Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


23 junio 2009

La anulación del voto

Estamos a unas cuantas semanas de distancia de que se desarrolle la jornada electoral en que elegiremos a los integrantes de una nueva legislatura en la Cámara de Diputados, así como las gubernaturas en cinco estados de la república, la composición de estos congresos locales y diversos cargos de representación en gobiernos municipales. Si revisamos un poco las estadísticas de los procesos electorales anteriores nos daremos cuenta que, históricamente, las elecciones intermedias se caracterizan por no despertar el mismo interés en la ciudadanía que una elección presidencial, lo que se refleja en última instancia en una participación menor. Otro dato que no es menor es el hecho de que en las democracias occidentales, por ejemplo la de Estados Unidos o la de Gran Bretaña por citar a las dos democracias más antiguas, el porcentaje de participación en una elección oscila normalmente entre 40 y 60 por ciento del padrón electoral, lo que demuestra que para que una democracia funcione adecuadamente no es necesaria la participación de todos y cada uno de los ciudadanos. Así las cosas, lo relevante del proceso electoral en el cual nos encontramos no pasa, me parece, por las proyecciones que se puedan hacer respecto a los resultados finales, ni la manera en que se integrará la nueva legislatura en la Cámara de Diputados, ni tampoco lo es el porcentaje del padrón electoral que decida ejercer su derecho al voto. Lo relevante se desprende de los temas que están emergiendo en la discusión pública y que han acaparado con bastante éxito los foros de discusión del presente proceso electoral. Este éxito aparece ya como un dato sospechoso.


El diagnóstico es claro y compartido. Se carece de un eje articulador entre ciudadanos y partidos: los primeros nos encontramos en una especie de indefensión ya que carecemos de los medios para hacer oír nuestra voz, por lo que nuestras demandas e intereses muy difícilmente pueden llegar a materializarse en decisiones gubernamentales o legislativas; los partidos, por su parte, se han convertido en grandes aparatos burocráticos que con el paso del tiempo se han anquilosado y se han alejado completamente del ciudadano. No se trata simplemente de que los partidos hayan perdido permeabilidad frente a las demandas y los planteamientos ciudadanos, sino que pareciera incluso que los intereses ciudadanos se han subordinado a los intereses de los partidos: el interés general se ha subordinado a intereses particulares. De acuerdo, sin embargo, este diagnóstico aún aparece como un trazo muy grueso, que no permite apreciar los detalles y que por lo tanto no puede servir como punto de partida para ningún planteamiento que pretenda ser medianamente serio. El diagnóstico anterior, burdo como es, ha generado en el debate público la construcción de dos identidades: nosotros y ellos, los ciudadanos y los políticos, la ciudadanía y los partidos, los buenos y los malos. Esta retórica maniquea aparece ya como un segundo elemento sospechoso.


Esta argumentación, simplificadora, reduccionista y maniquea, ha sido el punto de partida de aquellos que en semanas recientes se han presentado como los promotores de la anulación del voto. Ante la incapacidad de los partidos políticos por representar a la ciudadanía, han planteado la anulación del voto como una manifestación de descontento. Se trata de que los ciudadanos mediante el único instrumento que poseen, es decir el voto, expresen su insatisfacción ante el estado que guarda la democracia en México. Así, como diría Ortega y Gasset, la sinrazón del agravio padecido produce en el agraviado no sólo un sentimiento de inocencia que, a manera de indulgencia plenaria, se hace inmediatamente extensivo a la totalidad de su conciencia, como una purificación completa sin residuo alguno, sino también el correlato positivo de sentirse 'cargado de razón', que en la contabilidad de la conciencia adquiere, bajo la relación de equivalente, la forma de adquisición de un 'capital moral'. Finalmente, es de llamar la atención la retórica ‘anulista’, tal como se ha planteado hasta ahora: con nosotros o contra nosotros, todo o nada y no hay la posibilidad de puntos medios.


