Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


08 julio 2009

La renuncia de Germán Martínez


En política imperan la inmoralidad y la falta de ética. Probablemente haya sido siempre así y probablemente no pueda ser de otra manera. Sin embargo, acontecimientos como la renuncia de Germán Martínez Cázares a la presidencia nacional del PAN, ocurrida hace un par de días, le devuelven, aunque sea sólo un poco, de decoro a esta actividad.

En un régimen democrático el periodo de las campañas electorales es el espacio preciso para que los contendientes se presenten tal como quieren aparecer en la escena pública. Plantean sus propuestas, presentan sus ideas, elaboran una oferta electoral y construyen su imagen, todo ello con el objetivo de obtener un mayor número de votos. Es la etapa idónea para que los ciudadanos puedan confrontar las diferentes alternativas políticas. Una vez que los ciudadanos han expresado su voluntad a través del voto, los procesos y las dinámicas normales de la democracia deben seguir los cauces naturales del debate y la discusión como los caminos para la toma de decisiones.

El único personaje que ha actuado conforme a lo anterior es precisamente Germán Martínez. Desde el inicio del proceso electoral, e incluso desde antes si se quiere, desarrolló una estrategia política que tenía como ejes fundamentales, por un lado, la imagen del presidente Calderón como su principal estandarte político, y por el otro, un enfrentamiento abierto y directo con el PRI. Durante todo el proceso electoral se apegó firmemente a esa estrategia con la convicción de que, cualquiera que fuese el resultado final, apostaría todo su capital político en esa jugada. Podemos estar o no de acuerdo con sus planteamientos o con la estrategia que decidió seguir, podemos estar de acuerdo o no con sus formas y con su estilo de hacer política, pero tal como han referido, entre otros, Ciro Gómez Leyva o Jorge G. Castañeda, es el único que verdaderamente ‘se la jugó’ mientras que el resto de los actores políticos que participaron en la contienda, conscientes de su capital político inicial, apostaron a no perder los espacios que consideraban tener ganados de antemano y evitaron en todo momento entrar al debate y a la discusión pública.

Las elecciones para el PAN, y para Germán Martínez, arrojaron un fracaso de proporciones históricas. Se me dirá que ante tal resultado no tenía otra salida más que presentar su renuncia. Esta conclusión parece lógica, de sentido común y que no requeriría de ningún tipo de análisis. Estaría de acuerdo, de no ser porque el tema del cual estamos hablando es precisamente de la política. Para Ortega y Gasset ‘el imperio de la política es el imperio de la mentira’. Basta con mirar hacia otros actores políticos para comprobar la certeza de esta afirmación. Por ejemplo, el PRD alcanzó únicamente cerca de 12% del total de la votación nacional, resultado que se explica, en buena medida, por el papel saboteador que ha desempeñado López Obrador desde 2006. A pesar de esto, el principal responsable de tan penoso resultado es ensalzado por muchos como un ‘gran líder’ (algo de cierto debe haber, cuando el responsable de esta derrota pasa a ser, a decir de sus prosélitos, el arquitecto de una ‘gran victoria’). En fin, ejemplos como éste en el imperio de la mentira, como lo denomina Ortega y Gasset, hay de sobra, y cada quien puede voltear al partido político que desee y hallará fácilmente alguno.

Es en este escenario en el que adquiere relevancia la renuncia de Germán Martínez a la presidencia del PAN. Sin duda, hubiera sido posible elaborar alguna justificación que lo sostuviera ocupando su cargo, tampoco hubiera sido complicado exponer los factores que explican el resultado obtenido por Acción Nacional en el proceso electoral que ya concluye para así presentar una estrategia de recuperación. Sin embargo, Germán Martínez optó por la salida propia de un hombre institucional, que reconoce que éstas, las instituciones, deben prevalecer sobre los hombres, sea quien sea.

No se trata, y con esto concluyo, de una apología del personaje. Como ya lo he mencionado podemos estar o no de acuerdo con sus planteamientos o con la estrategia que decidió seguir, podemos estar de acuerdo o no con sus formas y con su estilo de hacer política, en lo personal nunca lo he estado con ninguno de estos dos aspectos de Germán Martínez. Sin embargo, es necesario reconocer su proceder, sobre todo, en un medio en el que imperan la inmoralidad y la falta de ética. No se trata de la defensa de un personaje, sino del hecho de poder contemplar la caída de un personaje que, por la forma en que lo hace, devuelve un poco de decoro y dignidad a una esfera que se caracteriza por carecer de estos valores, la política.

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