Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


08 julio 2009

La renuncia de Germán Martínez


En política imperan la inmoralidad y la falta de ética. Probablemente haya sido siempre así y probablemente no pueda ser de otra manera. Sin embargo, acontecimientos como la renuncia de Germán Martínez Cázares a la presidencia nacional del PAN, ocurrida hace un par de días, le devuelven, aunque sea sólo un poco, de decoro a esta actividad.

En un régimen democrático el periodo de las campañas electorales es el espacio preciso para que los contendientes se presenten tal como quieren aparecer en la escena pública. Plantean sus propuestas, presentan sus ideas, elaboran una oferta electoral y construyen su imagen, todo ello con el objetivo de obtener un mayor número de votos. Es la etapa idónea para que los ciudadanos puedan confrontar las diferentes alternativas políticas. Una vez que los ciudadanos han expresado su voluntad a través del voto, los procesos y las dinámicas normales de la democracia deben seguir los cauces naturales del debate y la discusión como los caminos para la toma de decisiones.

El único personaje que ha actuado conforme a lo anterior es precisamente Germán Martínez. Desde el inicio del proceso electoral, e incluso desde antes si se quiere, desarrolló una estrategia política que tenía como ejes fundamentales, por un lado, la imagen del presidente Calderón como su principal estandarte político, y por el otro, un enfrentamiento abierto y directo con el PRI. Durante todo el proceso electoral se apegó firmemente a esa estrategia con la convicción de que, cualquiera que fuese el resultado final, apostaría todo su capital político en esa jugada. Podemos estar o no de acuerdo con sus planteamientos o con la estrategia que decidió seguir, podemos estar de acuerdo o no con sus formas y con su estilo de hacer política, pero tal como han referido, entre otros, Ciro Gómez Leyva o Jorge G. Castañeda, es el único que verdaderamente ‘se la jugó’ mientras que el resto de los actores políticos que participaron en la contienda, conscientes de su capital político inicial, apostaron a no perder los espacios que consideraban tener ganados de antemano y evitaron en todo momento entrar al debate y a la discusión pública.

Las elecciones para el PAN, y para Germán Martínez, arrojaron un fracaso de proporciones históricas. Se me dirá que ante tal resultado no tenía otra salida más que presentar su renuncia. Esta conclusión parece lógica, de sentido común y que no requeriría de ningún tipo de análisis. Estaría de acuerdo, de no ser porque el tema del cual estamos hablando es precisamente de la política. Para Ortega y Gasset ‘el imperio de la política es el imperio de la mentira’. Basta con mirar hacia otros actores políticos para comprobar la certeza de esta afirmación. Por ejemplo, el PRD alcanzó únicamente cerca de 12% del total de la votación nacional, resultado que se explica, en buena medida, por el papel saboteador que ha desempeñado López Obrador desde 2006. A pesar de esto, el principal responsable de tan penoso resultado es ensalzado por muchos como un ‘gran líder’ (algo de cierto debe haber, cuando el responsable de esta derrota pasa a ser, a decir de sus prosélitos, el arquitecto de una ‘gran victoria’). En fin, ejemplos como éste en el imperio de la mentira, como lo denomina Ortega y Gasset, hay de sobra, y cada quien puede voltear al partido político que desee y hallará fácilmente alguno.

Es en este escenario en el que adquiere relevancia la renuncia de Germán Martínez a la presidencia del PAN. Sin duda, hubiera sido posible elaborar alguna justificación que lo sostuviera ocupando su cargo, tampoco hubiera sido complicado exponer los factores que explican el resultado obtenido por Acción Nacional en el proceso electoral que ya concluye para así presentar una estrategia de recuperación. Sin embargo, Germán Martínez optó por la salida propia de un hombre institucional, que reconoce que éstas, las instituciones, deben prevalecer sobre los hombres, sea quien sea.

No se trata, y con esto concluyo, de una apología del personaje. Como ya lo he mencionado podemos estar o no de acuerdo con sus planteamientos o con la estrategia que decidió seguir, podemos estar de acuerdo o no con sus formas y con su estilo de hacer política, en lo personal nunca lo he estado con ninguno de estos dos aspectos de Germán Martínez. Sin embargo, es necesario reconocer su proceder, sobre todo, en un medio en el que imperan la inmoralidad y la falta de ética. No se trata de la defensa de un personaje, sino del hecho de poder contemplar la caída de un personaje que, por la forma en que lo hace, devuelve un poco de decoro y dignidad a una esfera que se caracteriza por carecer de estos valores, la política.

06 julio 2009

El despreciable

Todos ven la abyección de los oradores, pero nadie la del público, afirma Rafael Sánchez Ferlosio. Si éste en los toros es ‘El Respetable’ tan sólo porque puede aplaudir o pitar y abuchear, se vuelve, por regla general, 'El Despreciable' en los regímenes democráticos. El saldo de la jornada electoral del día 5 de julio arroja elementos más que suficientes para sostener tal afirmación.


Vamos por partes. En primer lugar, el consejero presidente del IFE afirmó en un mensaje el día de la jornada electoral que ‘hoy es el día para que las instituciones del Estado y los partidos políticos escuchen la voz de los ciudadanos’. No se trata de un dato menor que haya sido este personaje quien emitió tal sentencia, ya que nos habla del tipo de sistema democrático que tenemos en México. Hoy, y sólo hoy (el día de las elecciones), es el momento en que las instituciones y los partidos políticos se abren para escuchar a los ciudadanos. No se trata, ni siquiera, de un diálogo entre dos partes, de un debate de ideas; en este proceso el ciudadano no recibe retroalimentación alguna. Hacer escuchar su voz consistiría, entonces, en tachar una hoja de papel, proceso que no toma más que unos cuantos segundos en el mejor de los casos. Por su parte, el problema visto enfocándolo hacia los ciudadanos no es más halagüeño. Los optimistas suelen expresar que con el paso del tiempo los ciudadanos se vuelven más politizados, adquieren mayor experiencia y pueden tomar así mejores decisiones que coadyuven a consolidar la democracia en México. Nada más alejado de la realidad. En general, el electorado mexicano no decide el sentido de su voto en función de las plataformas electorales de los partidos políticos, de las propuestas electorales que se hacen en las campañas, de los proyectos de futuro presentados por los diferentes partidos, no toma en cuenta tampoco las trayectorias históricas de los partidos políticos ni de los candidatos que se presentan a competir en las elecciones. Se podría decir, sin demasiadas dificultades, que lo que determina el sentido del voto, en general, del electorado mexicano es más bien un sentido común mal fundamentado a partir de frases estridentes que hábilmente forjan los políticos.


