Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


06 julio 2009

El despreciable

Todos ven la abyección de los oradores, pero nadie la del público, afirma Rafael Sánchez Ferlosio. Si éste en los toros es ‘El Respetable’ tan sólo porque puede aplaudir o pitar y abuchear, se vuelve, por regla general, 'El Despreciable' en los regímenes democráticos. El saldo de la jornada electoral del día 5 de julio arroja elementos más que suficientes para sostener tal afirmación.


Vamos por partes. En primer lugar, el consejero presidente del IFE afirmó en un mensaje el día de la jornada electoral que ‘hoy es el día para que las instituciones del Estado y los partidos políticos escuchen la voz de los ciudadanos’. No se trata de un dato menor que haya sido este personaje quien emitió tal sentencia, ya que nos habla del tipo de sistema democrático que tenemos en México. Hoy, y sólo hoy (el día de las elecciones), es el momento en que las instituciones y los partidos políticos se abren para escuchar a los ciudadanos. No se trata, ni siquiera, de un diálogo entre dos partes, de un debate de ideas; en este proceso el ciudadano no recibe retroalimentación alguna. Hacer escuchar su voz consistiría, entonces, en tachar una hoja de papel, proceso que no toma más que unos cuantos segundos en el mejor de los casos. Por su parte, el problema visto enfocándolo hacia los ciudadanos no es más halagüeño. Los optimistas suelen expresar que con el paso del tiempo los ciudadanos se vuelven más politizados, adquieren mayor experiencia y pueden tomar así mejores decisiones que coadyuven a consolidar la democracia en México. Nada más alejado de la realidad. En general, el electorado mexicano no decide el sentido de su voto en función de las plataformas electorales de los partidos políticos, de las propuestas electorales que se hacen en las campañas, de los proyectos de futuro presentados por los diferentes partidos, no toma en cuenta tampoco las trayectorias históricas de los partidos políticos ni de los candidatos que se presentan a competir en las elecciones. Se podría decir, sin demasiadas dificultades, que lo que determina el sentido del voto, en general, del electorado mexicano es más bien un sentido común mal fundamentado a partir de frases estridentes que hábilmente forjan los políticos.


Así las cosas, los resultados de la jornada electoral se prestan para el análisis. Por un lado, el gran perdedor es sin duda el PAN. Desde el inicio equivocó la dirección de la campaña electoral, convirtiéndola sin más en un referéndum de la gestión del presidente Calderón. El hoy presidente del desempleo y de la inseguridad ha fallado, esa es la percepción general, en los dos temas centrales de su propia agenda. La crisis económica mundial, si bien no fue tema de discusión de la campaña electoral, no por ello deja de estar presente en la vida cotidiana de los mexicanos influyendo, en mayor o menor medida, en el sentido de sus votos. La campaña de enfrentamiento con el PRI planteada desde la dirigencia nacional del PAN no fue efectiva y demostró, más bien, la incapacidad del gobierno en turno y de su partido para ofrecer respuestas acertadas ante los problemas que enfrenta el país. Su planteamiento de que los problemas del presente son, sobre todo, resultado de malas decisiones tomadas en el pasado se olvida de que el PAN forma parte de ese pasado al que aluden, dado que llevan ya nueve años ocupando la presidencia de la república. Finalmente quedó demostrada también la incapacidad de los integrantes del PAN de operar desde el poder los mecanismos electorales del sistema para lograr una campaña electoral eficaz, perdiendo incluso gubernaturas como las de Querétaro y San Luis Potosí que parecían ser en un principio bastiones panistas, por no mencionar también los municipios del cinturón azul en el Estado de México que perdieron también. El número de diputados federales obtenidos tampoco es suficiente para mantener el veto del presidente ante el Congreso, lo que supone una posición de vulnerabilidad para la figura presidencial y su subordinación ante las determinaciones legislativas, por ejemplo, en términos presupuestales. Si bien el gran perdedor es el PAN, su derrota pudo haber sido mucho más estrepitosa de no ser por la popularidad de que gozaba el presidente Calderón, que se encontraba alrededor de 70% de aprobación antes de la elección, y que detuvo en buena medida la caída del PAN.


