la vez a nuestras tendencias más íntimas. Estar persuadido de no poder escapar a un destino amargo, hallarse sometido a la fatalidad, tener la certeza de que el tiempo se ensañará siempre en actualizar el trágico proceso de la destrucción, son expresiones de lo implacable. ¿No constituirá la nada en ese caso la salvación? Pero ¿qué salvación puede haber en el vacío? Siendo casi imposible en la existencia, ¿cómo podría realizarse la salvación fuera de ella?

Y puesto que no hay salvación ni en la existencia ni en la nada, ¡que revienten entonces este mundo y sus leyes eternas!

24 abril 2010

Una mirada

Se ha abusado tanto de las miradas en las novelas que se ha concluido por darles poca importancia. Hoy apenas se atreve un escritor a decir que dos seres se han amado porque se han mirado. Y, sin embargo, así es como se ama, y como únicamente se ama. Lo demás no es sino sólo lo demás, y viene después. Las palabras resultan inadecuadas, insuficientes. Pero una mirada dice mucho más de lo que dice y contiene lo más importante: una esperanza que, además, invita a compartir. Nada es más real que estas grandes sacudidas en que dos almas se funden al intercambiar esta chispa.

23 abril 2010

La inmortalidad

Sólo quería preguntarles: ¿en la próxima vida quieren estar juntos o prefieren no volver a encontrarse?

Ella sabía que esa pregunta iba a llegar. Ése era el motivo por el cual quería estar con ‘el invitado’ a solas. Sabía que en presencia de ‘Él’ no sería capaz de decir: “Ya no quiero estar con ‘Él’”. No puede decirlo delante de ‘Él´ y ‘Él’ no puede decirlo delante de ‘Ella’, aunque es probable que también diera prioridad a intentar su próxima vida de otro modo y sin ‘Ella’. Sólo que decir en voz alta en presencia del otro: “Ya no queremos estar juntos en la próxima vida, ya no queremos encontrarnos”, es lo mismo que si dijeran: “Entre nosotros no existe ni ha existido amor”. Y eso precisamente no puede ser dicho en voz alta, porque toda su vida en común está basada en la ilusión del amor, en una ilusión que ambos cuidadosamente alimentan y vigilan. Y por eso cada vez que se imagina esta escena y llega hasta la pregunta de ‘el invitado’, sabe que capitulará y dirá contra su voluntad, contra su deseo: “Sí. Por supuesto. Quiero que en la próxima vida estemos juntos”.

Sin embargo, ‘Ella’ hace acopio de toda su fuerza interior y responde: “Preferimos no volver a encontrarnos”.

Estas palabras son como un portazo a la idea del amor.

Conversacines con Cioran: Del sufrimiento

¿Qué sucedería si el rostro humano expresara con fidelidad el sufrimiento interior, si todo el suplicio interno se manifestara en la expresión? ¿Podríamos conversar aún? ¿Podríamos intercambiar palabras sin ocultar nuestro rostro con las manos? La vida sería realmente imposible si la intensidad de nuestros sentimientos pudiera leerse sobre nuestra cara. Nadie se atrevería entonces a mirarse en un espejo, pues una imagen grotesca y trágica a la vez mezclaría los contornos de la fisionomía con manchas de sangre, llagas permanentemente abiertas y regueros de lágrimas irreprimibles.

22 abril 2010

Conversaciones con Cioran: No hay que ocultar la realidad

Ahora yo soy viejo y he vivido bastante para poder comprobar que el hombre es un animal incurablemente malo. Y no hay nada que hacer para remediarlo. Sólo hay épocas en que el animal, el hombre, se calma. En general, la historia es una porquería, así que no hay remedio.

