Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


30 junio 2009

La muerte de los ideales

Este espacio ha sido pensado como uno destinado principalmente para el análisis y la discusión de temas que gravitan en la órbita de la vida pública. Sin embargo, en esta ocasión, debido a su gravedad, me ha parecido imposible dejar pasar la oportunidad de abordar este tema que tiene su origen en buena medida en aspectos de mi vida privada.


I

Mi primer contacto con Los Fabulosos Cadillacs se remonta al ya lejano año del 2000. Se trataba de tiempos aciagos para todos aquellos que nos preparábamos para hacer nuestra entrada oficial a la UNAM. Una huelga que había durado cerca de diez meses dejaba tras de sí desgaste y desprestigio para la institución. Así mismo, la convivencia entre la comunidad universitaria había cambiado, se encontraba apenas en proceso de ser restituida y los resultados eran una incógnita para todos. La polarización entre los miembros de la comunidad universitaria era evidente y la convivencia aparecía más bien como algo forzado, que no fluía de manera natural. Se sabía de antemano que tomaría tiempo regresar a la normalidad, a la dinámica normal de la vida universitaria. Ignoro, por ejemplo, cómo fue que se desarrolló este proceso en Ciudad Universitaria, lugar que había sido el bunker de los dirigentes del movimiento. Sin embargo, en las preparatorias el proceso fue claramente violento. La existencia de identidades bien definidas era algo palpable: estaban las autoridades, autores o cómplices de la represión (en cualquier caso se trataba de los malos); estaban también los grupos de choque, conocidos por todos como ‘porros’, y autodenominados grupos de animación (un instrumento de represión y de control a disposición de las autoridades); finalmente, nos encontrábamos los alumnos, unos cuantos realmente comprometidos con el movimiento y preocupados por que los logros de la lucha no fueran relegados (éstos éramos los buenos, faltaba más) y la inmensa mayoría, apática frente al movimiento e interesados únicamente en el reinicio de las actividades.


Esta descripción, tal como lo he dicho de otras en su momento, es, sin embargo, simplificadora, reduccionista y maniquea. Es inexacta y sería tramposo afirmar que es verdadera o que a partir de ella se puede desarrollar un argumento que pretenda ser medianamente serio. Sin embargo, en su momento era el instrumento disponible que nos permitía comprender la realidad, es decir, aquello que vivíamos en ese periodo de turbulencia. Tal como afirma José Ortega y Gasset, la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo.


Fue precisamente en este escenario en el que se dio mi primer contacto con los Cadillacs. Su música funcionaba como un elemento de cohesión para los integrantes de aquel grupo, que si bien minoritario, no por ello cejábamos en nuestros esfuerzos. Hallábamos en su voz, en sus letras, palabras de aliento, alimento para el espíritu, consuelo cuando era necesario.
 
Por más que quieran sacarnos de nuestro lugar
y pienses que solo somos un puñado de idiotas
no no podrás quitarnos lo que hicimos ya
ahora somos más hermanos que antes
ya no podrás mirarnos a los ojos mas
nosotros somos amigos, vos que solo estas
por más que quieras tapar toda nuestra voz
nunca podrás callar esta canción