Así las cosas, los resultados de la jornada electoral se prestan para el análisis. Por un lado, el gran perdedor es sin duda el PAN. Desde el inicio equivocó la dirección de la campaña electoral, convirtiéndola sin más en un referéndum de la gestión del presidente Calderón. El hoy presidente del desempleo y de la inseguridad ha fallado, esa es la percepción general, en los dos temas centrales de su propia agenda. La crisis económica mundial, si bien no fue tema de discusión de la campaña electoral, no por ello deja de estar presente en la vida cotidiana de los mexicanos influyendo, en mayor o menor medida, en el sentido de sus votos. La campaña de enfrentamiento con el PRI planteada desde la dirigencia nacional del PAN no fue efectiva y demostró, más bien, la incapacidad del gobierno en turno y de su partido para ofrecer respuestas acertadas ante los problemas que enfrenta el país. Su planteamiento de que los problemas del presente son, sobre todo, resultado de malas decisiones tomadas en el pasado se olvida de que el PAN forma parte de ese pasado al que aluden, dado que llevan ya nueve años ocupando la presidencia de la república. Finalmente quedó demostrada también la incapacidad de los integrantes del PAN de operar desde el poder los mecanismos electorales del sistema para lograr una campaña electoral eficaz, perdiendo incluso gubernaturas como las de Querétaro y San Luis Potosí que parecían ser en un principio bastiones panistas, por no mencionar también los municipios del cinturón azul en el Estado de México que perdieron también. El número de diputados federales obtenidos tampoco es suficiente para mantener el veto del presidente ante el Congreso, lo que supone una posición de vulnerabilidad para la figura presidencial y su subordinación ante las determinaciones legislativas, por ejemplo, en términos presupuestales. Si bien el gran perdedor es el PAN, su derrota pudo haber sido mucho más estrepitosa de no ser por la popularidad de que gozaba el presidente Calderón, que se encontraba alrededor de 70% de aprobación antes de la elección, y que detuvo en buena medida la caída del PAN.


El otro gran perdedor en esta elección fue sin duda alguna el PRD. Las guerras internas en el PRD han demostrado ser devastadoras para este partido colocándolo por debajo de su promedio histórico (17%) y probablemente muy cerca de su piso electoral mínimo (12%). Irónicamente, ni la ultraderecha, ni el ‘PRIAN’, ni la mafia, ni los lacayos de la mafia fueron los responsables de este fracaso sino que el autor intelectual de esta debacle fue el ‘innombrable’, y no me refiero a Salinas sino a López Obrador. Fue el propio López Obrador quien, desde el interior, operó para minar las fuerzas perredistas saboteando cualquier intento de la estrategia electoral del PRD. Inició haciendo un llamado a votar por candidatos del PT y de Convergencia, sobre todo, para asegurarles el registro y para asegurarse a sí mismo la propiedad de dos franquicias que estuvieran bajo sus órdenes para dejar de depender así del PRD. Finalmente, en una abierta transgresión, llamó a no votar por el PRD falso sino a hacerlo por el PRD verdadero, que no es el PRD sino más bien el PT y Convergencia. En una muestra de alquimia electoral, que es además una muestra muy sugerente del surrealismo de la política mexicana, López Obrador fue capaz de transformar a una señora de nombre Clara Brugada en un señor de nombre Rafael Acosta (alias Juanito); explicó que si en Iztapalapa querían que ganara Clara Brugada del PRD no tenían que votar por Clara Brugada del PRD en la boleta electoral, sino más bien por Rafael Acosta del PT quien era la verdadera Clara Brugada; una vez ganada la elección, giraría órdenes para que Juanito renunciara, la Asamblea Legislativa, que aún no había sido electa, aceptara la renuncia y postulara a Clara Brugada como jefa delegacional, nombramiento que aprobaría a su vez el jefe de gobierno Marcelo Ebrard quien, claro está, acataría la instrucción de López Obrador. Por increíble y surrealista que todo esto parezca, la primera parte del supuesto se ha cumplido y Rafael Acosta ganó la elección en Iztapalapa. Falta ver si acaso la Asamblea Legislativa recién electa, así como el jefe de gobierno del DF acatarán las órdenes del ‘innombrable’. Es de llamar la atención, sin embargo, que López Obrador, que hace tres años se encontraba disputando la presidencia de la república que a la postre perdería por tan sólo unos cuantos votos, se encuentre hoy defendiendo su proyecto en una elección a jefe delegacional.


Finalmente, el gran ganador de este proceso electoral ha sido sin duda alguna el PRI ganando cinco de las seis gubernaturas en disputa (Nuevo León, San Luis Potosí, Querétaro, Colima, y Campeche) y manteniéndose en la lucha por la de Sonora; obtuvo la mayoría relativa en la Cámara de Diputados al conseguir alrededor de 36.7% de los votos; recuperó territorios que se encontraban, sobre todo, en manos del PAN, como Guadalajara, Zapopan, Naucalpan, Toluca, Cuernavaca, Cuautitlán Izcalli, Atizapán, así como Nezahualcóyotl, entre otros. Se trata, pues, del ganador indiscutible que, a partir de ahora, se convierte nuevamente en la primera fuerza política en el país y que genera una gran expectativa con miras a lo que será el proceso electoral del año 2012 para elegir al nuevo presidente. Ante este escenario, conviene reflexionar un poco sobre lo que nos dice este reposicionamiento del PRI en la vida política nacional. En primer lugar, desde el año 2008, el PRI había sido el partido político con un mejor desempeño electoral, ganando prácticamente todas las elecciones a las que se presentó. Al inicio de este año, el PRI se perfilaba para alcanzar, por sí solo, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Su estrategia consistió, básicamente en no desgastarse y más bien continuar con esa inercia ganadora manteniendo un perfil bajo. Entonces, más que un triunfo orquestado por el propio PRI, la mayor parte de la explicación proviene de lo que hicieron sus rivales políticos, PAN y PRD que fueron incapaces de presentar alternativas convincentes para el electorado. El triunfo del PRI se explica en buena medida, por la incapacidad mostrada por el gobierno de Calderón y por el PAN, así como por los conflictos internos del PRD. Lo decía ya desde marzo de este año Luis Medina Peña: “si el PRI obtiene una mayoría relativa en la Cámara baja será gracias a la lealtad de su voto y al descontento en las filas del PAN y del PRD con el desempeño de sus partidos. La delantera del PRI se deberá, pues, más a deficiencias de la oposición que al mejoramiento de estrategias, tácticas u organización propias”.


El lema de ‘Reconstrucción XXI’ es el que ha funcionado como eje articulador para el reposicionamiento del PRI. Se trata, sobre todo, de un proceso interno más que de uno que se desarrolle de cara a la sociedad. Hasta antes de la elección del año 2000 el PRI tenía una estructura piramidal, con el presidente del país como máximo líder. Sin embargo, tras la derrota de ese año el PRI se transformó en un condominio horizontal en dónde ya no había un propietario único del inmueble sino propietarios de distinto peso. Los gobernadores, los líderes de los grupos parlamentarios del PRI en las Cámaras de Diputados y Senadores, así como el presidente del partido y la secretaria general, adquirieron un mayor peso específico en los procesos de dirección y toma de decisión que, sin embargo, no generaron los acuerdos y equilibrios necesarios para permitir el desarrollo óptimo de la vida interna del partido. La elección de 2006 en que el PRI obtuvo su más baja votación en la historia para una campaña presidencial (22%) demostró la inviabilidad de tal sistema. Desde 2007 el PRI se ha dado a la tarea de construir un nuevo andamiaje institucional que le permitiera recuperar los espacios perdidos. Es así como la ‘Reconstrucción XXI’ aparece como la operación que le ha permitido al PRI construir los nuevos equilibrios que le han significado una serie de triunfos electorales en todo el territorio nacional.


En los estados priístas hay una especie de presidente de los de antes en cada gobernador, quienes han formado una coalición encabezada por Enrique Peña Nieto (el Gober Preciosísimo). Es con él con quien hay que negociar dentro del PRI y es él quien habla a nombre de todos los gobernadores. Por otro lado, también se encuentra el Senador Manlio Fabio Beltrones, líder del grupo parlamentario del PRI en el Senado y nombrado en todos los círculos de la política como ‘vicepresidente’ es decir, el segundo hombre más influyente en el país, sólo detrás del presidente. Finalmente, en la estructura interna del PRI la presidenta del partido, Beatriz Paredes ha sido el tercer elemento en esta operación, actuando como una hábil negociadora que ha sido capaz de construir y conservar el acuerdo que representa la ‘Reconstrucción XXI’. En términos prácticos, esta operación coloca a Beltrones como el líder del PRI en el Congreso por lo que resta del sexenio, a Paredes le corresponden los diputados plurinominales priístas y a los gobernadores todos los diputados de mayoría relativa, por lo que en la nueva legislatura que se formará en la Cámara de Diputados habrá, más que una bancada nacional del PRI, diversas bancadas que responderán, sobre todo, a cada uno de sus gobernadores.


Queda claro que el regreso del PRI se debe, sobre todo, a la incapacidad demostrada por el PAN y por el PRD y a la operación ‘Reconstrucción XXI’ que representa un nuevo equilibrio entre las fuerzas internas del partido. Sin embargo, el PRI no ha planteado en ningún momento cuál sea el proyecto de país que ofrece ni tampoco cuál es su oferta electoral para los ciudadanos. Se trata sobre todo de un pragmatismo recalcitrante, así como de la oferta de su capacidad de ‘saber hacer’. ‘Lo que los electores ven es a un partido que sabe hacer las cosas, y se acabó’. A estas alturas de la corta experiencia democrática en México, sin embargo, resulta irónico que sea ese mismo partido que en la última década del siglo XX fuera tan duramente criticado por su manera de hacer las cosas el que aparezca, ante la consideración del electorado, como el actor apropiado para establecer el rumbo del país en pleno siglo XXI. Tal como lo afirma Héctor Aguilar Camín: “la pregunta que el PRI no ha respondido es para qué quiere la casa mayor del condominio (refiriéndose a la presidencia que al día de hoy parece ya ganada también por el PRI), qué piensa hacer con ella. Las fórmulas antiguas no servirán de mucho. Pero nadie ha formulado las nuevas. La respuesta clásica a éstas preguntas se antoja suficiente: el poder es algo que se quiere por sí mismo, no necesita proyecto, no lo recoge y lo inventa en el camino”.


Finalmente, no quisiera concluir este texto sin antes ofrecer una reflexión final sobre el electorado en México. Al ser entrevistados después de haber emitido su voto, diversos personajes de la política mexicana invitaban a la ciudadanía a acudir a las urnas para sufragar, para expresar su voluntad, hacer oír su voz y escoger a sus representantes. En particular, el dirigente nacional del PAN, Germán Martínez, concluía con la frase ‘los ciudadanos no se equivocan’. Frase que alude a un tema que no es menor. Como ya expliqué al inicio de este texto, los ciudadanos en México se encuentran en un nivel muy cercano al analfabetismo político. Toman su decisión no a partir del contacto con las plataformas políticas, ni con planteamientos concretos de los partidos o de los candidatos, sino más bien a partir de elementos subjetivos que no les permiten fundamentar sólidamente su decisión. Los partidos políticos, por su parte, no ayudan en nada al ciudadano, al hacer propuestas ambiguas y vagas que aparecen más bien como listas de buenos deseos, planteamientos políticamente correctos que, sin embargo, no se pueden materializar en la realidad. Al inicio de este texto hacía mención de ‘El Despreciable’ no para achacar toda la responsabilidad de la situación democrática en México a un electorado que no cuenta con los recursos mínimos para tomar una decisión medianamente fundamentada. Me refiero más bien a ‘El Despreciable’ como aquellos ciudadanos que consideran que su participación se cumple con el simple hecho de asistir a las urnas y votar, para aceitar periódicamente la maquinaria democrática y asegurar su buen funcionamiento. Por el contrario, la etapa actual de la democracia que hemos alcanzado en México obliga a una mayor participación por parte de los ciudadanos en la vida pública. El voto es una parte fundamental en toda democracia, pero la democracia no se agota en el voto, sino que va más allá. En México, aquellos cambios que se podían generar a partir del voto se han alcanzado ya, por lo que no podemos seguir esperando muchas cosas más del voto. Ahora todo cambio que se pretenda generar tendrá que pasar, necesariamente, por otras vías diferentes al voto. Nos corresponde como ciudadanía participar más activamente en la vida pública, por ejemplo, generando esquemas de mayor transparencia y de rendición de cuentas de los gobernantes y de todas las autoridades. El término de ‘El Despreciable’ no parte pues de una consideración cuantitativa, sino más bien cualitativa y que nos corresponde a todos y cada uno de nosotros asumir. No pasa tampoco por los partidos políticos sino que se trata fundamentalmente de un proceso que nos concierne principalmente a los ciudadanos.

02 julio 2009

Tiempos de reflexión

En unos cuantos días, los mexicanos tendremos la oportunidad de participar en una práctica democrática para elegir, entre otras cosas, la conformación de una nueva legislatura en la Cámara de Diputados, así como a un nuevo gobernador en seis estados del país (Campeche, Colima, Nuevo León, Querétaro, San Luis Potosí y Sonora), además de diputados locales e integrantes para los distintos cargos en ayuntamientos y jefaturas delegacionales en diez entidades de la República (D.F., Guanajuato, Jalisco y Morelos, así como a los ya antes mencionados). Tal como lo establece la normatividad electoral que regula este proceso, tres días antes de la jornada electoral no se permite la celebración ni la difusión de reuniones o de actos públicos de campaña, de propaganda o de proselitismo electorales. La racionalidad de esto es permitir que el proceso de decisión de los ciudadanos se desarrolle nítida y pacíficamente, sin interferencias externas que lo perturbe. Esto sucedería en un plano ideal del cual, sin embargo, dista mucho la realidad. A estas alturas se supondría que los ciudadanos poseen ya la información suficiente para valorar las propuestas y las ofertas electorales de los partidos políticos presentadas a lo largo de las campañas. Así, este periodo de veda electoral supondría un alto a los procesos de difusión y comunicación política que permitiría a los ciudadanos discernir entre las distintas alternativas para decidir el sentido de su voto. En realidad este proceso electoral, regulado por la más reciente reforma a la ley electoral de la cual ya he hablado en un texto anterior, se ha caracterizado por un bombardeo constante de spots en los distintos medios de comunicación, por campañas electorales carentes de contenidos y de propuestas concretas (no sólo del ‘qué’ sino sobre todo del ‘cómo’), situaciones ambas que han conducido a una situación en que la ciudadanía no tiene los elementos mínimos para tomar una decisión sólidamente fundamentada. Así las cosas, los ciudadanos, en general, no ven en esta veda electoral una oportunidad para la reflexión, sino más bien, la conclusión de un periodo de bombardeo sin sentido que más que motivarlos a participar en esta práctica democrática que se avecina ha conseguido justamente lo contrario.

