Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


22 diciembre 2011

Conversaciones con Cioran: el fragmento (2)

Creo que la filosofía no es posible más que como fragmento. En forma de explosión. Ya no es posible ponerse a elaborar capítulo tras capítulo, en forma de tratado. En este sentido, Nietzsche fue sumamente liberador. Fue él quien saboteó el estilo de la filosofía académica, quien atentó contra la idea de sistema. Ha sido liberador porque tras él puede decirse cualquier cosa… ahora todos somos fragmentistas, incluso cuando escribimos libros de apariencia coordinada. Va también con nuestro estilo de civilización.

17 diciembre 2011

Pedro Henríquez Ureña

En la época en que cursaba el primer año, supimos que tendríamos como profesor a un “mexicano” que en rigor era puertorriqueño. Y se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a la clase a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior, tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento de los mediocres, al punto que jamás llegó a ser profesor titular de ninguna de las facultades de letras.

¡Cuánto le debo a Henríquez Ureña! Aquel hombre encorvado y pensativo, con su cara siempre melancólica. Perteneció a una raza de intelectuales hoy en extinción, un romántico a quien Alfonso Reyes llamó “testigo insobornable”, un hombre capaz de atravesar la ciudad en la noche para socorrer a un amigo. Y por esa noble concepción de la vida, por la comunión y el valor con que enfrentaba la desdicha.

16 diciembre 2011

Conversaciones con Sabato: La condición humana

Confieso uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas, me fueron muy queridos, por otros sentí admiración, por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me ha parecido siempre detestable.

No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía escribir durante una semana el haber observado un rasgo. Es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de escribir, ni aun de vivir.

Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería.

15 diciembre 2011

Conversaciones con Sabato: El sórdido museo de la vergüenza

En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado. Recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia!

Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un expianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata... viva.

13 diciembre 2011

Conversaciones con Sabato: Sentido Oculto

Esos precarios seres humanos empiezan una vez más, como hormiguitas tontas pero heroicas, a levantar su pequeño mundo de todos los días: mundo pequeño, es cierto, pero por eso mismo más conmovedor. 

De modo que no son las ideas las que salvan al mundo, no es el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insensatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio.

Y si la angustia es la experiencia de la Nada, algo así como la prueba ontológica de la Nada, ¿no sería la esperanza la prueba de un Sentido Oculto de la Existencia, algo por lo cual vale la pena luchar? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre triunfa sobre ella, porque si no todos nos suicidaríamos) ¿no sería que ese Sentido Oculto es más verdadero, por decirlo así, que la famosa Nada?

27 noviembre 2011

Conversaciones con Sabato: Arte (2)

 Uno dice "silla" o "ventana" o "reloj". Palabras que designan meros objetos de ese frígido e indiferente mundo que nos rodea y, sin embargo, de pronto, transmitimos algo misterioso e indefinible, algo que es como una clave, como un patético mensaje de una profunda región de nuestro ser. Decimos "silla", pero no queremos decir "silla", y nos entienden. O, por lo menos, nos entienden aquellos a quienes está secretamente destinado el mensaje, críptico, pasando indemne a través de las multitudes indiferentes y hostiles. Así que ese par de zuecos, esa vela, esa silla no quiere decir ni esos zuecos, ni esa vela macilenta, ni aquella silla de paja, sino Van Gogh, Vincent (sobre todo Vincent): su ansiedad, su angustia, su soledad; de modo que son más bien su autorretrato, la descripción de sus ansiedades más profundas y dolorosas. Sirviéndose de aquellos objetos externos e indiferentes, esos objetos de ese mundo rígido y frío que está fuera de nosotros, que acaso estaba antes de nosotros y que muy probablemente seguirá permaneciendo, indiferente y helado, cuando hayamos muerto, como si esos objetos no fueran más que temblorosos y transitorios puentes (como las palabras para el poeta) para salvar el abismo que siempre se abre entre uno y el universo; como si fueran símbolos de aquello profundo y recóndito que refleja; indiferentes y objetivos y grises para los que no son capaces de entender la clave, pero cálidos y tensos y llenos de una intención secreta para los que la conocen. Porque, en realidad, esos objetos pintados no son los objetos de aquel universo indiferente, sino objetos creados por aquel ser solitario y desesperado, ansioso de comunicarse, que hace con los objetos lo mismo que el alma realiza con el cuerpo: impregnándolo de sus anhelos y sentimientos, manifestándose a través de las arrugas carnales, del brillo de sus ojos, de las sonrisas y de las comisuras de sus labios.

03 noviembre 2011

Conversaciones con Onetti

Hace un par de años creí haber encontrado la felicidad. Pensaba haber llegado a un escepticismo casi absoluto y estaba seguro de que me bastaría con comer todos los días, no andar desnudo, beber, y leer algún libro de vez en cuando para ser feliz. Esto, y lo que pudiera soñar despierto, abriendo los ojos a la noche retinta. Hasta me asombraba por haber demorado tanto tiempo en descubrirlo. Pero ahora siento que mi vida no es mas que el paso de fracciones de tiempo, como el sonido de un reloj, el agua que corre. Estoy tirado y el tiempo pasa. Yo estoy tirado y el tiempo se arrastra, indiferente, a mi derecha y a mi izquierda. 

Esta es la noche. Quien no pueda sentirla así, no la conoce. Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender. Esta es la noche. Yo soy un hombre solitario que bebe en un sitio cualquiera de la ciudad. La noche me rodea, se cumple como un rito, gradualmente, y yo nada tengo que ver con ella. Hay momentos, apenas, en que los golpes de mi sangre en las sienes se acompasan con el latido de la noche.