08 abril 2010

Amore

O el amor se convierte en el fundamento de la vida o habremos, irremediablemente, de perecer. Porque sólo el amor es capaz de crear una esperanza sin la menor justificación, e invitarnos a un futuro incierto en el que, de no ser por el amor, hace ya tiempo habríamos dejado de creer. Es cierto que el amor funciona únicamente bajo la fascinación de lo imposible; pero quien no sea capaz de dar a luz una utopía y de entregarse por completo a ese ideal, está en la ruina. El amor es, entonces, nuestra gran fragilidad, pero es también nuestra gran fortaleza, lo único que nos sostiene. El amor es lo único que nos puede salvar.

02 abril 2010

Conversaciones con Fromm: Del amor

Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche: todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinizadas recordar que es un hombre, un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada?

01 abril 2010

Cafard

En el fondo ya nada tiene significado para mí, vivo sin porvenir. El futuro está excluido para mí en todos los sentidos. Para mí no hay ninguna salida, porque carece de sentido que haya una salida. Así, vivo como en un presente eterno y sin objeto y no soy desgraciado por carecer de objeto. En todo caso, es un resultado. Creo que mis pensamientos se reducen a eso: vivir sin objeto. Por eso escribo muy poco, trabajo poco, siempre he vivido al margen de la sociedad y está bien así. Yo no necesito nada de eso, no quiero pertenecer a nada. Precisamente porque yo he estado a la vez liberado y paralizado por el pensamiento de la muerte, no he hecho nada en mi vida. Cuando se piensa en la muerte no se puede tener una profesión. Sólo se puede vivir como he vivido yo, al margen de todo. La sensación que siempre he tenido ha sido la de la falta de objeto. Podemos decir que es enfermizo, pero lo es sólo en sus efectos, no desde un punto de vista filosófico. Filosóficamente es de lo más normal que todo nos parezca inútil. ¿Por qué habríamos hacer algo? ¿Por qué? Creo que toda acción es fundamentalmente inútil. Creo haber sido hiperconsciente toda mi vida y en eso estriba la tragedia.

30 marzo 2010

Megalomanía

A los veinticinco años estoy sencillamente hecho polvo, aniquilado. Un genio decide simplemente dejar de serlo, se vuelve un pobre diablo, carente del menor interés. Una monstruosa erupción en un tiempo limitado, un fenómeno sin par, pero que dura muy poco. Hoy me parece que soy comparable a un escritor que ya no tiene nada que decir, a un pintor que ya no tiene nada que pintar, a alguien que ya no siente interés por nada. Mi ingenio aún no está agotado, pero estoy a punto de perder enteramente las fuerzas. Puedo, desde luego, crear, tal vez, incluso algunas obras maestras aún, pero espiritualmente estoy en las últimas.

27 marzo 2010

Beber


– ¿Por qué bebes así?– Lo preguntó de golpe, como si me lanzara una cachetada. Con la mirada fija en mí, parecía como si se burlara. Pero no, no era eso. Más bien, se trataba de una mirada de puro y franco desprecio. Mi estilo de vida le irritaba como una estupidez y como una traición, y mi silencio le parecía una agravación de la injuria que cometía con la vida que había llevado hasta ese momento. Sus ojos seguían clavados en mí, con una mirada llena de odio y que insistía en sus reclamos. No era necesario ningún ensayo de respuesta: el juicio estaba hecho de antemano, incluso desde antes de haber lanzado la pregunta: culpable. Para ella, resultaba claro que mi camino consistía en un descenso hacia el fondo del abismo. A sus ojos, ya podía llevarme el demonio; era tarde para volverse atrás. A pesar de ello, parecía tener una actitud expectante y fanática, como si esperara, después de todo, una respuesta.