En ocasiones recuerdo con melancolía aquellos años. Todo era tan fácil y lo que se tenía que hacer era tan claro. Nos explicábamos la apatía no como falta de interés por parte del resto de los compañeros, sino más bien como su incapacidad de comprender verdaderamente el fondo del asunto. Por tanto, era nuestra misión transmitir el mensaje, hacerlo llegar a los compañeros quienes, una vez entendido, tendrían que, necesariamente, integrarse al movimiento. Hoy, sin embargo, todos estos razonamientos se presentan con su verdadero rostro de ingenuidad. Es fácilmente detectable el diagnóstico burdo, el planteamiento simplificador y el discurso reduccionista de toda esta argumentación. Fueron suficientes para superar esta etapa un poco de experiencia, muchas lecturas y el razonamiento y la discusión sin compromisos, sin ataduras. Es necesario aclarar, sin embargo que yo hago referencia de la ingenuidad y no de dolo debido a que, al menos en mi caso, se trato siempre, en todo momento, de decisiones y de acciones que partieron de la buena fe y nunca existió la búsqueda de un beneficio personal. Sin embargo, también existían integrantes del movimiento, dirigentes principalmente, que no estaban ahí por verdadero convencimiento, por amor a la causa sino más bien con el afán de obtener beneficios personales, como el inicio de una carrera política, sin importar los costos, sin importar los medios, haciendo lo que fuera necesario, engañando, mintiendo y evidentemente también engañándose a sí mismos: sabiendo que en realidad se trata de una argumentación tramposamente construida, prefieren ocultar los engaños en dogmas antes que permitir la libre discusión, prefieren seguir manejando una visión del mundo simplificada y reducida tan provechosa para sus objetivos personales antes que aceptar lo problemático que efectivamente es la realidad; esto fue lo que en última instancia provocó mi separación.

A pesar de todo, conservé y siguió creciendo en mí el sentimiento que había surgido a partir de la música de los Cadillacs. Aceptaba lo problemático que resultaba la realidad pero no por ello estaba dispuesto a aceptar fatalismos, el mundo podía ser demasiado necio o demasiado abyecto, podía presentar todas las adversidades posibles pero a partir de la voz de los Cadillacs siempre era posible oponer un “sin embargo”. Los Cadillacs aparecían pues como el guardián perfecto de los ideales.

II
Tras toda una vida de tocar juntos los Cadillacs anunciaron una especie de pausa que permitiría a cada uno desarrollar sus proyectos e inquietudes personales. La pausa, sin embargo, no se aclaró si tenía carácter de temporal o definitiva, lo cual nos hizo suponer que se trataba del final de una época. Ya su último disco en estudio de canciones inéditas reflejaba una esencia alterada, distinta a todo lo que habían sido los Cadillacs hasta entonces: ahí estaba la voz, el bajo, los coros y demás instrumentos, pero el alma ya no se conmovía al escucharlos. Por esta razón, me parece, el anuncio de la separación no fue visto como una tragedia sino más bien como la aceptación del final de una época, una época con mucho significado, y con lo que se quería respetar el legado de la banda antes de echarlo todo por la borda. Los diferentes Cadillacs emprendieron caminos propios que los llevaron a distintos géneros con éxito diferenciados. A esas alturas cualquiera creería que el éxito se mediría únicamente en términos artísticos, ya que con lo que había dejado el proyecto de Los Fabulosos Cadillacs bastaría para llevar una vida holgada. 

El primer síntoma de un posible reencuentro apareció en el trabajo de Vicentico, quien solía invitar a sus excompañeros a colaboraciones en sus diferentes producciones, e incluso a sus presentaciones en vivo. Había ocasiones en que la formación entera de los Cadillacs se presentaba a tocadas de Vicentico y tocaban la mitad del set list del proyecto del vocalista y la otra mitad con temas de los Cadillacs. Era ya un hecho que sólo faltaba por oficializar. Muchos seguidores estábamos emocionados y temerosos a la vez: la banda se reuniría, la magia había regresado, sin embargo, existía la duda del resultado de ese experimento. Cuando una banda de esta magnitud decide reunirse, el respaldo de los seguidores es automático. Se trata, uno supondría, de un proceso dialéctico e incluso simbiótico en que el reencuentro entre banda y seguidores parece impostergable. Como seguidor uno también entiende que el tema del dinero se encuentra presente, es decir, ya sea mediante un nuevo material o a partir de una gira el dinero fluirá, como elemento necesario, para hacer posible el reencuentro entre la banda y los fanseseses. Sin embargo, uno esperaría, que lo verdaderamente importante, lo que provoca que se reúna la banda es la necesidad de ese contacto con los seguidores, más aún de una banda como los Cadillacs.

La verdad fue develada en una entrevista en vivo para MTV con Vicentico, Flavio y Rotman. El entrevistador, como una pregunta necesaria, planteó la pregunta de una forma sarcástica y con desdén, para facilitar aún más la respuesta de los integrantes de la banda: ‘en la calle hay quienes dicen, algunos medios critican, que Los Fabulosos Cadillacs se reúnen por el dinero, qué responden ustedes ante esto?’ La respuesta que todos esperábamos era la única que cabría esperar de los Cadillacs, de esa banda que había nutrido y crecido con la juventud hispanoamericana de las dos últimas décadas del siglo XX, que había alimentado nuestras esperanzas, que nos había fortalecido en momentos de debilidad y que había sido la fuente y el guardián de nuestros ideales. Más aún, el tono del entrevistador había marcado el camino y había acomodado la pregunta para que los Cadillacs salieran airosos y fortalecidos tras la respuesta. La respuesta cimbró los cimientos mismos de mi alma, y quiero imaginar que la de muchos más. Fue un golpe de consecuencias devastadoras cuyos daños aún no se pueden cuantificar completamente al día de hoy. La muerte de los ideales se hizo realidad con un monosílabo. La respuesta de los Cadillacs fue rápida, automática, incluso me atrevería a decir que fue mecánica. La respuesta fue un ‘SI’ a secas, no elaboró su respuesta, pero tampoco se vio un intento por corregir de ninguno de los tres. ‘Claro, regresamos por el dinero’. El exceso de la transparencia es el cinismo y esa respuesta fue evidencia más que suficiente de ello. Continué viendo la entrevista hasta su conclusión con la esperanza de que todo se tratara de una broma, o de que se hiciera una rectificación, algo, lo que fuera que me rescatara a mí de esa situación y que hiciera a la banda salir del embrollo en el que se habían metido. La entrevista terminó sin que nada de esto sucediera, sólo el anuncio de un nuevo material que de nuevo no tenía más que una canción y la reedición, echando a perder varios clásicos de los Cadillacs. 

Desde ese momento mi relación con los Cadillacs ha muerto. Es increíble que algo que en un momento dado llegó a significar tanto para mi haya desaparecido con dos letras, con una palabra. Fue su actitud sin duda, el desdén con que trataron a los seguidores. No se trató nunca, en ningún momento de la necesidad de reencontrarse con los seguidores, de sentir la calidez y el cariño, de seguir creando y de compartir esas creaciones; se trató siempre de unas cuantas monedas, de unas miserables monedas a cambio de nada, monedas que, hay que decirlo, muchos se las han dado sin siquiera detenerse a pensar un poco en lo sucedido, en el efecto de esa respuesta. Por mi parte, quiero imaginar que aquellos que les siguen dando sus monedas son personas para quienes los Cadillacs nunca tuvieron el significado que llegaron a tener para mí, de ahí la ligereza con que se toman esa respuesta y su actitud.

Digo que el daño que han ocasionado en mi aún no es cuantificable dado que no sólo se trata del final de una relación a partir de ahora, sino que las consecuencias también se han hecho presentes en la reconstrucción de mi pasado. ¿Mi apego a ideales del pasado, así como su solidez, se nutrió de una banda que vivió en todo momento en función de unas miserables monedas? ¿Eso me resta validez a mí también? Ortega y Gasset afirma que un amor pleno, que haya nacido en la raíz de la persona, no puede verosímilmente morir. Va inserto por siempre en el alma sensible. Las circunstancias –por ejemplo, la lejanía– podrán impedir su necesaria nutrición y entonces ese amor perderá volumen, se convertirá en un hilillo sentimental, breve vena de emoción que seguirá manando en el subsuelo de la conciencia. Pero no morirá; su calidad sentimental perdura intacta. En ese fondo radical, la persona que amó se sigue sintiendo absolutamente adscrita a la amada. El azar podrá llevarla de aquí para allá en el espacio físico y en el social. No importa: ella seguirá estando junto a quien ama. Éste es el síntoma supremo del verdadero amor: estar al lado de lo amado, en un contacto y proximidad más profundo que los espaciales. Sin duda alguna aquello que en algún momento me unió a los Cadillacs es tan fuerte que me obliga a considerar esta afirmación de Ortega y Gasset. No lo hago, sin embargo, sin un sentimiento de culpa y sin pensar que se trató simplemente de una equivocación de mi parte al ligar mis ideales a quien sólo persigue el dinero. Finalmente, es imposible, después de saber todo esto, y peor aún, de sentirlo en carne propia, escuchar canciones como ‘V Centenario’ o ‘Gallo Rojo’ que tienen un mensaje evidentemente político, o aún canciones como ‘Yo no me sentaría en tu mesa’ sin una sonrisa burlona en la cara y pensando que los Cadillacs de hoy no tienen ninguna autoridad moral y carecen de cualquier dejo de dignidad, sin hablar de todos aquellos que siguen haciendo funcionar la máquina de monedas de Los Fabulosos Cadillacs.