02 noviembre 2011

Conversaciones con Linacero: Intelectuales

No sé si la separación de clases sea exacta y pueda ser nunca definitiva. Pero hay en todo el mundo gente que compone la capa tal vez más numerosa de las sociedades. Se les llama “clase media”, “pequeña burguesía”. Todos los vicios de que pueden despojarse las demás clases son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, más inútil. Y cuando a su condición de pequeños burgueses agregan la de “intelectuales”, merecen ser barridos sin juicio previo. Desde cualquier punto de vista, búsquese el fin que se busque, acabar con ellos sería una obra de desinfección. En poco tiempo aprendí a odiarlos. Ya no me preocupan, pero a veces veo casualmente sus nombres en los periódicos, al pie de largas parrafadas de imbecilidad y, entonces, el viejo odio se renueva y crece.

18 octubre 2011

Conversaciones con Kundera: Horizonte

Las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre.

17 octubre 2011

Matilde

Paso junto a la puerta del cuarto donde murió Matilde, luego de una dura y larga enfermedad que la dejó postrada durante años. En estos tiempos en que el mal la vencía recibió el amoroso cuidado de las enfermeras y de Gladys, la fiel Gladys, que ahora sufre conmigo este dolor. La cuidaron como a una criatura indefensa. ¡Cuánto más grande es la mujer que el hombre! Matilde recibió la atención de médicos notables, y la ayuda de nuestra amiga Stella Soldi fue fundamental para sobrellevar esta dolencia. 

Yo solía apoyarme al lado de su puerta, y poniendo el oído, me quedaba así, escuchando. La enfermera le hablaba como si ella le entendiera, hasta que le contestaba con una voz apenas audible, desde una lejanía indescifrable. En una ocasión, Matilde me contó que no había dormido en toda la noche. Me hablaba de un pájaro de color negro azulado, grande, hermoso, que se le acercó para decirle que estaba llegando el momento de su muerte. Había sido un sueño muy nítido, que le había dado una especie de paz. 

Hasta que volvía la enfermera y yo me iba a encerrar en el estudio. Durante un tiempo muy largo permanecía sentado, como tantas veces, mirando hacia el jardín, sin saber qué hacer, sin ganas de nada, pensando en cosas oscuras e indeterminadas. 

¡Cuánta congoja! Cómo va quedándose a oscuras esta casa en otro tiempo llena de los gritos de los niños, de cumpleaños infantiles, de los cuentos que Matilde inventaba por la noche para dormir a los nietos. Qué lejos, Dios mío, aquellas tardes en que venían a conversar con ella sus amigos, cuando la visitaba Julia Constenla o Ana María Novik. 

Con enorme desconsuelo pienso en todo lo que ella debió soportar por mi culpa. Recuerdo la tarde en que la dejé en París, para irme con una mujer que había sido condesa en los años previos a la Revolución Rusa. Me la había presentado un príncipe que entonces trabajaba de taxista, con quien hablábamos sobre Chejov, Dostoievski, Tolstoi. La agitación que vivía durante el período surrealista era tal que, finalmente, abandoné a Matilde en el puerto, con el pequeño Jorge en brazos, cometiendo un acto horrendo que jamás ha dejado de atormentarme. Por eso, cuando en la calle, en el tren, se me acercan a darme la mano, o algunas mujeres y hasta ancianas religiosas me dicen: “Que Dios lo mantenga por muchos años todavía”, me pregunto si lo merezco. Tantos fueron mis abandonos a aquella mujer que dio su alma y su vida por mí, por evitar, precisamente, que mis desalientos me llevaran a quemar todo lo que escribía. Fue siempre mi primera lectora, la más severa, pero también la más cariñosa. Sus sugerencias eran precisas. Matilde hacía una marca suave con lápiz negro al costado de la página, y siempre tenía razón. 

Su coraje no la hizo aflojar jamás, sosteniéndome a pesar de toda clase de penurias. Pero también tuve otros dos vínculos, profundos, con mujeres que me cuidaron con infinita generosidad. Porque siempre necesité que me apuntalaran como a una casa vieja o mal construida. 

En sus años finales, cuando la he visto desolada por su enfermedad, es cuando más profundamente la quise. Y pienso en el valor con que sufrió mi vida complicada, azarosa, contradictoria. A su lado pasé momentos de peligro, de amor, de amargura, de pobreza, de desengaños políticos y de tristísimos alejamientos, en que esperaba siempre a que el barco sacudido por oscuras tempestades regresara a la calma, y yo volviera a divisar el cielo estrellado, esa Cruz del Sur que marcaba nuevamente el rumbo, la misma que tantas veces, cuando éramos muchachos, habíamos contemplado desde algún banco de plaza. Y muchos, muchísimos años ante, el supremo misterio, la recuerdo cuando me farfulló aquellos versos de Manrique: 

cómo se pasa la vida 

cómo se viene la muerte 

tan callando...

16 octubre 2011

Conversaciones con Sabato: La resistencia

El mundo del cual somos responsables es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha; pero, también, el único que nos da la plenitud de la existencia: esta sangre, este fuego, este amor, esta espera de la muerte. El único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos.

05 octubre 2011

Conversaciones con Fadanelli: Escoria

Las arengas nos matan de risa. Sobre todo a los escépticos. Quien arenga a un público crea a su alrededor un aura de farsante: ¿qué hace allí dictando verdades a cielo abierto? 

“¿Y qué tal si tiene razón?” se pregunta el curioso que de inmediato se dispone a transformarse en creyente o seguidor de una causa que no comprende. Tratar de enfrentar y solucionar con entusiasmo los males de una comunidad derruida en sus fundamentos, como la mexicana, puede mover al tedio a quienes la conocen de fondo. 