En ese momento, hasta el alma me olía a ron. Ya, con una botella entre pecho y espalda, estaba a esa altura del ron en que la noche parece permitirlo todo. Era como si aquella se tratara de una noche sin límites, una noche sin fin; o, más bien, como si fuera la última noche. El diagnóstico, sin embargo, es sencillo: no tengo remedio. A la pregunta de por qué bebo de la manera en que lo hago, cualquier explicación resulta inocente, por no decir idiota. ¿Para qué se emborracha uno si no es para matarse, aunque sea sólo por unas cuantas horas? ¿Qué ser anodino, se pregunta también Fadanelli, inventó esa tontería de que el alcohol es para divertirse o pasar un buen rato? Lo que deseo es encontrarme de frente con el olvido y que la conciencia se vuelva bruma. Llegado a este punto es fácil darse cuenta que uno ha vuelto a caer y el regreso no existe: es entonces cuando decido que lo más conveniente es beber hasta terminar tirado en el piso. Beber a medias me parece, al igual que a Fadanelli, un desperdicio, un lujo que no me puedo ofrecer. En ese momento, tomé mi vaso, lo contemplé por un instante y apuré el ron que aún quedaba en él. Cuánta razón tiene Lowry: ¡No hay en el mundo cosa más horrible que una botella vacía! Salvo un vaso vacío.

– ¿A dónde te lleva todo esto a la larga?– Tras una pregunta así no pude evitar que se dibujara en mi rostro una ligera sonrisa burlona. Hace mucho tiempo que dejé de compartir con mis contemporáneos la farsa del futuro. A la larga a todos nos espera el mismo destino: la muerte. Esa pregunta era una comprobación más de que el trabajo hace a los hombres estúpidos. Sin embargo, logró regresarme, por un instante, al buen humor; tal vez porque ella creía sinceramente en esa idea de ‘un futuro’, de un ‘a la larga’. Mientras me servía una copa más, reflexionaba sobre posibles respuestas a la pregunta sobre mi estilo de beber.

Vinieron a mi mente las palabras de Lemus quien dice que no hace mucho un alcohólico era un romántico. Había algo de marginalidad en la bebida y la marginalidad era poética. Podía decirse sin que nadie se burlara: “el alcohol me comunica con las musas, extiende y atiza mi percepción”. Hoy sólo se percibe aquello que la ciencia ordena, y ésta decreta: el alcoholismo, como el romanticismo, es una enfermedad. Y después de la época heroica sólo esto queda: el escritor que bebe hasta destruirse mantiene un lustre extraño, el del vagabundo que marcha en sentido contrario. Mientras todos simulan ascender en la vida, él se entretiene cuesta abajo, observando a sus contemporáneos pasearse y actuar como si en realidad lo que hacen tuviera alguna importancia. Justo en ese momento se apoderó de mí una sensación de oscuridad. Sabía que ya no podía estar a gusto en ningún lugar del mundo, que ya no podía hacer cosas ni interesarme por sus consecuencias. Estaba mirando, una vez más, la inmensidad de la noche. ¿Pero cómo habría de saber si esto era o no un buen augurio, sin tomarme antes otra copa?

Continúa Lemus, sobre los escritores, aventurando una hipótesis más: beben por el tiempo. Un escritor es, ante todo, espera. Su vida es tiempo muerto: es poco el trabajo y demasiado el ocio. Lleva menos tiempo escribir que pensar lo que ha de escribirse. Tumbado en una cama, en una banqueta o en el suelo de una cantina, lo mismo da. Aquí y allá la tarea del escritor no es tanto escribir como resistir el tiempo entre un escrito y el siguiente. ¿Resistir sobrio o ebrio? Nunca lo primero. Es también la angustia ante la página en blanco, ante la crítica, ante uno mismo. Sobre todo ante uno mismo. No hay escritor, afirma Lemus, que tenga una imagen modesta de sí mismo. No hay ninguno que no haya experimentado cierta sensación de profecía: escribe y presiente que algo grande, nuevo, asomará pronto en su obra. No hay ninguno que no fracase: escribe y descubre, irremediablemente, trágicamente, su medianía. Un día toma la pluma y, a la vuelta de una frase, lo descubre: ha alcanzado allí, sin gloria alguna, su frontera. No hay más allá. No será mejor de lo que ya es ahora. Su carrera está terminada y sólo resta una cansada inercia. ¿Reconoce que todos estaban equivocados sobre su incomparable genio, incluido él mismo, o se engaña vulgarmente a sí mismo? Bebe para conseguir lo segundo. Nunca lo primero.

Concluye Lemus su explicación sobre los escritores: tus vecinos te miran y se mofan. A veces ni siquiera eso: te desprecian. El mundo te ningunea y también por eso bebes: por rencor, por resentimiento. Naciste para brillar y, sin embargo, nadie se deslumbra. ¿Eres opaco o los otros están ciegos? Nunca lo primero. El mundo dice favorecerte –¡un escritor, bienvenido!– y, no obstante, no eres tú quien se pasea en Londres del brazo de Natalie Portman. ¿Resistes tantos insultos o tomas la botella y te inmolas? Para eso sirve el alcohol: para destruirse uno antes de que los otros lo hagan. Para arrebatarle al mundo tu fingido genio. Para vengarte de los demás llevándote tu miseria a otra parte. Un espectáculo enternecedor: media literatura vomitándole encima a la otra mitad, inconsciente en el suelo. El último en levantarse e irse es, desde luego, Hemingway. Presume de resistir más que nadie. En la Habana, mojitos. En París, champaña. En Idaho, al fin vencido, un balazo. Antes del balazo, migrañas, calambres, hipertensión, diabetes, edemas, insomnio, impotencia sexual…

A la pregunta de por qué beber, se puede responder cualquier cosa: por miedo, o porque no hemos conocido a la mujer que nuestra imaginación nos había prometido, o porque se desea un poco de soledad, o porque los abuelos, los padres, los hermanos también bebieron, o porque Dios ha atendido al pié de la letra todas y cada una de nuestras plegarias. Justificaciones para emborracharse hay en abundancia, pero una buena técnica es por lo general escasa. La única técnica que se me ocurre, afirma Fadanelli, es la de beber hasta que no quede nada de mí. Beber así ofrece la oportunidad, a decir de Lowry, de brillar, de ser admirado y hasta de ser amado. Amado precisamente por el aspecto temerario e irresponsable, por el hecho de que bajo esa apariencia arde la llama del genio. Pero es una experiencia que no se recomienda ni es recomendable. Es algo extraordinariamente peligroso y hemos de acabar, necesariamente, en el desplome.

También, pensé en decirle que lo hago, que bebo así, porque aún tengo a esa mujer clavada en el hígado. Porque el alcohol es un veneno que preciso para matar cosas que aún llevo dentro de mí. Que estoy todo el tiempo con la mirada fija en aquella persona a quien hace tiempo no veo, pero que siento, a cada momento, que se abre un abismo de sombras entre nosotros dos. Que bebo hasta morir porque mi alma desfallece. Que siempre, después de varias copas de ron me encuentro luchando deliberadamente en contra de mi amor por ella, cada vez con mayor conciencia de mi soledad. Y me consumo así, noche a noche, bebiéndome el alma en cada copa, lleno de una dulce tristeza, en medio de una oscuridad en la cual no hay la más ligera esperanza de hacer menos punzante la desesperación. Después de tales pensamientos, sólo se puede sonreír, con la sonrisa oscura y amarga de quien ha perdido toda esperanza. Finalmente, vinieron a mi mente las palabras de Bukowski: estamos aquí para beber. Estamos aquí para reírnos del destino y vivir nuestras vidas tan bien que la muerte tiemble al llevarnos.

Al final, lo único que pude decir ante la pregunta de por qué bebía así, fue:

– No tiene caso que te responda. Si tienes que preguntarlo, simplemente, no lo entenderías.

26 marzo 2010

Conversaciones con Cioran: Insomnio

En el fondo, como no dormía durante la noche, no servía para nada durante el día, no podía ejercer una profesión. Después de haber pasado toda la noche en vela, no se puede hacer el payaso durante el día, ni hablar de cosas que no te interesan. Creo que no está del todo mal padecer insomnio, porque te abre los ojos. El insomnio te coloca fuera de la esfera de los vivos, de la humanidad. Estás excluido. Y la vida sólo es posible mediante la discontinuidad. Por eso soporta la gente la vida, gracias a la discontinuidad que da el sueño. La desaparición del sueño crea como una continuidad funesta. Cuando estás en vela, estás solo… ¿con quién? Con nadie. Estás solo con la idea de la Nada. Pero resulta una evidencia, lo sientes casi físicamente y todas las cosas que eran sólo conceptos se convierten en realidades vivas. ¿Qué sentido tiene ese paso del tiempo? Tú estás ahí, todo el mundo ronca, el universo ronca y tú eres el único que está en vela. Sí, el insomnio es en verdad el momento en que estás totalmente solo en el universo. Totalmente.