27 junio 2009

A propósito del debate


Esta semana se llevó a cabo el debate entre los dirigentes de los tres partidos políticos más importantes en México. Tras un proceso electoral que se ha caracterizado por la ausencia de propuestas y por un constante bombardeo de spots en los medios de comunicación, el debate no generó interés entre la ciudadanía. Si acaso, sólo unos cuantos teníamos presente la fecha, y no precisamente por la esperanza de hallar en él algo novedoso o refrescante en la discusión, sino más bien para confirmar, de nueva cuenta, nuestras ideas sobre la profesión de los políticos: un cinismo desbordante y una falta de vergüenza total; en esto, al menos, no nos decepcionaron.

Fue interesante, por un lado, descubrir la manera en que paso a paso, cada uno de los participantes del debate presentaba distintas versiones de México. Hablaban de diferentes pasados: uno en el que, poco a poco, con el correr de los años se desarrolló el proceso de construcción y consolidación del país para llegar hasta el lugar en el que nos encontramos en el presente; otro, en el que con el transcurso de los años se fueron acumulando los problemas, y éstos no fueron resueltos, o peor aún, fueron provocados y agravados por aquellos que ocupaban en ese entonces cargos públicos, hasta llegar al estado de cosas en que nos encontramos hoy; finalmente, una tercera versión en que se relataba una dinámica de saqueos y privaciones que había sufrido constantemente el pueblo mexicano a manos de un proyecto neoliberal que es, precisamente, el culpable de todos los males que aquejan al país en la actualidad. Es evidente que cada una de estas versiones, a su vez, proporciona los instrumentos suficientes para construir una interpretación del presente, así como un camino hacia el futuro que cada una de ellas propone. Ante una situación como esta, el ciudadano común queda en vilo, incapaz de discernir cuál de estas tres versiones es la verdadera, o peor aún, si acaso alguna de ellas lo es.

– ¿Tendría sentido que disputásemos sobre cuál de estas tres versiones es la verdadera?– se preguntó alguna ocasión don José Ortega y Gasset en una situación similar. –Las tres lo son, ciertamente, y ciertamente por ser distintas. Sería un despropósito pretender encontrar en alguna de estas versiones, por sí misma, la verdad. Como si la verdad fuera algo unívoco, transparente y homogéneo, algo que se encuentra a la expectativa únicamente de ser revelado. La ‘verdad’ así entendida no existe, consiste más bien en una construcción, o mejor dicho, en una reconstrucción de diversos hechos y situaciones que han ocurrido a lo largo del tiempo. Por tanto, algo que se aproxime a la mejor versión, la más completa, de la historia de México, del México al que hacían referencia los participantes del debate, debe abarcar las tres versiones ahí presentadas, si no en su totalidad, sí al menos los elementos centrales de cada una de ellas.

Entonces, ¿cuál es el interés de estos personajes al tratar de convencernos de que su versión es la verdadera, que no sólo es capaz de explicar el pasado, sino también de interpretar el presente y guiarnos hacia el futuro? Si se tratase de un interés netamente instrumental, de una estrategia política cuyo objetivo es obtener el mayor número de votos, insisto, si éste fuera el caso no habría ningún problema ya que a partir de la discusión y el debate sería relativamente sencillo demostrar la imposibilidad de cada versión por separado de soportar ser confrontada con la realidad. Sin embargo, cada vez resulta más complicado suponer que ese sea el caso. Por el contrario, la construcción de un edificio argumentativo como el que representan cada una de las versiones de los presidentes de los partidos políticos ha significado una visión maximalista, que no admite críticas ni medias tintas, que exige una adhesión total, que no necesita la comprensión pero si el acato total. Si este fenómeno se limitara a los miembros oficiales de los partidos políticos, no habría mayor problema. Sin embargo, se puede detectar, sin demasiadas dificultades que se extiende ya no sólo a militantes y simpatizantes, sino al grueso de la sociedad, la cual ha demostrado ser un caldo de cultivo bastante receptivo para estas versiones polarizantes.

Ante esta realidad, y contrario al planteamiento de la más reciente reforma electoral, me parece que es posible estimular y desarrollar la capacidad de descernimiento de la ciudadanía. La reforma electoral parte del supuesto de la incapacidad de la ciudadanía de diferenciar planteamientos y críticas fundamentados de aquellos que no lo son (estupidez ciudadana, en otras palabras). Como respuesta, se decidió limitar la órbita del debate público, cerrando espacios y restringiendo la comunicación política entre los participantes. Así, protegiendo al ciudadano de ciertos mensajes se esperaba conservar la mayor limpieza posible en el proceso electoral y en el proceso de toma de decisión de cada ciudadano. Los efectos de este despropósito se encuentran a la vista de todos. El acontecimiento más reciente, el debate, nos muestra, probablemente, el punto culminante de la democracia mexicana, que ha llegado hasta el extremo de que todas las posibilidades de contienda se reducen a un espectáculo de gesticulación, sin ningún contenido verdaderamente relevante. El cierre de las posibilidades de la discusión pública que ha representado la reforma electoral más reciente puede ofrecer un campo favorable para que las versiones expuestas en el debate, incompletas, burdas y tramposas como lo son, se arraiguen y desarrollen en la ciudadanía, con peligrosas consecuencias para la democracia mexicana. Tras la enseñanza de estas “historias nacionales”, afirma Rafael Sánchez Ferlosio, no está el deseo de conocer y dar a conocer la historia, sino todo lo contrario: está el afán de defenderse de ella.

23 junio 2009

La anulación del voto

Estamos a unas cuantas semanas de distancia de que se desarrolle la jornada electoral en que elegiremos a los integrantes de una nueva legislatura en la Cámara de Diputados, así como las gubernaturas en cinco estados de la república, la composición de estos congresos locales y diversos cargos de representación en gobiernos municipales. Si revisamos un poco las estadísticas de los procesos electorales anteriores nos daremos cuenta que, históricamente, las elecciones intermedias se caracterizan por no despertar el mismo interés en la ciudadanía que una elección presidencial, lo que se refleja en última instancia en una participación menor. Otro dato que no es menor es el hecho de que en las democracias occidentales, por ejemplo la de Estados Unidos o la de Gran Bretaña por citar a las dos democracias más antiguas, el porcentaje de participación en una elección oscila normalmente entre 40 y 60 por ciento del padrón electoral, lo que demuestra que para que una democracia funcione adecuadamente no es necesaria la participación de todos y cada uno de los ciudadanos. Así las cosas, lo relevante del proceso electoral en el cual nos encontramos no pasa, me parece, por las proyecciones que se puedan hacer respecto a los resultados finales, ni la manera en que se integrará la nueva legislatura en la Cámara de Diputados, ni tampoco lo es el porcentaje del padrón electoral que decida ejercer su derecho al voto. Lo relevante se desprende de los temas que están emergiendo en la discusión pública y que han acaparado con bastante éxito los foros de discusión del presente proceso electoral. Este éxito aparece ya como un dato sospechoso.


