Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


15 septiembre 2010

Conversaciones con Cioran

La función de los ojos no es ver, sino llorar. Para ver realmente hay que cerrarlos: es la condición del éxtasis, de la única visión reveladora, mientras que la percepción se agota en el horror de lo ya visto, de lo irreparablemente sabido desde siempre. Para el que ha presentido los desastres inútiles del mundo, y a quien el saber no ha traído sino la confirmación de un desencanto innato, los escrúpulos que le impiden llorar acentúan su predisposición a la tristeza.

14 septiembre 2010

Conversaciones con Cioran: Filosofía y prostitución

El filósofo, de vuelta de los sistemas y las supersticiones, pero perseverante aún en los caminos del mundo, debería imitar el pirronismo de acera del que hace gala la criatura menos dogmática: la mujer pública. Desprendida de todo y abierta a todo; compartiendo el humor y las ideas del cliente; cambiando de tono y de rostro en cada ocasión; dispuesta a ser triste o alegre, permaneciendo indiferente; prodigando los suspiros por interés comercial; lanzando sobre los esfuerzos de su vecino superpuesto y sincero una mirada lúcida y falsa, propone al espíritu un modelo de comportamiento que rivaliza con el de los sabios. Carecer de convicciones respecto a los hombres y a uno mismo: tal es la elevada enseñanza de la prostitución, academia ambulante de lucidez, al margen de la sociedad, como la filosofía. «Todo lo que sé lo he aprendido en la escuela de las fulanas», debería exclamar el pensador que lo acepta todo y lo niega todo; cuando, a ejemplo suyo, se ha especializado en la sonrisa fatigada, cuando los hombres no son para él sino clientes, y las aceras del mundo, el mercado donde vende su amargura, como sus compañeras su cuerpo.

05 septiembre 2010

Conversaciones con Cioran: Sobre la melancolía

Cuando uno no puede librarse de sí mismo, se deleita devorándose. En vano se llamaría al Señor de las Sombras, el dispensador de una maldición precisa: se está enfermo sin enfermedad y se es réprobo sin vicios. La melancolía es el estado soñado del egoísmo: ningún objeto fuera de sí mismo, no más motivos de odio o de amor, sino esa misma caída en un fango languideciente, ese mismo revolverse de condenado sin infierno, esas mismas reiteraciones de un ardor de perecer... Mientras que la tristeza se contenta con un marco de fortuna, la melancolía precisa una orgía de espacio, un paisaje infinito para desplegar en él su gracia desagradable y vaporosa, su malestar sin contornos, que, por miedo a curar, teme un límite a su disolución y sus ondulaciones. Florece -la flor más extraña del amor propio- entre los venenos de los que extrae su savia y el vigor de todos sus desfallecimientos. Alimentándose de lo que la corrompe, esconde, bajo su nombre melodioso, el Orgullo de la Derrota y el Apiadamiento de sí mismo...

02 septiembre 2010

Decálogo (Un político de otro tiempo)

1. Negarse a ser dios.

2. Evitar, a cualquier precio, el mal mayor.

3. Recordar que la bondad no basta.

4. Saber que hay que tomar postura, incluso cuando no se está del todo seguro.

5. Saber también que es preciso mancharse las manos, porque no hay alternativas impecables.

6. No luchar contra males abstractos, sino contra daños concretos.

7. Ocuparse de lo que sucede en el resto del mundo.

8. Huir de las consignas.

9. Mirar y oir al adversario con la atención debida.

10. Luchar por las convicciones y pagar el precio que eso implica.


Acaso haya quien lo encuentre útil.

28 agosto 2010

27 agosto 2010

Confesiones III

Para el espíritu de la época, nada es más peligroso que un individuo genial e ingobernable que, además, no tiene aspiraciones de liderazgo ni de éxito.

22 agosto 2010

05 agosto 2010

Confesiones I

He renunciado a la escritura estructurada y sistemática, ya que implica partir de ciertas afirmaciones previas de las cuales nos volvemos prisioneros. Si se tiene un poco de honestidad, uno queda obligado a respetar esos supuestos hasta el final, a no contradecirse. Uno queda, pues, atrapado en un círculo trazado por uno mismo. De este modo, dice Cioran, uno cae en la falsedad y en la falta de verdad. Este es el drama de todo pensamiento estructurado: el no permitir la contradicción. Así, se cae en falso, se miente para resguardar la coherencia.

Hace poco más de un año que me acompaña, de forma constante, el género de los “pecios”. Éstos, son los restos del naufragio personal: apuntes, apostillas, recuerdos, frases destiladas hasta ser pasión pura, visceralidad y sentimiento. Los pecios, sin embargo, no ofrecen ninguna consolación ilusoria a la desolación de la vida. No aspiran a convertirse en conclusiones definitivas e indiscutibles. Se trata, más bien, de explosiones accidentadas que reflejan el camino de alguien que camina por el desfiladero hacia la catástrofe.

Cabe, sin embargo, hacer una advertencia. Desconfíen siempre, dice Rafael Sánchez Ferlosio, de un autor de pecios. Aunque, sin quererlo, le es fácil estafar, porque los textos de una sola frase son los que más se prestan a ese fraude de la “profundidad”, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentencia lapidaria, vacía de sentido pero habilidosamente elaborada. Lo “profundo” lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y nada hay tan indiscutible como el dicho enigmático, que se autoexime de tener que dar razón de sí. La indiscutibilidad es como un carisma que sacraliza la palabra, canjeando por la magia de la literalidad, toda posible capacidad significante.

Es mejor pensar que el lenguaje es oscuridad (aunque a veces se aclare un poco gracias a la buena literatura) que confiar en esos locos que nos iluminan con sus verdades absolutas. Yo lo que hago es desconfiar y angustiarme. Y así me paso la vida.