La función de los ojos no es ver, sino llorar. Para ver realmente hay que cerrarlos: es la condición del éxtasis, de la única visión reveladora, mientras que la percepción se agota en el horror de lo ya visto, de lo irreparablemente sabido desde siempre. Para el que ha presentido los desastres inútiles del mundo, y a quien el saber no ha traído sino la confirmación de un desencanto innato, los escrúpulos que le impiden llorar acentúan su predisposición a la tristeza.
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