Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


19 septiembre 2011

Conversaciones con Fadanelli: La risa y el olvido

¿A qué puede dedicarse un hombre que no quiera enloquecer? A olvidar. Esa es una de las acciones hoy en día más prudentes y medicinales que existen. Olvidar todas las atrocidades que han pasado ante nuestros ojos. ¿Cómo se podría vivir si se recordaran a un tiempo las tragedias sociales, las infamantes declaraciones de los políticos y la pobreza (en todos los sentidos) cada vez más acentuada de la gente? El infierno concentrado en nuestra memoria.

“En mí tiene usted a un hombre con quien no puede contar”, dijo Bertolt Brecht, seguramente cansado de su compromiso con la memoria, la justicia y el compromiso social. Los genios no son moralmente confiables porque no poseen un programa que cumplir ni un ideario que respetar. El genio sólo se respeta a sí mismo probablemente porque se odia. Pero aún en el desorden de su vida es probable que cuando muera, descanse en paz y no cargue en la espalda con la miseria y la moral disminuida de sus contemporáneos. Puede caminar en un campo de enfermos e indigentes sin que el paisaje fatídico le concierna. La única manera digna de vivir para un ser original es el olvido de los demás. Nada es más cierto que esto: las personas comunes tienden a la sana mediocridad mientras los genios caminan hacia el destierro de sí mismos.

Pero ¿qué sucede con las personas comunes? ¿Debemos tender a la mediocridad y contener al cínico que de vez en cuando se hace presente en nuestras vidas?

La heroicidad no es el fuerte de las personas responsables. El héroe, como el genio, tiende a olvidar porque su paso por la vida es fundador. El mediocre es el buen ciudadano, el que no olvida dónde ha puesto la azucarera y el que barre la acera todas las mañanas. ¿Han mirado barrer a un hombre la acera durante las mañanas? No hay cosa más triste en el mundo, excepto la imagen del trabajador que coloca su lonchera sobre el cofre de un auto ajeno para comer en sus horas libres.

Uno no puede salir a la calle sin que a cada paso se le presenten motivos para llorar. Allí tienes a todas esas personas cumpliendo su labor de hormigas como si no fueran conscientes de que pronto el manotazo de la desgracia se llevará al carajo todo su esfuerzo.

El día que yo barra la acera es que me habré convertido en un santo. ¡Barrer ese pedazo de tierra común en donde tanto extraño y malviviente ha puesto sus pisadas! El sólo pensarlo me aproxima a la orilla de la locura.

Qué decir sobre el hecho de que en nuestros días el olvido es la práctica más común entre las personas. Sin embargo, no olvidan por decisión propia, sino porque ya no pueden recordar. No se trata de una estrategia de supervivencia, sino de una imposición de nuestro tiempo.

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