En las noches blancas es en las que se crea… No sólo eso, sino que, además, comprende uno, sobre todo. Mire, la vida es muy sencilla: la gente se levanta, pasa la jornada, trabaja, se cansa, después se acuesta, se despierta y vuelve a empezar otra jornada. El extraordinario fenómeno del insomnio hace que no haya discontinuidad. El sueño interrumpe un proceso. Pero el insomne está lúcido en plena noche, en cualquier momento, no hay diferencia entre el día y la noche. Es como un tiempo interminable. El insomne vive en otra temporalidad; es otro tiempo y otro mundo, ya que la vida es soportable sólo gracias a la discontinuidad. En el fondo, ¿para qué dormimos? No tanto para descansar cuanto para olvidar. El tipo que se levanta por la mañana después de una noche de sueño tiene la ilusión de comenzar algo. Pero, si velas toda la noche, no empiezas nada. A las ocho de la mañana estás en el mismo estado que a las ocho de la noche y toda la perspectiva sobre las cosas cambia necesariamente. Me parece que, si nunca he creído en el progreso, si nunca me he dejado engañar por esa estafa, ha sido también por eso. No es el tiempo que pasa, es el tiempo que no pasa. Y eso cambia nuestra vida. La vida sólo es soportable si no estamos conscientes de cada momento que pasa; de lo contrario, estamos perdidos.

25 marzo 2010

1

No se puede amar lo que amo, de la manera en que lo amo, y además compartir la vida con los demás. Es necesario saber estar solo y esperar que tanto amor surta su efecto, que me salve o que me mate, pero solo, sin los demás.

22 marzo 2010

Ecce Homo

Idealista, inmoral, irresponsable y con serios problemas con la “autoridad”. Cada especie de hombre tiene sus signos, sus sellos, cada una tiene sus virtudes y sus lastres, cada una tiene sus vicios mortales. Uno de los signos del Lobo de la Estepa era ser un hombre nocturno. La mañana era para él la peor parte del día, la temía y nunca le había traído nada bueno. Nunca había estado alegre en ninguna mañana de su vida, nunca había hecho nada bueno en la primera mitad del día, ni había tenido buenas ideas, ni le había deparado ninguna alegría, ni a él ni a los demás. Al empezar la tarde iba reaccionando lentamente, se animaba y, al llegar la noche, en sus buenos días, se tornaba creativo y, a veces, alegre.

Mi vida, de una en otra conmoción, había sido un continuo descenso, un alejamiento cada vez mayor de lo normal, de lo permitido, de lo sano. Estaba a lo largo del año sin trabajo, sin familia, sin hogar; estaba fuera de todo grupo social, solo, sin amor de nadie. Era sospechoso para muchos, estaba en continuo y amargo conflicto con la opinión y moral públicas y, aunque seguía viviendo en el ámbito burgués era, sin embargo, por mi manera de pensar y de sentir, un extraño en este mundo.

Mi vida había sido penosa, alocada y desdichada. Conducía a la destrucción y a la anulación. Había sido amarga a causa de la sal del destino de toda la humanidad. Pero había sido rica, orgullosa y rica, una vida regia aún en la miseria, y no giraba en torno a los centavos, sino en derredor de las estrellas. Mirada desde sus resultados, la vida vagabunda e inadaptada es una cantidad negativa. Pero mírese a ella misma, al movimiento interior del espíritu, indócil, inquieto, exigente, que no se deja modelar por las imposiciones del medio, que prefiere ser fiel a su individual destino, aunque esto le cueste renunciar al triunfo en la sociedad. Al punto notamos la nobleza, la dignidad que hay en esta manera de enfrentarse con la vida.