El otro gran perdedor en esta elección fue sin duda alguna el PRD. Las guerras internas en el PRD han demostrado ser devastadoras para este partido colocándolo por debajo de su promedio histórico (17%) y probablemente muy cerca de su piso electoral mínimo (12%). Irónicamente, ni la ultraderecha, ni el ‘PRIAN’, ni la mafia, ni los lacayos de la mafia fueron los responsables de este fracaso sino que el autor intelectual de esta debacle fue el ‘innombrable’, y no me refiero a Salinas sino a López Obrador. Fue el propio López Obrador quien, desde el interior, operó para minar las fuerzas perredistas saboteando cualquier intento de la estrategia electoral del PRD. Inició haciendo un llamado a votar por candidatos del PT y de Convergencia, sobre todo, para asegurarles el registro y para asegurarse a sí mismo la propiedad de dos franquicias que estuvieran bajo sus órdenes para dejar de depender así del PRD. Finalmente, en una abierta transgresión, llamó a no votar por el PRD falso sino a hacerlo por el PRD verdadero, que no es el PRD sino más bien el PT y Convergencia. En una muestra de alquimia electoral, que es además una muestra muy sugerente del surrealismo de la política mexicana, López Obrador fue capaz de transformar a una señora de nombre Clara Brugada en un señor de nombre Rafael Acosta (alias Juanito); explicó que si en Iztapalapa querían que ganara Clara Brugada del PRD no tenían que votar por Clara Brugada del PRD en la boleta electoral, sino más bien por Rafael Acosta del PT quien era la verdadera Clara Brugada; una vez ganada la elección, giraría órdenes para que Juanito renunciara, la Asamblea Legislativa, que aún no había sido electa, aceptara la renuncia y postulara a Clara Brugada como jefa delegacional, nombramiento que aprobaría a su vez el jefe de gobierno Marcelo Ebrard quien, claro está, acataría la instrucción de López Obrador. Por increíble y surrealista que todo esto parezca, la primera parte del supuesto se ha cumplido y Rafael Acosta ganó la elección en Iztapalapa. Falta ver si acaso la Asamblea Legislativa recién electa, así como el jefe de gobierno del DF acatarán las órdenes del ‘innombrable’. Es de llamar la atención, sin embargo, que López Obrador, que hace tres años se encontraba disputando la presidencia de la república que a la postre perdería por tan sólo unos cuantos votos, se encuentre hoy defendiendo su proyecto en una elección a jefe delegacional.


Finalmente, el gran ganador de este proceso electoral ha sido sin duda alguna el PRI ganando cinco de las seis gubernaturas en disputa (Nuevo León, San Luis Potosí, Querétaro, Colima, y Campeche) y manteniéndose en la lucha por la de Sonora; obtuvo la mayoría relativa en la Cámara de Diputados al conseguir alrededor de 36.7% de los votos; recuperó territorios que se encontraban, sobre todo, en manos del PAN, como Guadalajara, Zapopan, Naucalpan, Toluca, Cuernavaca, Cuautitlán Izcalli, Atizapán, así como Nezahualcóyotl, entre otros. Se trata, pues, del ganador indiscutible que, a partir de ahora, se convierte nuevamente en la primera fuerza política en el país y que genera una gran expectativa con miras a lo que será el proceso electoral del año 2012 para elegir al nuevo presidente. Ante este escenario, conviene reflexionar un poco sobre lo que nos dice este reposicionamiento del PRI en la vida política nacional. En primer lugar, desde el año 2008, el PRI había sido el partido político con un mejor desempeño electoral, ganando prácticamente todas las elecciones a las que se presentó. Al inicio de este año, el PRI se perfilaba para alcanzar, por sí solo, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Su estrategia consistió, básicamente en no desgastarse y más bien continuar con esa inercia ganadora manteniendo un perfil bajo. Entonces, más que un triunfo orquestado por el propio PRI, la mayor parte de la explicación proviene de lo que hicieron sus rivales políticos, PAN y PRD que fueron incapaces de presentar alternativas convincentes para el electorado. El triunfo del PRI se explica en buena medida, por la incapacidad mostrada por el gobierno de Calderón y por el PAN, así como por los conflictos internos del PRD. Lo decía ya desde marzo de este año Luis Medina Peña: “si el PRI obtiene una mayoría relativa en la Cámara baja será gracias a la lealtad de su voto y al descontento en las filas del PAN y del PRD con el desempeño de sus partidos. La delantera del PRI se deberá, pues, más a deficiencias de la oposición que al mejoramiento de estrategias, tácticas u organización propias”.