Por tanto, es fácilmente reconocible que la propuesta ‘anulista’ parte de un diagnóstico burdo, un planteamiento simplificador y un discurso reduccionista, que más bien parece tramposamente construido, que pretende ocultar elementos que, de ser tratados abiertamente, debilitarían su argumentación. En primer lugar, el diagnóstico es presentado como un trazo muy grueso, del cual se desprenden dos identidades construidas artificialmente: nosotros y ellos, ciudadanos y partidos, en donde en los primero, ‘nosotros’, se reúnen todas las virtudes y buenas intenciones, mientras que los segundos, ‘ellos’, monopolizan todos los vicios. Sin embargo es claro que no existe un nosotros, unívoco y homogéneo. Ni un ‘nosotros’ ciudadano, tal como es planteado por el discurso ‘anulista’, pero tampoco un ‘nosotros’ que identifique a aquellos individuos que se presentan bajo la bandera del ‘anulismo’. Tal como lo han expresado, entre otros, José Woldenberg y Jorge Alcocer, el “NO” es un paraguas demasiado generoso en el que confluyen posiciones diversas, intereses, diagnósticos y plataformas contradictorias. La fuerza de los ‘anulistas’ se diluye en sus contradicciones y en sus ambigüedades. Por otra parte, es igualmente claro que no existe un ‘ellos’ como un grupo claro y homogéneo, ni como políticos ni como partidos. Existen diferencias tanto entre los partidos como entre los políticos: diferencias ideológicas, de principios y de propuestas, diferencias en las formas de hacer política y diferencias en el tipo de gestión que cada uno realiza. Con estas aclaraciones quedan al descubierto los errores y equívocos de la propuesta ‘anulista’ en función del diagnóstico.


Ahora bien, en función de los objetivos planteados, las divergencias y contradicciones son aún mayores y más evidentes. En primer lugar, y dado que no existe un ‘nosotros’ homogéneo y bien definido bajo la bandera del ‘anulismo’, el primer dato que se desprende es que el porcentaje que alcancen los votos anulados en la cuenta final, independientemente de la cifra que sea, no dirá realmente nada. Es decir, en sí misma, la cifra de votos nulos no transmite un mensaje claro y bien definido: se trataría en todo caso únicamente de la expresión de un malestar de esos ciudadanos. El peligro de esta situación, y ya se puede observar con toda claridad desde hace unos cuantos días, es la aparición de los intérpretes de ese descontento. Basta con leer o escuchar a personajes como José Antonio Crespo, Leo Zuckermann, Sergio Aguayo, Lorenzo Meyer o Denisse Dresser entre otros, para darse cuenta que la labor interpretativa ya está en marcha. Por otra parte, no parece haber una relación clara entre la crítica de los ‘anulistas’, sus objetivos y los instrumentos que pretenden utilizar. En términos prácticos, al anular el voto se contribuye a la consolidación de las posiciones políticas de los tres partidos políticos más grandes: PRI, PAN y PRD, ya que la relevancia que cobra el voto duro de cada uno de ellos es mayor. Así pues, irónicamente, como resultado de la anulación del voto como una muestra de descontento, principalmente hacia los partidos grandes, se favorece su dominio en los distintos cargos de representación que estarán siendo disputados en la próxima jornada electoral.


Para finalizar, mi intención excluye de manera formal imponer a nadie mis opiniones. Mi propuesta consiste, más bien, en enfocar la cuestión desde una perspectiva diferente que no ha sido expuesta en la discusión pública, no al menos de manera explícita. Se trata pues de un problema en que se manifiestan las dificultades del cambio: en que hay agentes que lo dificultan y actores que lo promueven, pero al estar en un entorno democrático, las dinámicas mismas del proceso obligan a que estas dificultades se desahoguen, necesariamente, por los caminos del debate y de la discusión. Dado que, en este caso en particular, los ‘anulistas’ aparecen como los agentes promotores del cambio, es preciso abordar su propuesta sin ambigüedades, estudiándola de manera precisa para poner al descubierto las oportunidades y debilidades que ofrece. Quedarse simplemente en las frases hechas, en planteamientos políticamente correctos pero que son contradictorios entre sí y ambiguos, tal como lo han hecho hasta hoy los ‘anulistas’ no nos conduce a ningún lugar. Si bien hasta el momento la propuesta ‘anulista’ posee más ambigüedades que certezas, más contradicciones que planteamientos claros, no debemos excluir de la discusión pública algo que puede ser un ejercicio constructivo para la democracia en México.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario