Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


31 agosto 2011

Tolerancia

SP

No hay virtud humana más admirable. Implica el reconocimiento de los demás: otra forma de conocerse a uno mismo. Una virtud extraordinaria, aunque no exaltante. No hay himnos a la tolerancia como los hay, en abundancia, al amor. Carece de poemas y esculturas que la magnifiquen, es una virtud que requiere un esfuerzo y una vigilancia constantes. No tiene prestigio popular. Si se dice de alguien que es un hombre tolerante, la mayoría supone al instante que a aquel hombre su mujer le pone cuernos y que los demás lo hacen pendejo. Hay que volver al siglo XVIII, a Voltaire, a Diderot, a los enciclopedistas, para encontrar el vigor del término. En nuestro siglo, Bajtín es uno de sus paladines: su noción posibilita atender voces distintas y aún opuestas con igual atención.

Hay una definición del hombre civilizado hecha por Bobbio que encarna el concepto de tolerancia como acción cotidiana: “Un hombre civilizado es aquel que le permite a otro hombre ser como es. Un hombre civilizado no entabla relaciones con los otros sólo para poder competir con ellos, superarlos y, finalmente, vencerlos. Le es totalmente ajeno el espíritu de competencia, rivalidad y, por consiguiente, el deseo de obtener frente al otro una victoria. Por lo mismo, en la lucha por la vida lleva siempre las de perder. Al hombre civilizado le gustaría vivir en un mundo donde no existieran vencedores ni vencidos, donde no se diera una lucha por la primacía, por el poder, por las riquezas y donde, por lo mismo, no existieran condiciones que permitan dividir a la gente en vencedores y vencidos”.

Hay algo enorme en esas palabras. Cuando observo el deterioro de la vida mexicana pienso que sólo un ejercicio de reflexión, de crítica y de tolerancia podría ayudar a encontrar una salida a la situación. Pero concebir la tolerancia como se desprende del texto de Bobbio implica un esfuerzo titánico. Me pongo a pensar en la soberbia, en la arrogancia, en la corrupción de algunos conocidos y me altero, comienzo a hacer recuento de las actitudes que más me irritan de ellos, descubro la magnitud del desprecio que me inspiran y, al final, debo reconocer lo mucho que me falta para poderme considerar un hombre civilizado.

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