Qué ridículos llegan a parecernos aquellos que se obstinan en cambiar lo que nos ha sido dado de antemano como tragedia o como penitencia. La sangre mana siempre después de la herida y en nada sorprende su visión, aunque sí asusta e intimida, pues recuerda la debilidad de la vida. Aceptar el destino desgraciado o resistirse a ese destino es la primera de todas las decisiones cruciales que se toman en el seno de una vida consciente de sí misma.

01 octubre 2011

Conversaciones con Sabato: Esperanza

La "esperanza" de volver a verla (reflexionó con melancólica ironía). Y, también pensó: ¿no serán todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como ésta? Ya que, dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura; motivo por el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión sombría del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. 

Todavía resulta más curioso y paradójico que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión. 

Se trata, en ocasiones, de individuos relativamente jóvenes. Y, cosa curiosa y digna de ser meditada, resultan precisamente más patéticos y desvalidos cuanto más jóvenes son. Porque ¿qué puede haber de más pavoroso que un chico sentado y pensativo en un banco de plaza, agobiado por sus pensamientos, callado y ajeno al mundo que lo rodea? En ocasiones, el hombre o muchacho es un marinero; en otras es acaso un emigrado que querría volver a su patria y no puede; muchas veces son seres que han sido abandonados por la mujer que amaban; otras, seres sin capacidad para la vida, o que han dejado su casa para siempre o meditan sobre su soledad y su futuro. O puede tratarse simplemente de alguien que empieza a ver con horror que el absoluto no existe.

20 septiembre 2011

Conversaciones con A.M.S.: Baudelaire

Baudelaire ha encontrado el medio de edificar, en el extremo de una lengua tenida como inhabitable y más allá de los confines del romanticismo al uso, un extraño quiosco, demasiado adornado, demasiado atormentado, más coqueto y misterioso, donde se lee a Edgar Allan Poe, donde se recitan exquisitos sonetos, donde uno se embriaga con حشيش para razonar a continuación, donde se consumen opio y mil drogas abominables en tasas de acabada porcelana. A este singular quiosco fabricado en marquetería, de una originalidad concertada y compuesta que, desde hace tiempo atrae las miradas hacia la punta extrema del Kamtchatka romántico, yo le llamo la locura Baudelaire.

19 septiembre 2011

Conversaciones con Fadanelli: La risa y el olvido

¿A qué puede dedicarse un hombre que no quiera enloquecer? A olvidar. Esa es una de las acciones hoy en día más prudentes y medicinales que existen. Olvidar todas las atrocidades que han pasado ante nuestros ojos. ¿Cómo se podría vivir si se recordaran a un tiempo las tragedias sociales, las infamantes declaraciones de los políticos y la pobreza (en todos los sentidos) cada vez más acentuada de la gente? El infierno concentrado en nuestra memoria.

“En mí tiene usted a un hombre con quien no puede contar”, dijo Bertolt Brecht, seguramente cansado de su compromiso con la memoria, la justicia y el compromiso social. Los genios no son moralmente confiables porque no poseen un programa que cumplir ni un ideario que respetar. El genio sólo se respeta a sí mismo probablemente porque se odia. Pero aún en el desorden de su vida es probable que cuando muera, descanse en paz y no cargue en la espalda con la miseria y la moral disminuida de sus contemporáneos. Puede caminar en un campo de enfermos e indigentes sin que el paisaje fatídico le concierna. La única manera digna de vivir para un ser original es el olvido de los demás. Nada es más cierto que esto: las personas comunes tienden a la sana mediocridad mientras los genios caminan hacia el destierro de sí mismos.

Pero ¿qué sucede con las personas comunes? ¿Debemos tender a la mediocridad y contener al cínico que de vez en cuando se hace presente en nuestras vidas?

La heroicidad no es el fuerte de las personas responsables. El héroe, como el genio, tiende a olvidar porque su paso por la vida es fundador. El mediocre es el buen ciudadano, el que no olvida dónde ha puesto la azucarera y el que barre la acera todas las mañanas. ¿Han mirado barrer a un hombre la acera durante las mañanas? No hay cosa más triste en el mundo, excepto la imagen del trabajador que coloca su lonchera sobre el cofre de un auto ajeno para comer en sus horas libres.

Uno no puede salir a la calle sin que a cada paso se le presenten motivos para llorar. Allí tienes a todas esas personas cumpliendo su labor de hormigas como si no fueran conscientes de que pronto el manotazo de la desgracia se llevará al carajo todo su esfuerzo.

El día que yo barra la acera es que me habré convertido en un santo. ¡Barrer ese pedazo de tierra común en donde tanto extraño y malviviente ha puesto sus pisadas! El sólo pensarlo me aproxima a la orilla de la locura.

Qué decir sobre el hecho de que en nuestros días el olvido es la práctica más común entre las personas. Sin embargo, no olvidan por decisión propia, sino porque ya no pueden recordar. No se trata de una estrategia de supervivencia, sino de una imposición de nuestro tiempo.

09 septiembre 2011

Conversaciones con Monterroso: Escritores

No hay escritor tras el que no se esconda, en última instancia, un tímido. Pero es infalible que hasta el más pusilánime tratará siempre, aún por los más oblicuos e inesperados medios, de revelar su pensamiento, de legarlo a la Humanidad, que espera, o supone ávida, de conocerlo. Si determinadas razones personales o sociales le impiden hacerlo en forma abierta, se valdrá del criptograma o del pseudónimo. En todo caso, de alguna manera sutil dejará la pista necesaria para que más tarde o más temprano podamos identificarlo.

08 septiembre 2011

Conversaciones con Monterroso: Brain Drain

La preocupación por un posible brain drain hispanoamericano nace del planteamiento de un falso problema, cuando no de un desmedido optimismo sobre la calidad o el volumen de nuestras reservas de esta materia prima. Cualquiera puede notar que el temor de que los países más desarrollados que nosotros se lleven nuestros “cerebros” resulta vagamente paranoico, pues la verdad es que no contamos con muchos muy buenos. 