A pesar de esto, no quiero dejar pasar la oportunidad para ofrecer una reflexión de lo que rodea a la democracia en México, que se centra sobre todo en elementos de largo aliento que afectan las prácticas y la calidad de la democracia en su totalidad. La reflexión que propongo, entonces, poco tiene que ver con la inmensa mayoría de artículos de opinión que se publican en estas fechas en los diarios que se enfocan principalmente al proceso electoral en curso, sus características, sus posibles escenarios así como los posibles saldos del mismo. Tal parece que hoy todos los diarios son el mismo diario. Sin embargo, y como consecuencia de mi planteamiento, tampoco pretendo que esta reflexión ofrezca respuestas concretas para el presente proceso electoral, aunque sí, tal vez, elementos que sean útiles para la elaboración de una interpretación diferente de sus resultados. Propongo, entonces, que la reflexión se desarrolle a partir de la noción de ‘construcción de identidades’ en la sociedad, y del impacto que esta noción tiene en el funcionamiento de la democracia en México.


Las identidades son “mapas mentales” que usan los individuos para clasificar y ordenar la realidad social. Por definición, no se trata de cosas que estén dadas de una vez y para siempre sino que se trata de elementos dinámicos que se encuentran en constante cambio. La forma en que se construye una identidad es tan simple como el trazo de una línea, que separa a un conjunto de individuos que se encontraban unidos con anterioridad, y que a partir de esa división comparten ciertas características que permiten, desde ese momento, la aparición de un ‘nosotros’ y de un ‘ellos’. Lo importante en el proceso de construcción de identidades es la manera de trazar las líneas de inclusión y de exclusión que configuran los límites de un orden social. A partir de un enfoque como éste es claro que ‘la sociedad’, como tal, ha dejado de ser un hecho evidente.


La historia de México, concentrémonos en este momento en el siglo XX, nos habla de la construcción y consolidación de un proyecto nacional cuyo eje articulador fue el Estado. Tras la lucha revolucionaria, y después de la muerte del general Álvaro Obregón, último caudillo y líder militar sobreviviente de la gesta revolucionaria, se dio inició a la construcción de un país de instituciones. Así, poco a poco el Estado fue creciendo y apoderándose de la escena política y, en mayor o menor medida, de todas las esferas públicas, de tal forma que procesos como la modernización del país, su industrialización, educación, urbanización y crecimiento económico fueron actividades que se desarrollaron al amparo del Estado. No se trata, sin embargo, de un proceso que sólo se desarrolló en México sino también en los distintos países de Hispanoamérica: “los estados impulsaron la construcción política de la identidad nacional mediante un trabajo cultural: la sacralización de una historia nacional y la transmisión de una ‘cultura nacional’. Modelaron así las tradiciones y memorias colectivas que contribuyeron no sólo a unificar al pueblo (como principio de legitimidad política), sino a incorporarlo al sistema de dominación”. En México, el Estado funcionaba como referente simbólico que ayudaba a ordenar y dotar de sentido las experiencias sociales de los individuos, en tanto elemento central para la construcción de identidades. No se trata que durante ese periodo la sociedad fuera una unidad homogénea, sino que la diversidad de identidades que pudiesen haber existido encontraba su cauce de salida, tenía que hacerlo necesariamente, con referencia al Estado. La certidumbre que generaba el imaginario estatista durante buena parte del siglo XX en México se consiguió bajo el control político de un solo partido político en el poder, que filtraba las demandas ciudadanas y que a su vez generaba las respuestas de políticas públicas. Por tanto, el mapa de referencia que se desprendía de esta estructura era bastante simple y claro para los individuos.


El proceso de transición democrática en México puede tener diversos puntos de partida, según el autor y la bibliografía que se consulte, sin embargo, como punto de quiebre definitivo el año de 1988 marcó el final del mapa mental de referencia estatista. A partir de la elección de 1988 se trastocaron los lineamientos fundamentales de ese marco de referencia, lo cual dio origen a que la diversidad de identidades que existían en el subsuelo social se pudiera expresar en diferentes propuestas políticas con posibilidades reales de alcanzar lo más alto del Estado mexicano: la presidencia del país, que contenía en sí misma las figuras de jefe de Estado y de jefe de gobierno. No se trata de que la llegada de la democracia, como idea presente en la experiencia social y en la discusión pública, haya dado origen a nuevas identidades que no existían antes, sino que más bien les abrió una ventana de oportunidad para expresarse. 


La nueva configuración mental que ha llegado con la democracia en México ha generado, sin embargo, una especia de caos en los mapas de referencia mentales de los individuos. Si bien, antes la identidad de un ‘nosotros’ existía con referencia al Estado, la democracia ha sido incapaz de generar una nueva identidad de un ‘nosotros’ que dé sentido a la realidad social. “La democracia no ha sabido dar nombre ni claves interpretativas que hayan aportado inteligibilidad a los cambios emprendidos. Ha faltado narrar un ‘cuento de México’; un relato que ayude a la gente a visualizar su biografía personal como parte de una trayectoria histórica, lo que genera, en última instancia, la sospecha de haber quedado al margen”. Al analizarlo más detenidamente nos podemos dar cuenta de la gravedad del asunto. Al cambiar las representaciones que la gente suele tener de la sociedad parece más difícil hacerse una idea de la totalidad de la vida social. Sin ese marco de referencia es más difícil sentirse parte de un sujeto colectivo. Lo social dejaría de ser vivido como una interacción moldeada por nosotros mismos para aparecer ante nosotros como una imposición.


Se podría replicar que mi argumento es débil en el sentido que hoy como nunca antes en la historia del país las identidades presentes en la escena pública hacen más sólida a la democracia mexicana, permiten la expresión de distintas percepciones, necesidades y demandas, todo lo cual hace más completa y rica la vida pública. En parte esto es cierto, pero sólo en parte. La democracia ha establecido cierto consenso básico, pero no un imaginario de ‘nosotros los mexicanos’ a tal grado que se podría decir, sin demasiadas dificultades, que es más lo que nos separa que lo que nos une. “La diversidad social puede representar una de las grandes riquezas del país, siempre que sea contenida por un orden. Sin dicho ‘cierre’, la diversidad tiende a desembocar en una fragmentación: un imaginario deslavado del ‘nosotros’ inhibe la construcción de los lazos de confianza y cooperación en el quehacer diario”. Si bien este fenómeno ha estado presente, al menos, desde 1988, como saldo de la elección del año 2006 se ha hecho más evidente. En realidad no existe una identidad de ‘nosotros los mexicanos’ sino diversas identidades que generan un ‘nosotros’ a partir de los diferentes partidos políticos (y más recientemente incluso fuera de los mismos pero manteniéndolos aún como referente central) con consecuencias que ponen en peligro, o al menos a prueba, a la democracia mexicana. Lo anterior podría iluminar la tendencia actual de la democracia en México: las críticas de las cuales es objeto podrían expresar no sólo un mal funcionamiento institucional, sino, sobre todo, su inoperancia como imaginario colectivo en el cual puedan reconocerse los individuos.


“La lucha política es (no sólo) una lucha entre concepciones diferentes de cómo vivir juntos. ¿Cómo nos organizamos para convivir? Y ello depende de la respuesta que demos al otro interrogante: ¿qué idea nos hacemos de la convivencia deseada? Son esas preguntas las que guían a los diferentes ‘proyectos país’ que se enfrentan en la arena política”. Sin embargo, si se carece de una identidad de ‘nosotros’ que trascienda aquellas que se desprenden de los partidos políticos, ambas preguntas carecen completamente de sentido. A partir del proceso electoral de 2006, pareciera que todo intento de convivencia social ha desaparecido y ahora se ha establecido como objetivo el sometimiento del otro. Cada partido se ha erigido como infalible, el único propietario de la verdad y el único capaz de llevar a buen puerto el destino del país, lo grave es que los individuos de la sociedad se lo han creído. La tarea es, pues, no la construcción de una identidad de un ‘nosotros’ que sea capaz de dar cabida al grueso de la sociedad, sino más bien la imposición de cada identidad parcial que se desprende de los distintos partidos políticos, eliminando la posibilidad de convivencia con las restantes.