El lema de ‘Reconstrucción XXI’ es el que ha funcionado como eje articulador para el reposicionamiento del PRI. Se trata, sobre todo, de un proceso interno más que de uno que se desarrolle de cara a la sociedad. Hasta antes de la elección del año 2000 el PRI tenía una estructura piramidal, con el presidente del país como máximo líder. Sin embargo, tras la derrota de ese año el PRI se transformó en un condominio horizontal en dónde ya no había un propietario único del inmueble sino propietarios de distinto peso. Los gobernadores, los líderes de los grupos parlamentarios del PRI en las Cámaras de Diputados y Senadores, así como el presidente del partido y la secretaria general, adquirieron un mayor peso específico en los procesos de dirección y toma de decisión que, sin embargo, no generaron los acuerdos y equilibrios necesarios para permitir el desarrollo óptimo de la vida interna del partido. La elección de 2006 en que el PRI obtuvo su más baja votación en la historia para una campaña presidencial (22%) demostró la inviabilidad de tal sistema. Desde 2007 el PRI se ha dado a la tarea de construir un nuevo andamiaje institucional que le permitiera recuperar los espacios perdidos. Es así como la ‘Reconstrucción XXI’ aparece como la operación que le ha permitido al PRI construir los nuevos equilibrios que le han significado una serie de triunfos electorales en todo el territorio nacional.


En los estados priístas hay una especie de presidente de los de antes en cada gobernador, quienes han formado una coalición encabezada por Enrique Peña Nieto (el Gober Preciosísimo). Es con él con quien hay que negociar dentro del PRI y es él quien habla a nombre de todos los gobernadores. Por otro lado, también se encuentra el Senador Manlio Fabio Beltrones, líder del grupo parlamentario del PRI en el Senado y nombrado en todos los círculos de la política como ‘vicepresidente’ es decir, el segundo hombre más influyente en el país, sólo detrás del presidente. Finalmente, en la estructura interna del PRI la presidenta del partido, Beatriz Paredes ha sido el tercer elemento en esta operación, actuando como una hábil negociadora que ha sido capaz de construir y conservar el acuerdo que representa la ‘Reconstrucción XXI’. En términos prácticos, esta operación coloca a Beltrones como el líder del PRI en el Congreso por lo que resta del sexenio, a Paredes le corresponden los diputados plurinominales priístas y a los gobernadores todos los diputados de mayoría relativa, por lo que en la nueva legislatura que se formará en la Cámara de Diputados habrá, más que una bancada nacional del PRI, diversas bancadas que responderán, sobre todo, a cada uno de sus gobernadores.