El diagnóstico es claro y compartido. Se carece de un eje articulador entre ciudadanos y partidos: los primeros nos encontramos en una especie de indefensión ya que carecemos de los medios para hacer oír nuestra voz, por lo que nuestras demandas e intereses muy difícilmente pueden llegar a materializarse en decisiones gubernamentales o legislativas; los partidos, por su parte, se han convertido en grandes aparatos burocráticos que con el paso del tiempo se han anquilosado y se han alejado completamente del ciudadano. No se trata simplemente de que los partidos hayan perdido permeabilidad frente a las demandas y los planteamientos ciudadanos, sino que pareciera incluso que los intereses ciudadanos se han subordinado a los intereses de los partidos: el interés general se ha subordinado a intereses particulares. De acuerdo, sin embargo, este diagnóstico aún aparece como un trazo muy grueso, que no permite apreciar los detalles y que por lo tanto no puede servir como punto de partida para ningún planteamiento que pretenda ser medianamente serio. El diagnóstico anterior, burdo como es, ha generado en el debate público la construcción de dos identidades: nosotros y ellos, los ciudadanos y los políticos, la ciudadanía y los partidos, los buenos y los malos. Esta retórica maniquea aparece ya como un segundo elemento sospechoso.


Esta argumentación, simplificadora, reduccionista y maniquea, ha sido el punto de partida de aquellos que en semanas recientes se han presentado como los promotores de la anulación del voto. Ante la incapacidad de los partidos políticos por representar a la ciudadanía, han planteado la anulación del voto como una manifestación de descontento. Se trata de que los ciudadanos mediante el único instrumento que poseen, es decir el voto, expresen su insatisfacción ante el estado que guarda la democracia en México. Así, como diría Ortega y Gasset, la sinrazón del agravio padecido produce en el agraviado no sólo un sentimiento de inocencia que, a manera de indulgencia plenaria, se hace inmediatamente extensivo a la totalidad de su conciencia, como una purificación completa sin residuo alguno, sino también el correlato positivo de sentirse 'cargado de razón', que en la contabilidad de la conciencia adquiere, bajo la relación de equivalente, la forma de adquisición de un 'capital moral'. Finalmente, es de llamar la atención la retórica ‘anulista’, tal como se ha planteado hasta ahora: con nosotros o contra nosotros, todo o nada y no hay la posibilidad de puntos medios.


Por tanto, es fácilmente reconocible que la propuesta ‘anulista’ parte de un diagnóstico burdo, un planteamiento simplificador y un discurso reduccionista, que más bien parece tramposamente construido, que pretende ocultar elementos que, de ser tratados abiertamente, debilitarían su argumentación. En primer lugar, el diagnóstico es presentado como un trazo muy grueso, del cual se desprenden dos identidades construidas artificialmente: nosotros y ellos, ciudadanos y partidos, en donde en los primero, ‘nosotros’, se reúnen todas las virtudes y buenas intenciones, mientras que los segundos, ‘ellos’, monopolizan todos los vicios. Sin embargo es claro que no existe un nosotros, unívoco y homogéneo. Ni un ‘nosotros’ ciudadano, tal como es planteado por el discurso ‘anulista’, pero tampoco un ‘nosotros’ que identifique a aquellos individuos que se presentan bajo la bandera del ‘anulismo’. Tal como lo han expresado, entre otros, José Woldenberg y Jorge Alcocer, el “NO” es un paraguas demasiado generoso en el que confluyen posiciones diversas, intereses, diagnósticos y plataformas contradictorias. La fuerza de los ‘anulistas’ se diluye en sus contradicciones y en sus ambigüedades. Por otra parte, es igualmente claro que no existe un ‘ellos’ como un grupo claro y homogéneo, ni como políticos ni como partidos. Existen diferencias tanto entre los partidos como entre los políticos: diferencias ideológicas, de principios y de propuestas, diferencias en las formas de hacer política y diferencias en el tipo de gestión que cada uno realiza. Con estas aclaraciones quedan al descubierto los errores y equívocos de la propuesta ‘anulista’ en función del diagnóstico.