Un buen amigo suele decir de mí: Así es él; violento y cruel, pero más que contra nadie, contra sí mismo. Es un pobre impulsivo, que sólo posee fuerzas y carece de objetivos. A cada momento querría beberse todo el liqvor del mundo, pero sólo logra obtener una gota. Tiene mujeres, y nunca se siente feliz. Siente afecto por alguien y le zahiere. Finge aborrecer a todos los que se contentan, pero sólo consigue detestarse a sí mismo por no ser capaz de contentamiento. Atrabiliario, orgulloso, caprichoso, habituado a vivir para sus antojos y a no hacer sacrificios; hombre al que guían o arrastran oscuros instintos y que, en horas de cavilación, mira su propia vida desde fuera como quien contempla un espectáculo trágico en el teatro. Si el ser un solitario y el no llegar a ser comprendido son enfermedades, él padece estos males más que nadie. Es un hombre de temperamento nervioso, incapaz de contenerse; pero acaso en su fuero interior sufre más de lo que hace sufrir a los demás.

Siento que no he nacido para el bienestar y la felicidad, sino para la caída y el fracaso, y que si careciera de este lado negativo, el manantial de mi creación fluiría más pobre y más turbio todavía.

¿Qué iba a ser de mí? Era cosa que me tenía sin cuidado. A mi manera, estaba sosteniendo mi lucha contra el mundo por medio de la borrachera. Era mi modo de protestar, bastante raro y nada atractivo. Pero de este modo me aniquilaba. De acuerdo con mi personal planteamiento de la cuestión, si el mundo no utilizaba a los hombres como yo, si no tenía para ellos un puesto mejor, ni podía encomendarles una misión de más alcurnia, no había para nosotros otra alternativa mas que el aniquilamiento. ¡Peor para el mundo!

No puedo dejar de ser quien soy; por lo tanto no puedo dejar la bebida. He de quedarme con lo que me mantiene todavía en la vida y me conserva el temple, ¿entiendes? Los bebedores suelen convertirse cuando hallan algo que les satisface más que el alcohol, y en forma más duradera. Para mí ha habido algo: las mujeres. No puedo ya tratar con otras mujeres desde que la mía ha sido mía. Me ha dejado, así que… Hubo un tiempo en que tomaba una copa de liqvor, pero ahora cualquier cantidad inferior a una botella me resulta insuficiente. No podría pensar ni hablar ni vivir ni tener siquiera la impresión de que soporto mi vida, si no me tomara antes unas copas.

21 marzo 2010

PROT

I want to tell you something. Something you don’t know yet. The Universe will expand, then collapse back on itself – then expand again. It will repeat this process again and again. Forever. What you don’t know is that when the Universe expands again, everything will be as it was before. Whatever mistakes you make this time around, you will live through again on the next pass. You will live through those mistakes again and again, over and over and over. Forever. So make sure you never make a mistake you will regret forever.

8

Igual que yo ahora me visto y salgo, visito al profesor, y cambio con él frases amables, más o menos falsas, todo ello sin quererlo en realidad, así lo hacen y viven y negocian la mayoría de los hombres día a día, hora a hora, forzadamente, y sin quererlo en realidad. Hacen visitas, sostienen conversaciones, se sientan durante horas enteras en sus despachos y oficinas, todo a la fuerza, mecánicamente, sin quererlo, en realidad. Todo podría ser realizado con total perfección por máquinas, o no realizarse. Y esta mecánica, eternamente proseguida, es la que les impide ejercer la crítica de su propia vida, reconocer y sentir su estolidez y superficialidad, su desesperada tristeza y soledad. Y tienen razón, absoluta razón, los hombres que viven así, que juegan sus jueguecitos, que corren tras sus asuntos, en vez de oponerse a la mecánica y mirar al vacío, como lo hago yo.