Lo que sucede es que nos complace hacernos ilusiones. Suponer que alguien está ansioso de apropiarse de nuestros genios significa suponer que los tenemos. El cerebro es una materia prima, como cualquier otra. Para refinarlo se necesita enviarlo afuera para que algún día nos sea devuelto elaborado; o bien, transformarlo nosotros mismos, pero, como en tantos otros campos, por desgracia las instalaciones con que contamos para esto último o son obsoletas, o de segunda, o sencillamente no existen. 

¿A qué debemos dedicarnos entonces? ¿A producir plátanos o cerebros? ¿Qué vale más exportar, brazos o cerebros? Para cualquier persona que maneje medianamente el suyo, las respuestas son obvias. 

Joyce hizo más por la literatura irlandesa desde Suiza que desde Dublín; Marx fue más útil para los obreros alemanes desde Londres que desde su patria; es probable que si Martí no hubiera vivido en los Estados Unidos y en otros países, la Revolución cubana no tendría en él a tan grande ideólogo; Andrés Bello transformó la gramática española desde Inglaterra; Rubén Darío hizo lo mismo con el verso español desde Francia; y no quisiera mencionar a Einstein por lo de la bomba atómica.

06 septiembre 2011

Conversaciones con Salvador Monsalud

Yo he creído siempre lo mismo, y mucho me temo que aún después de todo, sigan pareciéndome las cosas de mi país tan malas como antes. Esto es un conjunto tan horrible de ignorancia, de mala fe, de corrupción, de debilidad. Entre la gente se ve de todo: hay hombres de mucho mérito, buenas cabezas, corazones de oro; pero, así mismo, los hay tan bullangueros que sólo buscan el ruido y el tumulto; no faltando muchos que están llenos de buena fe, pero carecen de luces y de sentido común. Yo he observado este conjunto en que se revuelven sin poderse unir la grandeza de las ideas con la mezquindad de las ambiciones. He sentido al principio cierto temor; pero después de meditarlo he concluido afirmando que los males que pueda traer el cambio no serán nunca tan grandes como los que padecemos en el presente. Y si lo son –continuó desdeñoso– bien merecido lo tienen. Si esto ha de seguir llevando el nombre de nación, es preciso que en ella se vuelva lo de abajo arriba y lo de arriba abajo, que el sentido común ultrajado se vengue, arrastrando y despedazando tanto ídolo ridículo, tanta necedad y barbarie erigidas en instituciones vivas; es preciso que haya una renovación total de la patria, que nada de lo antiguo subsista, y se hunda todo con estrépito, aplastando a los estúpidos que se obstinan en sostener sobre sus hombros una fábrica caduca. Y esto se ha de hacer de repente, con violencia, porque si no se hace así, no se hace nunca… Aquí se han de romper a hachazos las puertas de la tiranía para destruirlas, porque si las abrimos con su propia llave, quedarán en pié y volverán a cerrarse.

05 septiembre 2011

Conversaciones con Fadanelli

Sobre la libertad, de John Stuart Mill, lo abandoné en la mesa de una cantina. Cuando volví por él dos horas después, me encontré con todas sus hojas tiradas en el piso. Un mesero me dio detalles de tan extraño acontecimiento. El amigo que me acompañaba y que había permanecido en la mesa después de mi partida, había enloquecido cuando le entregaron la cuenta. “Comenzó a gritar y a destrozar el libro”, me contaba el mesero aún no repuesto del susto. No está de más decir que mi amigo mide un metro noventa centímetros y sus ojos no son precisamente los que podría presumir una persona cuerda. Por un momento tuve el impulso de recoger las hojas e intentar dar vida otra vez al volumen de Stuart Mill, pero desistí de hacerlo luego de que en una de las mesas más apartadas del salón descubría a un ebrio intentando leer una de las páginas sueltas.

31 agosto 2011

Tolerancia

SP

No hay virtud humana más admirable. Implica el reconocimiento de los demás: otra forma de conocerse a uno mismo. Una virtud extraordinaria, aunque no exaltante. No hay himnos a la tolerancia como los hay, en abundancia, al amor. Carece de poemas y esculturas que la magnifiquen, es una virtud que requiere un esfuerzo y una vigilancia constantes. No tiene prestigio popular. Si se dice de alguien que es un hombre tolerante, la mayoría supone al instante que a aquel hombre su mujer le pone cuernos y que los demás lo hacen pendejo. Hay que volver al siglo XVIII, a Voltaire, a Diderot, a los enciclopedistas, para encontrar el vigor del término. En nuestro siglo, Bajtín es uno de sus paladines: su noción posibilita atender voces distintas y aún opuestas con igual atención.

Hay una definición del hombre civilizado hecha por Bobbio que encarna el concepto de tolerancia como acción cotidiana: “Un hombre civilizado es aquel que le permite a otro hombre ser como es. Un hombre civilizado no entabla relaciones con los otros sólo para poder competir con ellos, superarlos y, finalmente, vencerlos. Le es totalmente ajeno el espíritu de competencia, rivalidad y, por consiguiente, el deseo de obtener frente al otro una victoria. Por lo mismo, en la lucha por la vida lleva siempre las de perder. Al hombre civilizado le gustaría vivir en un mundo donde no existieran vencedores ni vencidos, donde no se diera una lucha por la primacía, por el poder, por las riquezas y donde, por lo mismo, no existieran condiciones que permitan dividir a la gente en vencedores y vencidos”.