Ahora bien, en función de los objetivos planteados, las divergencias y contradicciones son aún mayores y más evidentes. En primer lugar, y dado que no existe un ‘nosotros’ homogéneo y bien definido bajo la bandera del ‘anulismo’, el primer dato que se desprende es que el porcentaje que alcancen los votos anulados en la cuenta final, independientemente de la cifra que sea, no dirá realmente nada. Es decir, en sí misma, la cifra de votos nulos no transmite un mensaje claro y bien definido: se trataría en todo caso únicamente de la expresión de un malestar de esos ciudadanos. El peligro de esta situación, y ya se puede observar con toda claridad desde hace unos cuantos días, es la aparición de los intérpretes de ese descontento. Basta con leer o escuchar a personajes como José Antonio Crespo, Leo Zuckermann, Sergio Aguayo, Lorenzo Meyer o Denisse Dresser entre otros, para darse cuenta que la labor interpretativa ya está en marcha. Por otra parte, no parece haber una relación clara entre la crítica de los ‘anulistas’, sus objetivos y los instrumentos que pretenden utilizar. En términos prácticos, al anular el voto se contribuye a la consolidación de las posiciones políticas de los tres partidos políticos más grandes: PRI, PAN y PRD, ya que la relevancia que cobra el voto duro de cada uno de ellos es mayor. Así pues, irónicamente, como resultado de la anulación del voto como una muestra de descontento, principalmente hacia los partidos grandes, se favorece su dominio en los distintos cargos de representación que estarán siendo disputados en la próxima jornada electoral.


Para finalizar, mi intención excluye de manera formal imponer a nadie mis opiniones. Mi propuesta consiste, más bien, en enfocar la cuestión desde una perspectiva diferente que no ha sido expuesta en la discusión pública, no al menos de manera explícita. Se trata pues de un problema en que se manifiestan las dificultades del cambio: en que hay agentes que lo dificultan y actores que lo promueven, pero al estar en un entorno democrático, las dinámicas mismas del proceso obligan a que estas dificultades se desahoguen, necesariamente, por los caminos del debate y de la discusión. Dado que, en este caso en particular, los ‘anulistas’ aparecen como los agentes promotores del cambio, es preciso abordar su propuesta sin ambigüedades, estudiándola de manera precisa para poner al descubierto las oportunidades y debilidades que ofrece. Quedarse simplemente en las frases hechas, en planteamientos políticamente correctos pero que son contradictorios entre sí y ambiguos, tal como lo han hecho hasta hoy los ‘anulistas’ no nos conduce a ningún lugar. Si bien hasta el momento la propuesta ‘anulista’ posee más ambigüedades que certezas, más contradicciones que planteamientos claros, no debemos excluir de la discusión pública algo que puede ser un ejercicio constructivo para la democracia en México.

19 junio 2009

El Espectador

"De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la tierra es la de los hombres veraces". Es de lamentar que a casi un siglo de distancia de que don José Ortega y Gasset lo expresara por primera ocasión, hoy nos demos cuenta, sin demasiada dificultad, que esta situación continúa siendo la regla. Esto no sólo sucede en al ámbito político, sino también en muchas otras esferas de la vida pública, lo cual genera como resultado, en los individuos y en la sociedad, un sentimiento de confusión ante una realidad que se le presenta como algo inasequible dejándolo, en última instancia, en vilo.

Precisamente, a partir de esta reflexión es que surge El Espectador, que se mueve desde su torre de francotirador como un vigía al acecho de temas palpitantes; los divisa y tira de ellos hasta su mesa de trabajo para darles allí, sea cual sea su materia, un tratamiento de idéntico rigor intelectual que multiplica sus planos, penetra en su profundidad o desmenuza su entraña en una disección implacable en busca de la verdad de las cosas: desde lo que las cosas son o parecen ser en sí mismas, permitiendo al lector, al mismo tiempo, ejercer su propia libertad de pensamiento, tal como lo planteara Gaspar Gómez de la Serna.

El Espectador es un esfuerzo en el cual se intentará aportar claridad a temas importantes que se encuentran inscritos en la agenda pública, así como de insertar otros más que si bien aún no se encuentran en ésta, su relevancia es tal que merecen por sí mismos ser abordados de la misma manera. Se trata pues de un viaje que inicia con grandes expectativas y que espero sea compartido por muchos.

Sea.