Hay aquí frases que dan una idea de la confusión, del delirio, de las crueles angustias, de las luchas internas y del desprecio supremo que siento por la vida.


14 marzo 2010

Conversaciones con Cioran: Historia y eternidad


¿Por qué debería yo continuar viviendo en la historia, compartiendo los ideales de mi época, preocupándome de la cultura o de los problemas sociales? Estoy harto de la cultura y de la historia; me resulta ya casi imposible participar en los tormentos del mundo y en sus aspiraciones. Hay que superar la historia: ese estadio se alcanza cuando el pasado, el presente y el futuro no tienen ya la mínima importancia y cuando nos es indiferente saber dónde y en qué momento vivimos. ¿Por qué es mejor vivir hoy que en el Egipto antiguo? Seríamos imbéciles redomados si deploráramos el destino de quienes han vivido en otras época, ignorando la democracia o los avances de la ciencia. Como es imposible jerarquizar las concepciones de la vida, todo el mundo tiene razón y nadie la tiene. Cada época constituye un mundo en sí, recluido en sus certezas, hasta que el dinamismo de la vida y la dialéctica de la historia desembocan en nuevas fórmulas tan limitadas e insuficientes como las anteriores. La historia me parece tan nula en su totalidad que me pregunto cómo hay gente que puede ocuparse exclusivamente del pasado ¿Qué interés puede tener el estudio de los ideales caducos y de las creencias de nuestros predecesores? Por magníficas que sean las creaciones humanas, yo me desintereso totalmente de ellas. ¿Acaso la contemplación de la eternidad no me aporta, en efecto, un sosiego mucho mayor? No hombre/historia, sino hombre/eternidad: esa es la relación aceptable en un mundo en el que no merece la pena ni siquiera respirar. Nadie niega la historia por simple capricho; quien lo hace es a causa de inmensas tragedias, cuya existencia poca gente sospecha. Se imaginará que hemos pensado en la historia de manera abstracta antes de negarla mediante el razonamiento, cuando nuestra negación es, en realidad, el resultado de un profundo abatimiento. Cuando niego el pasado de la humanidad en su totalidad, cuando rehuyo participar en la vida histórica, me invade una amargura mortal, más dolorosa de lo que podría imaginarse. Estos pensamientos ¿actualizan e intensifican una tristeza latente? Siento en mí un sabor agrio a muerte y a nada, que me quema como un veneno violento. Estoy triste hasta el punto de que todo en este mundo me parece carente para siempre del menor encanto. ¿Cómo podría yo hablar aún de belleza y dedicarme a la estética cuando siento una tristeza total?

No quiero saber nada más. Superando la historia adquirimos una especie de supraconciencia capital para la experiencia de la eternidad. Ella nos conduce, en efecto, hacia una región en que las antinomias, las contradicciones y las incertidumbres de este mundo pierden su sentido, una región en la que se olvida la existencia y la muerte. Es el miedo a la muerte lo que motiva a los incondicionales de la eternidad: en efecto, la única ventaja real de la experiencia de lo eterno es que nos hace olvidar la muerte. Pero ¿qué sucede cuando la contemplación se acaba?

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