Estoy tan solo y amo tan poco a la vida, a las personas y a mí mismo, que no puedo tomarlos en serio, a ninguno. Siempre ha habido individuos así, que exigen a la vida lo más elevado y no pueden acomodarse a su estupidez y a su crudeza.

Tú estás demasiado hambrienta y llena de deseos para este mundo tan sencillo, tan cómodo, que se contenta con tan poco. Para este mundo de hoy en día, que te escupe, para él tienes una dimensión de más. Quien hoy quiera vivir y estar alegre con su vida, no puede ser una persona como tú y yo. Quien desee música en lugar de murga, felicidad en lugar de placer, amor en lugar de dinero, verdadero trabajo en lugar de explotación, verdadera pasión en lugar de juego, para éste no hay cabida en el mundo, al menos no en este mundo.

19 marzo 2010

Tragedia

Todo problema, por definición, tiene solución. De lo contrario no se trata de un problema sino de algo diferente: se está, en ese caso, frente a una situación trágica. Cuando dos personas que se aman no encuentran ni los medios ni el tiempo preciso para decírselo, para hacérselo saber, es una tragedia. No puedo ocultar lo desolado que me siento. Los recuerdos me atormentan. Por las noches, al acostarme, es una verdadera tortura. Me hace pedazos con su ausencia. Y, sin embargo, ¡me había amado! Me había guardado en sus brazos, en su corazón. De no haber sido por ella el mundo me habría aplastado, me habría pisoteado. Ella me salvó y, después, se fue, sin apenas haber existido. ¿Había sido eso entonces real? ¿Lo único verdadero en la vida? ¿Me había amado? Una tragedia. Si. Una tragedia. Y lo repito constantemente antes de dormir: una tragedia. Lo digo con voz triste, como si más bien quisiera decir: bien, regresa, acaba de matarme.

15 marzo 2010

4

En ese momento mi corazón se decidió inexorablemente a no ceder nunca más, a no ir a donde van los demás, a no confundirme con la gente. Cualquier estilo de vida, las condiciones más desfavorables, la enfermedad, la pobreza, cualquier cosa sería preferible a aquel mediocre destino, a aquel indigno desinterés en el que había caído primero por ingenuidad, por exceso de juventud, pero al que había permanecido unido después por pereza, por imbecilidad, por eso que llaman vocación profesional. Entonces, en el momento preciso, vino en mi ayuda un mal que, en el fondo, no es otra cosa que la sensación de saberme predestinado a morir joven.

Sea.

14 marzo 2010

Conversaciones con Cioran: Historia y eternidad


¿Por qué debería yo continuar viviendo en la historia, compartiendo los ideales de mi época, preocupándome de la cultura o de los problemas sociales? Estoy harto de la cultura y de la historia; me resulta ya casi imposible participar en los tormentos del mundo y en sus aspiraciones. Hay que superar la historia: ese estadio se alcanza cuando el pasado, el presente y el futuro no tienen ya la mínima importancia y cuando nos es indiferente saber dónde y en qué momento vivimos. ¿Por qué es mejor vivir hoy que en el Egipto antiguo? Seríamos imbéciles redomados si deploráramos el destino de quienes han vivido en otras época, ignorando la democracia o los avances de la ciencia. Como es imposible jerarquizar las concepciones de la vida, todo el mundo tiene razón y nadie la tiene. Cada época constituye un mundo en sí, recluido en sus certezas, hasta que el dinamismo de la vida y la dialéctica de la historia desembocan en nuevas fórmulas tan limitadas e insuficientes como las anteriores. La historia me parece tan nula en su totalidad que me pregunto cómo hay gente que puede ocuparse exclusivamente del pasado ¿Qué interés puede tener el estudio de los ideales caducos y de las creencias de nuestros predecesores? Por magníficas que sean las creaciones humanas, yo me desintereso totalmente de ellas. ¿Acaso la contemplación de la eternidad no me aporta, en efecto, un sosiego mucho mayor? No hombre/historia, sino hombre/eternidad: esa es la relación aceptable en un mundo en el que no merece la pena ni siquiera respirar. Nadie niega la historia por simple capricho; quien lo hace es a causa de inmensas tragedias, cuya existencia poca gente sospecha. Se imaginará que hemos pensado en la historia de manera abstracta antes de negarla mediante el razonamiento, cuando nuestra negación es, en realidad, el resultado de un profundo abatimiento. Cuando niego el pasado de la humanidad en su totalidad, cuando rehuyo participar en la vida histórica, me invade una amargura mortal, más dolorosa de lo que podría imaginarse. Estos pensamientos ¿actualizan e intensifican una tristeza latente? Siento en mí un sabor agrio a muerte y a nada, que me quema como un veneno violento. Estoy triste hasta el punto de que todo en este mundo me parece carente para siempre del menor encanto. ¿Cómo podría yo hablar aún de belleza y dedicarme a la estética cuando siento una tristeza total?