Queda claro que el regreso del PRI se debe, sobre todo, a la incapacidad demostrada por el PAN y por el PRD y a la operación ‘Reconstrucción XXI’ que representa un nuevo equilibrio entre las fuerzas internas del partido. Sin embargo, el PRI no ha planteado en ningún momento cuál sea el proyecto de país que ofrece ni tampoco cuál es su oferta electoral para los ciudadanos. Se trata sobre todo de un pragmatismo recalcitrante, así como de la oferta de su capacidad de ‘saber hacer’. ‘Lo que los electores ven es a un partido que sabe hacer las cosas, y se acabó’. A estas alturas de la corta experiencia democrática en México, sin embargo, resulta irónico que sea ese mismo partido que en la última década del siglo XX fuera tan duramente criticado por su manera de hacer las cosas el que aparezca, ante la consideración del electorado, como el actor apropiado para establecer el rumbo del país en pleno siglo XXI. Tal como lo afirma Héctor Aguilar Camín: “la pregunta que el PRI no ha respondido es para qué quiere la casa mayor del condominio (refiriéndose a la presidencia que al día de hoy parece ya ganada también por el PRI), qué piensa hacer con ella. Las fórmulas antiguas no servirán de mucho. Pero nadie ha formulado las nuevas. La respuesta clásica a éstas preguntas se antoja suficiente: el poder es algo que se quiere por sí mismo, no necesita proyecto, no lo recoge y lo inventa en el camino”.


Finalmente, no quisiera concluir este texto sin antes ofrecer una reflexión final sobre el electorado en México. Al ser entrevistados después de haber emitido su voto, diversos personajes de la política mexicana invitaban a la ciudadanía a acudir a las urnas para sufragar, para expresar su voluntad, hacer oír su voz y escoger a sus representantes. En particular, el dirigente nacional del PAN, Germán Martínez, concluía con la frase ‘los ciudadanos no se equivocan’. Frase que alude a un tema que no es menor. Como ya expliqué al inicio de este texto, los ciudadanos en México se encuentran en un nivel muy cercano al analfabetismo político. Toman su decisión no a partir del contacto con las plataformas políticas, ni con planteamientos concretos de los partidos o de los candidatos, sino más bien a partir de elementos subjetivos que no les permiten fundamentar sólidamente su decisión. Los partidos políticos, por su parte, no ayudan en nada al ciudadano, al hacer propuestas ambiguas y vagas que aparecen más bien como listas de buenos deseos, planteamientos políticamente correctos que, sin embargo, no se pueden materializar en la realidad. Al inicio de este texto hacía mención de ‘El Despreciable’ no para achacar toda la responsabilidad de la situación democrática en México a un electorado que no cuenta con los recursos mínimos para tomar una decisión medianamente fundamentada. Me refiero más bien a ‘El Despreciable’ como aquellos ciudadanos que consideran que su participación se cumple con el simple hecho de asistir a las urnas y votar, para aceitar periódicamente la maquinaria democrática y asegurar su buen funcionamiento. Por el contrario, la etapa actual de la democracia que hemos alcanzado en México obliga a una mayor participación por parte de los ciudadanos en la vida pública. El voto es una parte fundamental en toda democracia, pero la democracia no se agota en el voto, sino que va más allá. En México, aquellos cambios que se podían generar a partir del voto se han alcanzado ya, por lo que no podemos seguir esperando muchas cosas más del voto. Ahora todo cambio que se pretenda generar tendrá que pasar, necesariamente, por otras vías diferentes al voto. Nos corresponde como ciudadanía participar más activamente en la vida pública, por ejemplo, generando esquemas de mayor transparencia y de rendición de cuentas de los gobernantes y de todas las autoridades. El término de ‘El Despreciable’ no parte pues de una consideración cuantitativa, sino más bien cualitativa y que nos corresponde a todos y cada uno de nosotros asumir. No pasa tampoco por los partidos políticos sino que se trata fundamentalmente de un proceso que nos concierne principalmente a los ciudadanos.

1 comentario:

  1. Hey amigo, muchas gracias por la explicación, ahora si ya puedo seguir tus lineas, a propósito de esto, me topé con la siguiente frase: "La libertad política implica la libertad de expresar la opinión política que uno tenga, oralmente o por escrito, y un respeto tolerante hacia cualquier otra opinión individual." es de un señor llamado Albert Einstein, al leerla me siento realmente privilegiado de conocer a una persona que tiene como ideal un pensamiento similar.
    Davo

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