Hay algo enorme en esas palabras. Cuando observo el deterioro de la vida mexicana pienso que sólo un ejercicio de reflexión, de crítica y de tolerancia podría ayudar a encontrar una salida a la situación. Pero concebir la tolerancia como se desprende del texto de Bobbio implica un esfuerzo titánico. Me pongo a pensar en la soberbia, en la arrogancia, en la corrupción de algunos conocidos y me altero, comienzo a hacer recuento de las actitudes que más me irritan de ellos, descubro la magnitud del desprecio que me inspiran y, al final, debo reconocer lo mucho que me falta para poderme considerar un hombre civilizado.

30 agosto 2011

¿Qué es uno?

SP

¿Qué es uno y qué es el universo? ¿Qué es uno en el universo? Uno es los libros que ha leído, las pinturas que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas. Uno está conformado por tiempos, aficiones y credos diferentes. En el momento en que escribo estas líneas, puedo dividir mi vida en una fase larga, gustosa y gregaria, y otra, la más reciente, en que la soledad me parece un regalo de los dioses. Ir a fiestas, comidas, tertulias, cafés, bares, restaurantes, fue, durante largos años, un goce cotidiano. El paso al otro extremo se produjo de modo tan gradual que no logro aclarar los distintos movimientos del proceso. Así suceden las cosas. Vuelva usted a preguntarse qué somos, a dónde vamos, y una bofetada lo librará de las pocas muelas que le quedan.

09 agosto 2011

Conversaciones con Cioran: La magia de la decepción

A un poeta extranjero que, tras haber dudado entre varias capitales, acaba de arribar le digo que ha tenido una magnífica idea, que en esta Ciudad particularmente “en Movimiento” existe, entre otras, la ventaja de morirse de hambre sin molestar a nadie. Para animarle aún más, preciso que el fracaso es en ella tan natural que equivale a un oficio. Detalle este que le satisface plenamente, a juzgar por el resplandor que percibo en sus ojos.

22 julio 2011

Conversaciones: Sabato y Cioran

Sobre estos y otros temas conversé largamente con Cioran, una tarde de 1989. Años atrás me habían llegado noticias del deseo que él tenía de conocerme; insistencia que interpreté como mensajes crípticos, reiterados en distintas oportunidades. Combinamos una cita en su casa de la calle Odeón, a pocos pasos de mi hotel en el Boulevard Saint-Germain.

Me costó disuadir su insistente ofrecimiento de esperarme en la entrada, por temor a que yo me perdiera; lo que me corroboró una vez más su auténtico deseo de verme. Al cabo de unos minutos llegué a su casa, uno de aquellos viejos edificios franceses; y luego de subir los seis pisos a pie, me detuve frente a la puerta de madera donde había colocado, en el lugar reservado para las chambres de bonnes, un cartel que decía Ici Cioran.

Contrariamente a lo que muchos presuponen y a lo que yo mismo pensaba, me sorprendió aquel hombre amable, menudo y apesadumbrado, predicador de un nihilismo que no coincidía con él. Más bien era un gran pesimista, por momentos subyugado por un otro, escéptico y descreído. Pero siempre con una sonrisa. En ningún momento un huraño indiferente, por el contrario, uno de esos hombres solidarios con la “desventurada muchedumbre”, cómo dijera Mallarmé, en búsqueda de alguien que exprese su desazón y su tormento. Quizá podamos referir a él la frase de Strimberg: “No detesto a los hombres, tengo miedo de ellos”.

Conversamos fraternalmente durante más de cuatro horas, hasta que debí retirarme porque en un café no muy lejano me esperaba mi amigo Sarduy. Descubrí en Cioran la coherencia de un hombre auténtico, y compartimos pensamientos de notable similitud. Como la necesidad de desmitificar un racionalismo que sólo nos ha traído la miseria y los totalitarismos. Como también la imbecilidad de los que creen en el progreso y en el avance de la civilización. “Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad del Absoluto, que sobrevivirá a la destrucción de los templos, así como también a la desaparición de la religión sobre la tierra.” Palabras de un filósofo cuya lucidez era producto de sus perplejidades y de su tormento.

Tengo la convicción de que su dolor metafísico se habría aliviado si hubiese podido escribir ficciones, por su carácter catártico, y porque los graves problemas de la condición humana no son aptos para la coherencia, sino únicamente accesibles a esa expresión mitopoética, contradictoria y paradojal, como nuestra existencia.

“En la tristeza todo se vuelve alma”, dice en uno de sus ensayos que tanto han ayudado a desenmascarar la frivolidad y las sonrisas hipócritas de estos tiempos.

19 julio 2011

Conversaciones con Camus: Nuestra generación

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión.

18 julio 2011

Conversaciones con Sabato: Surrealismo

El surrealismo tuvo el alto valor de permitirnos indagar más allá de los límites de una racionalidad hipócrita, y en medio de tanta falsedad, nos ofreció un novedoso estilo de vida. Muchos hombres, de ese modo, hemos podido descubrir nuestro ser auténtico.

Por eso mi aspereza, y hasta mi indignación, ante los mistificadores que lo ensuciaron, como Dalí, pero también mi reconocimiento a todos los hombres trágicos que han salvaguardado lo que de verdadero hubo en ese importante movimiento. Como aquel alocado, violento Domínguez, uno de los pocos personajes surrealistas que quise. Surrealista en su modo de concebir y resistir la existencia. Pasó la última etapa de su vida entre las drogas, el alcohol y las mujeres. Hasta que se suicidó una noche cortándose las venas, y con su sangre manchó la tela colocada sobre su caballete.

17 julio 2011

Conversaciones con Sabato: Arte

Lamentablemente, en estos tiempos en que se ha perdido el valor de la palabra, también el arte se ha prostituido, y la escritura se ha reducido a un acto similar al de imprimir papel moneda. Quedan los pocos que verdaderamente cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura, pero obsesiva, de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos, los mártires de una época. Están destinados a una misión superior, no pertenecen a ninguna capilla literaria o cenáculo y, por eso, no tienen como fin tranquilizar a individuos encerrados en una sacristía, sino derribar todas las conveniencias, devolviéndonos el sentido de nuestra trágica condición humana. 

En esta vocación, muchos han sido empujados a la locura, al alcohol, a las drogas, o a tantas otras formas de suicidio. Nunca sabremos la angustia con que Beethoven compuso su última y maravillosa sinfonía, o los momentos de soledad en que crearon sus obras los grandes compositores. Por eso, si el fracaso es triste, el fracaso en el arte es siempre trágico.

He estado en varias ocasiones en la tumba de Van Gogh, aquel desdichado que nunca pudo vender un cuadro, y de quien ahora se disputan sus obras en millones de dólares, para ser exhibidas en supermercados. Van Gogh murió suicidado por una sociedad que no podía seguir soportando sus terribles revelaciones.

Por eso, la raza de artistas a la que siempre he admirado, es aquella a la que pertenecen estos hombres.

16 julio 2011

Antes del fin

Querido hijo mío, he soñado con ustedes día y noche. No sabía si aún seguía vivo o estaba muerto. Hubiera querido abrazarlos a ti y a tu madre. Perdóname, hijo mío, por esta muerte injusta que tan pronto te deja sin padre. Hoy podrán asesinarnos, pero no podrán destruir nuestras ideas. Ellas quedarán para generaciones futuras, para los jóvenes como tú. Recuerda, hijo mío, la felicidad que sientes cuando juegas, no la acapares toda para ti. Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles, consuela a quienes lloran. Ayuda a los perseguidos, a los oprimidos. Ellos serán tus mejores amigos. Adiós esposa mía. Hijo mío. Camaradas.

BARTOLOMÉ VANZETTI

14 julio 2011

Conversaciones con Gog: Contra el cielo

Saint-Moritz, 2 de agosto.

Me aburre el cielo. Algunos momentos, incluso, me hace sufrir. Y, entonces, no puedo ni siquiera mirarlo, porque no sé cómo vengarme y herirlo. Me siento hermano de los escitas que disparaban sus flechas contra el sol y las nubes. En suma, para ser franco, al menos conmigo mismo, odio el cielo. Y con la peor especie de odio: con el odio impotente.

No es que ame demasiado a la Tierra. La Tierra es reducida, sucia, monótona y poblada más de lo necesario por pedacitos de barro parlante que la desfiguran y la hacen todavía más repugnante.

Pero aquí nos sentimos en nuestra casa, dueños de hacer y deshacer, de movernos a nuestro gusto. Tal vez podemos hacernos obedecer de la Tierra. Se consigue reducirla, aquí y allá, como queramos; obtener grano donde había aguazales o guijarros; crear ríos artificiales, abatir montañas, separar continentes.

Pero el cielo está distante, lejano, es inmodificable, hostil. No tenemos ningún poder sobre el cielo. Incluso, los estratos más bajos de la atmósfera son independientes de nuestro dominio. Es preciso soportar el viento que sopla, esperar el beneplácito de la lluvia, sufrir semanas y meses de tórrida serenidad. No sabemos hacer nada contra la tempestad; todo lo que conseguimos atraer, de cuando en cuando, es algún rayo.

Ni el globo ni el aeroplano han disminuido nuestra impotencia contra el cielo inferior. Podemos correr en el aire, pero estamos de la misma manera a merced de los huracanes, de los tifones, de los tornados, de la niebla. Y apenas conseguimos elevarnos a cinco o seis mil metros: siempre bajo las montañas más altas.

Pero lo que odio más ferozmente es el cielo superior, el firmamento. Tolero el sol bestial, con su cara de fuego llena de lunares, a causa de su utilidad, ¡pero la noche, las estrellas! El infinito no me aterroriza; me disgusta y me ofende. Para sufrir la humillación de mi pequeñez bastaba la Tierra. La provocación de un cielo repleto de estrellas es desproporcionada, prepotente, fatal. Aquellos millones de soles que aparecen a mis ojos como átomos desordenados de luz eléctrica, ¿qué tienen que ver conmigo? ¿Qué quieren? ¿Para qué me sirven? ¿Por qué vuelven todas las noches, llamas milenarias, a insultar la brevedad de mis días en este ángulo vacío? El cielo es una injuria perpetua e insoportable. Las estrellas no me conocen y yo no podré nunca hacer nada de ellas ni contra ellas. Cuando he sabido a cuántos millones de años luz distan de mí, y cuántos siglos emplea su claridad para llegar a la Tierra, no he hecho mas que dar forma aritmética a mi rabia.

Yo siento el cielo como algo extraño, remoto, esto es, enemigo. Los cometas que arrastran su cola por el infinito sin un objeto razonable, no me dicen nada que me consuele. Las nebulosas, amontonamientos confusos de polvo cósmico, me exasperan como todas las cosas informes y no terminadas. En lo que se refiere a los planetas y a los satélites, aduladores extintos que dan vueltas para obtener la limosna de un poco de luz, me causan repugnancia y desprecio.

No comprendo a los astrónomos. ¿Cómo ninguno de ellos se vuelve loco o se suicida? Imagino que son hombres sin fantasía y sin dignidad, incapaces de sentir el impulso permanente de las constelaciones refugiadas en el fondo de los desiertos del espacio. Midiendo y calculando se ilusionan, tal vez, pensando que dominan el cielo o, al menos, que son admitidos como huéspedes.

Pero el hombre verdadero no puede experimentar ante la vorágine esparcida de los fuegos viajeros, mas que ira o terror.

El cielo tiene influencia sobre mí y yo no puedo tenerla nunca sobre él. Si le contemplo me rebaja, si le ignoro me castiga. Tiene una vida propia, misteriosa y solemne, que no consigo de ninguna manera turbar o mudar. Me inspira, contra mi voluntad, pensamientos mortificantes que me hacen daño, me deprimen, me quitan el valor de vivir.

Por eso prefiero no verlo. Me gustan las regiones y las estaciones donde el cielo está siempre cubierto, donde la noche es muda y total, y te sientes bajo una colcha próxima de niebla familiar.

Envidio a los habitantes de Venus, porque, según se dice, su planeta está casi siempre envuelto por vapores. A ellos se les evita la vista del irritante chisporroteo de las inútiles constelaciones y de aquella odiosa Vía Láctea que atraviesa el firmamento como una humareda de burla fluorescente.

Los poetas, idiotas como niños, se extasían ante las luciérnagas errantes del infinito. Para mí, que por fortuna o desgracia no soy ni versificador ni místico, el cielo es únicamente el telón siniestro donde leo todas las noches la sentencia de mi nulidad irremediable.

13 julio 2011

Conversaciones con Sabato: El otro

La cercanía con la presencia humana nos sacude, nos alienta, comprendemos que es el otro el que siempre nos salva. Y si hemos llegado a la edad que tenemos es porque otros nos han ido salvando la vida, incesantemente. A los años que tengo hoy, puedo decir, dolorosamente, que toda vez que nos hemos perdido un encuentro humano algo quedó atrofiado en nosotros, o quebrado. Muchas veces somos incapaces de un genuino encuentro porque sólo reconocemos a los otros en la medida que definen nuestro ser y nuestro modo de sentir, o que nos son propicios a nuestros proyectos. Uno no puede detenerse en un encuentro porque está atestado de trabajos, de trámites, de ambiciones. Y porque la magnitud de la ciudad nos supera. Entonces el otro ser humano no nos llega, no lo vemos. Está más a nuestro alcance un desconocido con el que hablamos a través de la computadora. En la calle, en los negocios, en los infinitos trámites, uno sabe —abstractamente— que está tratando con seres humanos pero en lo concreto tratamos a los demás como a otros tantos servidores informáticos o funcionales. No vivimos esta relación de modo afectivo, como si tuviésemos una capa de protección contra los acontecimientos humanos “desviantes” de la atención. Los otros nos molestan, nos hacen perder el tiempo. Lo que deja al hombre espantosamente solo, como si en medio de tantas personas, o por ello mismo, cundiera el autismo.

Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida.

Es apremiante reconocer los espacios de encuentro que nos quiten de ser una multitud masificada mirando aisladamente la televisión. Lo paradójico es que a través de esa pantalla parecemos estar conectados con el mundo entero, cuando en verdad nos arranca la posibilidad de convivir humanamente, y lo que es tan grave como esto, nos predispone a la abulia.

Uno va quedando aletargado delante de la pantalla, y aunque no encuentre nada de lo que busca lo mismo se queda ahí, incapaz de levantarse y hacer algo bueno. Nos quita las ganas de trabajar en alguna artesanía, leer un libro, arreglar algo de la casa mientras se escucha música o se matea. O ir al bar con algún amigo, o conversar con los suyos. Es un tedio, un aburrimiento al que nos acostumbramos como “a falta de algo mejor”. El estar monótonamente sentado frente a la televisión anestesia la sensibilidad, hace lerda la mente, perjudica el alma.

La vida es abierta por naturaleza, aun en quienes la barrera que han levantado en torno a lo propio pareciera ser más oscura que una mazmorra. El latido de la vida exige un intersticio, apenas el espacio que necesita un latido para seguir viviendo, y a través de él puede colarse la plenitud de un encuentro, como las grandes mareas pueden filtrarse aun en las represas más fortificadas. O una enfermedad puede ser la apertura, o el desborde de un milagro cualquiera de la vida: una persona que nos ame a pesar de nuestra cerrazón.

Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.

Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida.

11 julio 2011

Conversaciones con Sabato: Soledad

Generalmente, la sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada con un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos. Mi soledad no me asusta, es casi olímpica. Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean.

10 julio 2011

Sol nocturno

He pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No sólo imágenes: también voces, gritos y largos silencios de otros días. Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza.

El mar está ahí, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo?

Pero ahora tu figura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Estás quieto y un poco desconsolado, me miras como pidiendo ayuda.

MARÍA

30 junio 2011

Conversaciones con Cioran: Ese maldito yo (4)

Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban mas que unos días de vida. ¡Qué locura la suya de hablar del futuro, de su futuro!

Pero ya en la calle, ¿cómo no pensar que, a fin de cuentas, la diferencia entre un mortal y un moribundo no es tan grande? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.

27 junio 2011

Conversaciones con Cioran: Ese maldito yo (3)

En todas las épocas de la existencia descubrimos que la vida es un error. Sin embargo, en la juventud se trata de una revelación en la que entra un estremecimiento de terror y una pizca de magia. Con el tiempo, esa revelación se convierte en una perogrullada, y es así como echamos de menos la época en que era fuente de sorpresas.

20 junio 2011

Conversaciones con Cioran: Ese maldito yo (2)

Vive sus últimos días desde hace meses, o desde hace años, y habla de su final en pasado. Una existencia póstuma. Como me extraño de que logre mantenerse en vida sin comer apenas, me dice: "Mi cuerpo y mi alma han tardado tantos años en soldarse que ya no logran separarse".

Si no tiene voz de moribundo es porque hace tiempo ya que no está vivo. "Soy una vela apagada", son sus palabras más justas sobre su última metamórfosis. Y cuando evoco la posibilidad de un milágro, me responde: "Me harían falta varios".

17 junio 2011

Conversaciones con Cioran: Ese maldito yo (1)

Su destino fue realizarse a medias. Todo estaba truncado en él: su manera de ser tanto como su manera de pensar. Un hombre de fragmentos, fragmento él mismo.

16 junio 2011

La inmortalidad (4)

Y volvió a tener esa curiosa y fuerte sensación que se apoderaba de ella cada vez con mayor frecuencia: no tenía nada en común con esos seres de dos piernas, con una cabeza sobre el cuello y una boca en la cara. Hacía tiempo que se había interesado por su política, por su ciencia, por sus descubrimientos; que se consideraba una pequeña parte de su gran aventura, hasta que un buen día nació en ella la sensación de que no formaba parte de ellos. Era una sensación extraña, trataba de evitarla, sabía que era absurda e inmoral, hasta que al final se dijo que no podía dar órdenes a sus sentimientos: era incapaz de sufrir pensando en sus guerras y de disfrutar de sus fiestas, porque tenía la absoluta conciencia de que aquello no era cosa suya.

07 junio 2011

Confesiones VI

Creo conocer bastante bien el sufrimiento físico. Pero, lo peor de todo, es sentir que se muere el alma.

No puedes imaginar la tristeza de mi vida. Asediado sin cesar, dormido o despierto, por la idea de que puedas necesitar mi ayuda (que no estoy en condiciones de darte) como yo necesito la tuya (que no estás en condiciones de darme).

30 mayo 2011

Conversaciones con Ortega y Gasset: honor y contrato

Durante la Edad Media las relaciones entre los hombres descansaban en el principio de la fidelidad, radicado a su vez en el honor. Por el contrario, la sociedad moderna está fundada en el contrato. Nada puede mostrar tan claramente la oposición entre esas dos emociones primarias de que vivió una y otra edad. La fidelidad, su nombre lo ostenta, es la confianza erigida en norma. El hombre se une al hombre por un nexo que queda sepultado en lo más íntimo de ambos. El contrato, en cambio, es la cínica declaración de que desconfiamos del prójimo al tratar con él y le ligamos a nosotros en virtud de un objeto material –el papel del contrato– que queda fuera de las dos personas contratantes y en su hora podrá –vil materia que es– alzarse contra ellas. ¡Grave confesión de la modernidad! Fía más en la materia, precisamente porque no tiene alma, porque no es persona. Y, en efecto, esta edad ha tendido a elevar la física al rango de teología.

26 mayo 2011

Conversaciones con Cioran: la melancolía

La melancolía es una especie de tedio refinado, el sentimiento de que no se pertenece a este mundo. Para un melancólico, la expresión "nuestros semejantes" no tiene ningún sentido. Es una sensación de exilio irremediable, que carece de causas inmediatas. La melancolía es un sentimiento profundamente autónomo, tan independiente del fracaso como de los mayores éxitos personales.

24 mayo 2011

Conversaciones con Ortega y Gasset: la muerte como creación

La muerte química es infrahumana. La inmortalidad es sobrehumana. La humanización de la muerte sólo puede consistir en usar de ella con libertad, con generosidad y con gracia. Seamos poetas de la existencia que saben hallar a su vida la rima exacta en una muerte inspirada.

23 mayo 2011

Del amor y otras falacias

GP

Entre las causas del amor, una es la soledad; y el amor nos deja todavía más solos. Cada uno de los amantes sólo puede amarse a sí mismo. A lo sumo, ama en el otro algo de sí mismo. Es un trueque mágico de sueños. La mujer, débil, transfiere al hombre su anhelo de heroísmo; el hombre, impuro, irradia en la mujer su ansia de inocencia. Cada uno ama en el otro un retrato pintado de la propia fantasía. Ponen en el amado lo que en sí mismos es deseo. Un manto imperial drapeado sobre un enano ruin, o un manto de Virgen sobre una mujerzuela fácil de comprar. Y no aprenden: caen. Al final, la evidencia descubre que el fantasma imaginario no tiene nada que ver con la persona concreta. Y cada fantaseador se vuelve a encontrar solo, hurgando en las cenizas de las llamaradas inútiles, después de haberse resistido a la verdad años y años, esa verdad que tratamos, en la medida de lo imposible, de no ver, por vergüenza.

21 mayo 2011

Frases

Será, la mía, una biografía que se resuma en muy pocas frases, cada una de las cuales dará cuenta de las tragedias sufridas, del naufragio personal. Sea.

El amor fue su gran adicción, junto con el alcohol, y ambas condujeron, irremediablemente, a su destrucción personal. 

Entre las características más reveladoras de su existencia son, quizá, las más significativas, su particular idea del amor, por un lado, y sus tendencias autodestructivas, por el otro, retroalimentadas, por cierto, mutuamente.

No es lo creado, sino lo sufrido, lo que hace de su vida merecedora de especial consideración.

Desde muy temprano fue consciente de que nadie podría ayudarle a eludir su destino.

La vida fue para él un camino abocado a la autodestrucción.

Se trata de alguien que padeció demasiado. Es imposible negar, sin embargo, que el origen de dichos padecimientos se encuentra en todos y cada uno de sus excesos.

Dejarse dominar por pasiones tan ardientes fue, sin duda, la causa de su desgracia y, la catástrofe, su inevitable final.

Su vida y su muerte: espectáculo sumamente poético y por demás conmovedor.

Melancólico y abatido, recurría al liqvor con demasiada frecuencia, pues siempre estaba triste y mortalmente aburrido.

Se enamoró profundamente de una mujer a la que no conoció jamás. Aunque es probable que ella no haya existido mas que en su imaginación.

Hundido siempre en las insondables profundidades de su abismo personal, ha encontrado por fin la paz que no conoció jamás en toda su existencia.

Para alguien como él, su último día debió haber sido el más bello.