Este es pues el entramado que se ha construido a lo largo de la experiencia democrática en México, y que no sólo hemos sido incapaces de modificar, sino que con el tiempo se ha vuelto cada vez más polarizante. Será el trasfondo en el cual tengan lugar las tan aludidas elecciones del día 5 de julio y que sin embargo no sufrirá ningún cambio en lo absoluto. En estos días, los analistas políticos laboran arduamente explicando quién será el ganador y quienes los perdedores, dando rangos y demás estimaciones, sin considerar que, dadas todas las conclusiones aquí presentadas, el mayor perdedor es México. Por si esto no fuera suficiente, en la actualidad se tiende a reforzar el presente como dimensión exclusiva. Como consecuencia de esto, la premisa de que en una democracia no hay triunfos ni derrotas para siempre deja de ser cierta, ya que en cada elección se apuesta a todo o nada. “Al debilitarse pasado y futuro, memoria e imaginación, no habría manera de construir un ‘nosotros’. Quiero decir, no habría historia que pueda narrar quiénes somos ‘nosotros’ como una trayectoria desde donde venimos y hacia donde queremos caminar”.

30 junio 2009

La muerte de los ideales

Este espacio ha sido pensado como uno destinado principalmente para el análisis y la discusión de temas que gravitan en la órbita de la vida pública. Sin embargo, en esta ocasión, debido a su gravedad, me ha parecido imposible dejar pasar la oportunidad de abordar este tema que tiene su origen en buena medida en aspectos de mi vida privada.


I

Mi primer contacto con Los Fabulosos Cadillacs se remonta al ya lejano año del 2000. Se trataba de tiempos aciagos para todos aquellos que nos preparábamos para hacer nuestra entrada oficial a la UNAM. Una huelga que había durado cerca de diez meses dejaba tras de sí desgaste y desprestigio para la institución. Así mismo, la convivencia entre la comunidad universitaria había cambiado, se encontraba apenas en proceso de ser restituida y los resultados eran una incógnita para todos. La polarización entre los miembros de la comunidad universitaria era evidente y la convivencia aparecía más bien como algo forzado, que no fluía de manera natural. Se sabía de antemano que tomaría tiempo regresar a la normalidad, a la dinámica normal de la vida universitaria. Ignoro, por ejemplo, cómo fue que se desarrolló este proceso en Ciudad Universitaria, lugar que había sido el bunker de los dirigentes del movimiento. Sin embargo, en las preparatorias el proceso fue claramente violento. La existencia de identidades bien definidas era algo palpable: estaban las autoridades, autores o cómplices de la represión (en cualquier caso se trataba de los malos); estaban también los grupos de choque, conocidos por todos como ‘porros’, y autodenominados grupos de animación (un instrumento de represión y de control a disposición de las autoridades); finalmente, nos encontrábamos los alumnos, unos cuantos realmente comprometidos con el movimiento y preocupados por que los logros de la lucha no fueran relegados (éstos éramos los buenos, faltaba más) y la inmensa mayoría, apática frente al movimiento e interesados únicamente en el reinicio de las actividades.


Esta descripción, tal como lo he dicho de otras en su momento, es, sin embargo, simplificadora, reduccionista y maniquea. Es inexacta y sería tramposo afirmar que es verdadera o que a partir de ella se puede desarrollar un argumento que pretenda ser medianamente serio. Sin embargo, en su momento era el instrumento disponible que nos permitía comprender la realidad, es decir, aquello que vivíamos en ese periodo de turbulencia. Tal como afirma José Ortega y Gasset, la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo.


Fue precisamente en este escenario en el que se dio mi primer contacto con los Cadillacs. Su música funcionaba como un elemento de cohesión para los integrantes de aquel grupo, que si bien minoritario, no por ello cejábamos en nuestros esfuerzos. Hallábamos en su voz, en sus letras, palabras de aliento, alimento para el espíritu, consuelo cuando era necesario.
 
Por más que quieran sacarnos de nuestro lugar
y pienses que solo somos un puñado de idiotas
no no podrás quitarnos lo que hicimos ya
ahora somos más hermanos que antes
ya no podrás mirarnos a los ojos mas
nosotros somos amigos, vos que solo estas
por más que quieras tapar toda nuestra voz
nunca podrás callar esta canción

En ocasiones recuerdo con melancolía aquellos años. Todo era tan fácil y lo que se tenía que hacer era tan claro. Nos explicábamos la apatía no como falta de interés por parte del resto de los compañeros, sino más bien como su incapacidad de comprender verdaderamente el fondo del asunto. Por tanto, era nuestra misión transmitir el mensaje, hacerlo llegar a los compañeros quienes, una vez entendido, tendrían que, necesariamente, integrarse al movimiento. Hoy, sin embargo, todos estos razonamientos se presentan con su verdadero rostro de ingenuidad. Es fácilmente detectable el diagnóstico burdo, el planteamiento simplificador y el discurso reduccionista de toda esta argumentación. Fueron suficientes para superar esta etapa un poco de experiencia, muchas lecturas y el razonamiento y la discusión sin compromisos, sin ataduras. Es necesario aclarar, sin embargo que yo hago referencia de la ingenuidad y no de dolo debido a que, al menos en mi caso, se trato siempre, en todo momento, de decisiones y de acciones que partieron de la buena fe y nunca existió la búsqueda de un beneficio personal. Sin embargo, también existían integrantes del movimiento, dirigentes principalmente, que no estaban ahí por verdadero convencimiento, por amor a la causa sino más bien con el afán de obtener beneficios personales, como el inicio de una carrera política, sin importar los costos, sin importar los medios, haciendo lo que fuera necesario, engañando, mintiendo y evidentemente también engañándose a sí mismos: sabiendo que en realidad se trata de una argumentación tramposamente construida, prefieren ocultar los engaños en dogmas antes que permitir la libre discusión, prefieren seguir manejando una visión del mundo simplificada y reducida tan provechosa para sus objetivos personales antes que aceptar lo problemático que efectivamente es la realidad; esto fue lo que en última instancia provocó mi separación.

A pesar de todo, conservé y siguió creciendo en mí el sentimiento que había surgido a partir de la música de los Cadillacs. Aceptaba lo problemático que resultaba la realidad pero no por ello estaba dispuesto a aceptar fatalismos, el mundo podía ser demasiado necio o demasiado abyecto, podía presentar todas las adversidades posibles pero a partir de la voz de los Cadillacs siempre era posible oponer un “sin embargo”. Los Cadillacs aparecían pues como el guardián perfecto de los ideales.

II
Tras toda una vida de tocar juntos los Cadillacs anunciaron una especie de pausa que permitiría a cada uno desarrollar sus proyectos e inquietudes personales. La pausa, sin embargo, no se aclaró si tenía carácter de temporal o definitiva, lo cual nos hizo suponer que se trataba del final de una época. Ya su último disco en estudio de canciones inéditas reflejaba una esencia alterada, distinta a todo lo que habían sido los Cadillacs hasta entonces: ahí estaba la voz, el bajo, los coros y demás instrumentos, pero el alma ya no se conmovía al escucharlos. Por esta razón, me parece, el anuncio de la separación no fue visto como una tragedia sino más bien como la aceptación del final de una época, una época con mucho significado, y con lo que se quería respetar el legado de la banda antes de echarlo todo por la borda. Los diferentes Cadillacs emprendieron caminos propios que los llevaron a distintos géneros con éxito diferenciados. A esas alturas cualquiera creería que el éxito se mediría únicamente en términos artísticos, ya que con lo que había dejado el proyecto de Los Fabulosos Cadillacs bastaría para llevar una vida holgada. 

El primer síntoma de un posible reencuentro apareció en el trabajo de Vicentico, quien solía invitar a sus excompañeros a colaboraciones en sus diferentes producciones, e incluso a sus presentaciones en vivo. Había ocasiones en que la formación entera de los Cadillacs se presentaba a tocadas de Vicentico y tocaban la mitad del set list del proyecto del vocalista y la otra mitad con temas de los Cadillacs. Era ya un hecho que sólo faltaba por oficializar. Muchos seguidores estábamos emocionados y temerosos a la vez: la banda se reuniría, la magia había regresado, sin embargo, existía la duda del resultado de ese experimento. Cuando una banda de esta magnitud decide reunirse, el respaldo de los seguidores es automático. Se trata, uno supondría, de un proceso dialéctico e incluso simbiótico en que el reencuentro entre banda y seguidores parece impostergable. Como seguidor uno también entiende que el tema del dinero se encuentra presente, es decir, ya sea mediante un nuevo material o a partir de una gira el dinero fluirá, como elemento necesario, para hacer posible el reencuentro entre la banda y los fanseseses. Sin embargo, uno esperaría, que lo verdaderamente importante, lo que provoca que se reúna la banda es la necesidad de ese contacto con los seguidores, más aún de una banda como los Cadillacs.

La verdad fue develada en una entrevista en vivo para MTV con Vicentico, Flavio y Rotman. El entrevistador, como una pregunta necesaria, planteó la pregunta de una forma sarcástica y con desdén, para facilitar aún más la respuesta de los integrantes de la banda: ‘en la calle hay quienes dicen, algunos medios critican, que Los Fabulosos Cadillacs se reúnen por el dinero, qué responden ustedes ante esto?’ La respuesta que todos esperábamos era la única que cabría esperar de los Cadillacs, de esa banda que había nutrido y crecido con la juventud hispanoamericana de las dos últimas décadas del siglo XX, que había alimentado nuestras esperanzas, que nos había fortalecido en momentos de debilidad y que había sido la fuente y el guardián de nuestros ideales. Más aún, el tono del entrevistador había marcado el camino y había acomodado la pregunta para que los Cadillacs salieran airosos y fortalecidos tras la respuesta. La respuesta cimbró los cimientos mismos de mi alma, y quiero imaginar que la de muchos más. Fue un golpe de consecuencias devastadoras cuyos daños aún no se pueden cuantificar completamente al día de hoy. La muerte de los ideales se hizo realidad con un monosílabo. La respuesta de los Cadillacs fue rápida, automática, incluso me atrevería a decir que fue mecánica. La respuesta fue un ‘SI’ a secas, no elaboró su respuesta, pero tampoco se vio un intento por corregir de ninguno de los tres. ‘Claro, regresamos por el dinero’. El exceso de la transparencia es el cinismo y esa respuesta fue evidencia más que suficiente de ello. Continué viendo la entrevista hasta su conclusión con la esperanza de que todo se tratara de una broma, o de que se hiciera una rectificación, algo, lo que fuera que me rescatara a mí de esa situación y que hiciera a la banda salir del embrollo en el que se habían metido. La entrevista terminó sin que nada de esto sucediera, sólo el anuncio de un nuevo material que de nuevo no tenía más que una canción y la reedición, echando a perder varios clásicos de los Cadillacs. 

Desde ese momento mi relación con los Cadillacs ha muerto. Es increíble que algo que en un momento dado llegó a significar tanto para mi haya desaparecido con dos letras, con una palabra. Fue su actitud sin duda, el desdén con que trataron a los seguidores. No se trató nunca, en ningún momento de la necesidad de reencontrarse con los seguidores, de sentir la calidez y el cariño, de seguir creando y de compartir esas creaciones; se trató siempre de unas cuantas monedas, de unas miserables monedas a cambio de nada, monedas que, hay que decirlo, muchos se las han dado sin siquiera detenerse a pensar un poco en lo sucedido, en el efecto de esa respuesta. Por mi parte, quiero imaginar que aquellos que les siguen dando sus monedas son personas para quienes los Cadillacs nunca tuvieron el significado que llegaron a tener para mí, de ahí la ligereza con que se toman esa respuesta y su actitud.

Digo que el daño que han ocasionado en mi aún no es cuantificable dado que no sólo se trata del final de una relación a partir de ahora, sino que las consecuencias también se han hecho presentes en la reconstrucción de mi pasado. ¿Mi apego a ideales del pasado, así como su solidez, se nutrió de una banda que vivió en todo momento en función de unas miserables monedas? ¿Eso me resta validez a mí también? Ortega y Gasset afirma que un amor pleno, que haya nacido en la raíz de la persona, no puede verosímilmente morir. Va inserto por siempre en el alma sensible. Las circunstancias –por ejemplo, la lejanía– podrán impedir su necesaria nutrición y entonces ese amor perderá volumen, se convertirá en un hilillo sentimental, breve vena de emoción que seguirá manando en el subsuelo de la conciencia. Pero no morirá; su calidad sentimental perdura intacta. En ese fondo radical, la persona que amó se sigue sintiendo absolutamente adscrita a la amada. El azar podrá llevarla de aquí para allá en el espacio físico y en el social. No importa: ella seguirá estando junto a quien ama. Éste es el síntoma supremo del verdadero amor: estar al lado de lo amado, en un contacto y proximidad más profundo que los espaciales. Sin duda alguna aquello que en algún momento me unió a los Cadillacs es tan fuerte que me obliga a considerar esta afirmación de Ortega y Gasset. No lo hago, sin embargo, sin un sentimiento de culpa y sin pensar que se trató simplemente de una equivocación de mi parte al ligar mis ideales a quien sólo persigue el dinero. Finalmente, es imposible, después de saber todo esto, y peor aún, de sentirlo en carne propia, escuchar canciones como ‘V Centenario’ o ‘Gallo Rojo’ que tienen un mensaje evidentemente político, o aún canciones como ‘Yo no me sentaría en tu mesa’ sin una sonrisa burlona en la cara y pensando que los Cadillacs de hoy no tienen ninguna autoridad moral y carecen de cualquier dejo de dignidad, sin hablar de todos aquellos que siguen haciendo funcionar la máquina de monedas de Los Fabulosos Cadillacs.

27 junio 2009

A propósito del debate


Esta semana se llevó a cabo el debate entre los dirigentes de los tres partidos políticos más importantes en México. Tras un proceso electoral que se ha caracterizado por la ausencia de propuestas y por un constante bombardeo de spots en los medios de comunicación, el debate no generó interés entre la ciudadanía. Si acaso, sólo unos cuantos teníamos presente la fecha, y no precisamente por la esperanza de hallar en él algo novedoso o refrescante en la discusión, sino más bien para confirmar, de nueva cuenta, nuestras ideas sobre la profesión de los políticos: un cinismo desbordante y una falta de vergüenza total; en esto, al menos, no nos decepcionaron.

Fue interesante, por un lado, descubrir la manera en que paso a paso, cada uno de los participantes del debate presentaba distintas versiones de México. Hablaban de diferentes pasados: uno en el que, poco a poco, con el correr de los años se desarrolló el proceso de construcción y consolidación del país para llegar hasta el lugar en el que nos encontramos en el presente; otro, en el que con el transcurso de los años se fueron acumulando los problemas, y éstos no fueron resueltos, o peor aún, fueron provocados y agravados por aquellos que ocupaban en ese entonces cargos públicos, hasta llegar al estado de cosas en que nos encontramos hoy; finalmente, una tercera versión en que se relataba una dinámica de saqueos y privaciones que había sufrido constantemente el pueblo mexicano a manos de un proyecto neoliberal que es, precisamente, el culpable de todos los males que aquejan al país en la actualidad. Es evidente que cada una de estas versiones, a su vez, proporciona los instrumentos suficientes para construir una interpretación del presente, así como un camino hacia el futuro que cada una de ellas propone. Ante una situación como esta, el ciudadano común queda en vilo, incapaz de discernir cuál de estas tres versiones es la verdadera, o peor aún, si acaso alguna de ellas lo es.

– ¿Tendría sentido que disputásemos sobre cuál de estas tres versiones es la verdadera?– se preguntó alguna ocasión don José Ortega y Gasset en una situación similar. –Las tres lo son, ciertamente, y ciertamente por ser distintas. Sería un despropósito pretender encontrar en alguna de estas versiones, por sí misma, la verdad. Como si la verdad fuera algo unívoco, transparente y homogéneo, algo que se encuentra a la expectativa únicamente de ser revelado. La ‘verdad’ así entendida no existe, consiste más bien en una construcción, o mejor dicho, en una reconstrucción de diversos hechos y situaciones que han ocurrido a lo largo del tiempo. Por tanto, algo que se aproxime a la mejor versión, la más completa, de la historia de México, del México al que hacían referencia los participantes del debate, debe abarcar las tres versiones ahí presentadas, si no en su totalidad, sí al menos los elementos centrales de cada una de ellas.

Entonces, ¿cuál es el interés de estos personajes al tratar de convencernos de que su versión es la verdadera, que no sólo es capaz de explicar el pasado, sino también de interpretar el presente y guiarnos hacia el futuro? Si se tratase de un interés netamente instrumental, de una estrategia política cuyo objetivo es obtener el mayor número de votos, insisto, si éste fuera el caso no habría ningún problema ya que a partir de la discusión y el debate sería relativamente sencillo demostrar la imposibilidad de cada versión por separado de soportar ser confrontada con la realidad. Sin embargo, cada vez resulta más complicado suponer que ese sea el caso. Por el contrario, la construcción de un edificio argumentativo como el que representan cada una de las versiones de los presidentes de los partidos políticos ha significado una visión maximalista, que no admite críticas ni medias tintas, que exige una adhesión total, que no necesita la comprensión pero si el acato total. Si este fenómeno se limitara a los miembros oficiales de los partidos políticos, no habría mayor problema. Sin embargo, se puede detectar, sin demasiadas dificultades que se extiende ya no sólo a militantes y simpatizantes, sino al grueso de la sociedad, la cual ha demostrado ser un caldo de cultivo bastante receptivo para estas versiones polarizantes.

Ante esta realidad, y contrario al planteamiento de la más reciente reforma electoral, me parece que es posible estimular y desarrollar la capacidad de descernimiento de la ciudadanía. La reforma electoral parte del supuesto de la incapacidad de la ciudadanía de diferenciar planteamientos y críticas fundamentados de aquellos que no lo son (estupidez ciudadana, en otras palabras). Como respuesta, se decidió limitar la órbita del debate público, cerrando espacios y restringiendo la comunicación política entre los participantes. Así, protegiendo al ciudadano de ciertos mensajes se esperaba conservar la mayor limpieza posible en el proceso electoral y en el proceso de toma de decisión de cada ciudadano. Los efectos de este despropósito se encuentran a la vista de todos. El acontecimiento más reciente, el debate, nos muestra, probablemente, el punto culminante de la democracia mexicana, que ha llegado hasta el extremo de que todas las posibilidades de contienda se reducen a un espectáculo de gesticulación, sin ningún contenido verdaderamente relevante. El cierre de las posibilidades de la discusión pública que ha representado la reforma electoral más reciente puede ofrecer un campo favorable para que las versiones expuestas en el debate, incompletas, burdas y tramposas como lo son, se arraiguen y desarrollen en la ciudadanía, con peligrosas consecuencias para la democracia mexicana. Tras la enseñanza de estas “historias nacionales”, afirma Rafael Sánchez Ferlosio, no está el deseo de conocer y dar a conocer la historia, sino todo lo contrario: está el afán de defenderse de ella.

23 junio 2009

La anulación del voto

Estamos a unas cuantas semanas de distancia de que se desarrolle la jornada electoral en que elegiremos a los integrantes de una nueva legislatura en la Cámara de Diputados, así como las gubernaturas en cinco estados de la república, la composición de estos congresos locales y diversos cargos de representación en gobiernos municipales. Si revisamos un poco las estadísticas de los procesos electorales anteriores nos daremos cuenta que, históricamente, las elecciones intermedias se caracterizan por no despertar el mismo interés en la ciudadanía que una elección presidencial, lo que se refleja en última instancia en una participación menor. Otro dato que no es menor es el hecho de que en las democracias occidentales, por ejemplo la de Estados Unidos o la de Gran Bretaña por citar a las dos democracias más antiguas, el porcentaje de participación en una elección oscila normalmente entre 40 y 60 por ciento del padrón electoral, lo que demuestra que para que una democracia funcione adecuadamente no es necesaria la participación de todos y cada uno de los ciudadanos. Así las cosas, lo relevante del proceso electoral en el cual nos encontramos no pasa, me parece, por las proyecciones que se puedan hacer respecto a los resultados finales, ni la manera en que se integrará la nueva legislatura en la Cámara de Diputados, ni tampoco lo es el porcentaje del padrón electoral que decida ejercer su derecho al voto. Lo relevante se desprende de los temas que están emergiendo en la discusión pública y que han acaparado con bastante éxito los foros de discusión del presente proceso electoral. Este éxito aparece ya como un dato sospechoso.


El diagnóstico es claro y compartido. Se carece de un eje articulador entre ciudadanos y partidos: los primeros nos encontramos en una especie de indefensión ya que carecemos de los medios para hacer oír nuestra voz, por lo que nuestras demandas e intereses muy difícilmente pueden llegar a materializarse en decisiones gubernamentales o legislativas; los partidos, por su parte, se han convertido en grandes aparatos burocráticos que con el paso del tiempo se han anquilosado y se han alejado completamente del ciudadano. No se trata simplemente de que los partidos hayan perdido permeabilidad frente a las demandas y los planteamientos ciudadanos, sino que pareciera incluso que los intereses ciudadanos se han subordinado a los intereses de los partidos: el interés general se ha subordinado a intereses particulares. De acuerdo, sin embargo, este diagnóstico aún aparece como un trazo muy grueso, que no permite apreciar los detalles y que por lo tanto no puede servir como punto de partida para ningún planteamiento que pretenda ser medianamente serio. El diagnóstico anterior, burdo como es, ha generado en el debate público la construcción de dos identidades: nosotros y ellos, los ciudadanos y los políticos, la ciudadanía y los partidos, los buenos y los malos. Esta retórica maniquea aparece ya como un segundo elemento sospechoso.