No quiero saber nada más. Superando la historia adquirimos una especie de supraconciencia capital para la experiencia de la eternidad. Ella nos conduce, en efecto, hacia una región en que las antinomias, las contradicciones y las incertidumbres de este mundo pierden su sentido, una región en la que se olvida la existencia y la muerte. Es el miedo a la muerte lo que motiva a los incondicionales de la eternidad: en efecto, la única ventaja real de la experiencia de lo eterno es que nos hace olvidar la muerte. Pero ¿qué sucede cuando la contemplación se acaba?

13 marzo 2010

En un beso sabrás

En un beso sabrás todo lo que he callado
tanto dolor y tanta agonía
de no estar junto a ti
de saberte en otros brazos
de tanto alcohol con el cual
he tratado de arrancarme tu amor
de confundir tus labios
de borrar tu recuerdo.

En un beso sabrás que te odio
te odio porque intentaste matarme
matarme de ti
matarme sin ti.

Sabrás, también, con ese beso
que te amo
te amo como nunca imaginé poder amar a nadie
y como siempre te he de amar sólo a ti.

11 marzo 2010

Bukowski

El alcohol es probablemente una de las mejores cosas que han llegado a esta tierra, además de mí. Entonces nos llevamos bien. Es destructivo para la mayoría de la gente, pero yo soy un caso aparte. Hago todo mi trabajo creativo cuando estoy intoxicado. Incluso me ha ayudado con las mujeres. Siempre fui reticente durante el sexo, y el alcohol me ha permitido ser más libre en la cama. Es una liberación porque básicamente yo soy una persona tímida e introvertida, y el alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo, haciendo un montón de cosas atrevidas… Entonces el alcohol me gusta, cómo no.

07 marzo 2010

Silencios

Indefenso, enfermo del alma y herido del corazón. Ahora, con más claridad que nunca, soy capaz de contemplar lo triste de mi situación, lo vano de mis esperanzas. Estoy comenzado a sentir que esta existencia nocturna me está afectando, me está destruyendo. He entrado cada vez más, noche a noche, en un callejón sin salida de especulaciones atormentadoras, desgastándome en mi propia soledad en dolorosas meditaciones. Nunca he querido plantearme la pregunta y menos ahora, que he llegado a esto, a estar peor que nunca antes en la vida. Y no lo digo por alguna razón en particular, sino porque ahora estoy acorralado y es imposible ya escapar de esta sensación de desesperanza y de fracaso. ¿Qué necesidad tenía yo de algo así? Nada hay después de esto. He cometido un absurdo inimaginable y la culpa es sólo mía. ¿Es necedad amar? Después de todo, con el amor no se llega a ningún lado. ¿A ninguno en absoluto? Tal vez, sólo tal vez, a la eternidad.

Y digo todo esto como si a ella le importara mucho, como si lo hiciera por ella, como si éstas fueran las frases más hermosas que pudiera decir y que ella estuviera deseando escuchar. Pero, en realidad, nada de esto le interesa ya… y en el fondo a mí tampoco.