Esta argumentación, simplificadora, reduccionista y maniquea, ha sido el punto de partida de aquellos que en semanas recientes se han presentado como los promotores de la anulación del voto. Ante la incapacidad de los partidos políticos por representar a la ciudadanía, han planteado la anulación del voto como una manifestación de descontento. Se trata de que los ciudadanos mediante el único instrumento que poseen, es decir el voto, expresen su insatisfacción ante el estado que guarda la democracia en México. Así, como diría Ortega y Gasset, la sinrazón del agravio padecido produce en el agraviado no sólo un sentimiento de inocencia que, a manera de indulgencia plenaria, se hace inmediatamente extensivo a la totalidad de su conciencia, como una purificación completa sin residuo alguno, sino también el correlato positivo de sentirse 'cargado de razón', que en la contabilidad de la conciencia adquiere, bajo la relación de equivalente, la forma de adquisición de un 'capital moral'. Finalmente, es de llamar la atención la retórica ‘anulista’, tal como se ha planteado hasta ahora: con nosotros o contra nosotros, todo o nada y no hay la posibilidad de puntos medios.


Por tanto, es fácilmente reconocible que la propuesta ‘anulista’ parte de un diagnóstico burdo, un planteamiento simplificador y un discurso reduccionista, que más bien parece tramposamente construido, que pretende ocultar elementos que, de ser tratados abiertamente, debilitarían su argumentación. En primer lugar, el diagnóstico es presentado como un trazo muy grueso, del cual se desprenden dos identidades construidas artificialmente: nosotros y ellos, ciudadanos y partidos, en donde en los primero, ‘nosotros’, se reúnen todas las virtudes y buenas intenciones, mientras que los segundos, ‘ellos’, monopolizan todos los vicios. Sin embargo es claro que no existe un nosotros, unívoco y homogéneo. Ni un ‘nosotros’ ciudadano, tal como es planteado por el discurso ‘anulista’, pero tampoco un ‘nosotros’ que identifique a aquellos individuos que se presentan bajo la bandera del ‘anulismo’. Tal como lo han expresado, entre otros, José Woldenberg y Jorge Alcocer, el “NO” es un paraguas demasiado generoso en el que confluyen posiciones diversas, intereses, diagnósticos y plataformas contradictorias. La fuerza de los ‘anulistas’ se diluye en sus contradicciones y en sus ambigüedades. Por otra parte, es igualmente claro que no existe un ‘ellos’ como un grupo claro y homogéneo, ni como políticos ni como partidos. Existen diferencias tanto entre los partidos como entre los políticos: diferencias ideológicas, de principios y de propuestas, diferencias en las formas de hacer política y diferencias en el tipo de gestión que cada uno realiza. Con estas aclaraciones quedan al descubierto los errores y equívocos de la propuesta ‘anulista’ en función del diagnóstico.


Ahora bien, en función de los objetivos planteados, las divergencias y contradicciones son aún mayores y más evidentes. En primer lugar, y dado que no existe un ‘nosotros’ homogéneo y bien definido bajo la bandera del ‘anulismo’, el primer dato que se desprende es que el porcentaje que alcancen los votos anulados en la cuenta final, independientemente de la cifra que sea, no dirá realmente nada. Es decir, en sí misma, la cifra de votos nulos no transmite un mensaje claro y bien definido: se trataría en todo caso únicamente de la expresión de un malestar de esos ciudadanos. El peligro de esta situación, y ya se puede observar con toda claridad desde hace unos cuantos días, es la aparición de los intérpretes de ese descontento. Basta con leer o escuchar a personajes como José Antonio Crespo, Leo Zuckermann, Sergio Aguayo, Lorenzo Meyer o Denisse Dresser entre otros, para darse cuenta que la labor interpretativa ya está en marcha. Por otra parte, no parece haber una relación clara entre la crítica de los ‘anulistas’, sus objetivos y los instrumentos que pretenden utilizar. En términos prácticos, al anular el voto se contribuye a la consolidación de las posiciones políticas de los tres partidos políticos más grandes: PRI, PAN y PRD, ya que la relevancia que cobra el voto duro de cada uno de ellos es mayor. Así pues, irónicamente, como resultado de la anulación del voto como una muestra de descontento, principalmente hacia los partidos grandes, se favorece su dominio en los distintos cargos de representación que estarán siendo disputados en la próxima jornada electoral.


Para finalizar, mi intención excluye de manera formal imponer a nadie mis opiniones. Mi propuesta consiste, más bien, en enfocar la cuestión desde una perspectiva diferente que no ha sido expuesta en la discusión pública, no al menos de manera explícita. Se trata pues de un problema en que se manifiestan las dificultades del cambio: en que hay agentes que lo dificultan y actores que lo promueven, pero al estar en un entorno democrático, las dinámicas mismas del proceso obligan a que estas dificultades se desahoguen, necesariamente, por los caminos del debate y de la discusión. Dado que, en este caso en particular, los ‘anulistas’ aparecen como los agentes promotores del cambio, es preciso abordar su propuesta sin ambigüedades, estudiándola de manera precisa para poner al descubierto las oportunidades y debilidades que ofrece. Quedarse simplemente en las frases hechas, en planteamientos políticamente correctos pero que son contradictorios entre sí y ambiguos, tal como lo han hecho hasta hoy los ‘anulistas’ no nos conduce a ningún lugar. Si bien hasta el momento la propuesta ‘anulista’ posee más ambigüedades que certezas, más contradicciones que planteamientos claros, no debemos excluir de la discusión pública algo que puede ser un ejercicio constructivo para la democracia en México.

19 junio 2009

El Espectador

"De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la tierra es la de los hombres veraces". Es de lamentar que a casi un siglo de distancia de que don José Ortega y Gasset lo expresara por primera ocasión, hoy nos demos cuenta, sin demasiada dificultad, que esta situación continúa siendo la regla. Esto no sólo sucede en al ámbito político, sino también en muchas otras esferas de la vida pública, lo cual genera como resultado, en los individuos y en la sociedad, un sentimiento de confusión ante una realidad que se le presenta como algo inasequible dejándolo, en última instancia, en vilo.

Precisamente, a partir de esta reflexión es que surge El Espectador, que se mueve desde su torre de francotirador como un vigía al acecho de temas palpitantes; los divisa y tira de ellos hasta su mesa de trabajo para darles allí, sea cual sea su materia, un tratamiento de idéntico rigor intelectual que multiplica sus planos, penetra en su profundidad o desmenuza su entraña en una disección implacable en busca de la verdad de las cosas: desde lo que las cosas son o parecen ser en sí mismas, permitiendo al lector, al mismo tiempo, ejercer su propia libertad de pensamiento, tal como lo planteara Gaspar Gómez de la Serna.

El Espectador es un esfuerzo en el cual se intentará aportar claridad a temas importantes que se encuentran inscritos en la agenda pública, así como de insertar otros más que si bien aún no se encuentran en ésta, su relevancia es tal que merecen por sí mismos ser abordados de la misma manera. Se trata pues de un viaje que inicia con grandes expectativas y que espero sea compartido por muchos.

Sea.